Estos días de brujas y de ofrendas mortuorias, son una buena excusa para poner el tema del trato a las niñas en la mesa.
Es época en donde las niñas festejan, quieren un disfraz como el de otras, aun cuando mamá no tenga dinero, y andan pidiendo dulces o quieren sentirse de fiesta como lo anuncian los medios de comunicación.
Luego, también sucede que están matando en este país con especial saña a las pequeñas, que en todo el mundo las golpean, torturan, que las venden, las comercian laboral y sexualmente y que eso se sostiene en toda la misoginia del sistema patriarcal, y, entre eso, con la niñafobia que corre en estos tiempos y del desprecio al que tantas niñas son sometidas por gente que, incluso, se dice progre o hasta feminista.
Las silencian; les hacen saber que son molestas; exigen que no corran, que no griten, que no salten, que no rayen, que se “comporten”; las excluyen de las invitaciones; frente a ellas exclaman su alegría de haber decidido no ser padres o madres o dicen cosas como que las nuevas vidas sólo contaminan el mundo.
Muchas veces, las niñas fingen no escuchar o no darse cuenta del desprecio, pero lo hacen y se les queda grabado y las hace lamentarse de existir. El odio o el desprecio a las niñas y a las madres no es ser progre o una feminista que cuestiona la maternidad, es ser alguien sin empatía y punto.
Por otro lado, lo que me importa contar hoy es lo importante que son los gestos de cariño y el trato digno para las niñas.
Esta última quincena, he estado acompañando a mujeres que pudieron sobrevivir gracias al cúmulo de cariño que recibieron previo a grandes tragedias. Una que fue casada por la fuerza a los 12 años y llevada muy lejos de su familia; y la otra secuestrada a los 15 por un largo tiempo.
Ambas mantuvieron la fuerza psíquica abrazando los recuerdos. El día en que su mamá hizo puros tamales de salsa verde para su cumpleaños porque a ella sólo esos le gustaban y hasta el recuerdo del olor de la salsa o el día en que su prima grande pasó todo el día de alberca enseñándola a nadar.
Eso las mantuvo vivas, esperanzadas, sabían que un día fueron amadas, valiosas –aun cuando sus captores dijeran lo contrario-. Eso les dio la fuerza para saber que si escapaban o resistían había otra vida a la que podían volver.
Esos gestos de amor, también, hoy las acompañan, las arropan mientras están en el proceso de curar las heridas.
Entonces, lo que estoy diciendo es que no basta desearles fuerza a las otras, que esa fuerza hay que construirla para ellas a nuestro alrededor y eso no se hace con consignas, se hace con actos concretos.
Todas las niñas que nos rodean son niñas de todas porque son nuestras compañeras de vida.
A ellas, una sonrisa, una fruta, un ratito de escucha, un cuento, un gesto, unas palabras amables son el alimento psíquico que necesitarán mañana. No sabemos cuándo, pero sabemos que lo necesitarán cuando tengan que enfrentar los embates del patriarcado que les lanza dentelladas todo el tiempo.
Por eso, no es maternidad o maternaje obligatorio, es posicionamiento político: amar y acompañar en lo posible a las niñas cercanas es una de las actuancias políticas lesbofeministas más importantes de las que podemos ocuparnos.
¿Ya invitaron a su vecinita a ver su ofrenda y le contaron que esas fotos de mujeres a las que se honra con flores son parte de un linaje de mujeres guerreras al que ella también pertenece?, ¿le contaron ya qué significan el agua, la sal y el fuego en el homenaje?
Todas las niñas son nuestras compañeras.
La otra munda es para ellas, que vivan y sean libres, que sea para ellas lo que no fue para nosotras.
Deseo ponerme en contacto con ustedes.
Querida Karina, gracias por tus palabras y recordarnos la importancia de acercarnos a nuestras compañeras niñas adolescentes y mujeres de todas las edades, tu mirada es muy otra que nos lleva a la reflexión y a actuar. Abraxote Eivi