Ya la Calaca en su lista de visitas me tenía,
pues sabía de la violencia feminicida.
Tal vez ocurriría de camino al trabajo o de regreso de algún paseo;
incluso pensó que podría ser en mi patio trasero.
Era incierto si ocurriría de noche o de día,
lo que sí sabía era que un hombre lo provocaría.
El día de las muertas se acercaba,
y con ello la Catrina de más cerca me asechaba.
Fue una noche que por ser la última en el camión el chofer su ruta modificó;
lo que la alerta de la huesuda rápidamente activó.
El hombre aceleró, nos alejó, y después de un frenón, hacia mí, repugnante se dirigió.
Corrí y con escalofríos me dispuse a abrir la puerta de descenso;
sensación que se debía a que la Calavera ya estaba en la ruta de acceso.
Vehemente y veloz la muerte se nos acercó
y con su guadaña la cabeza de mi agresor de su cuerpo desprendió, gritando:
«¡si tocas a una, nos levantamos todas, malhechor!»
La Calaquita del piso me levantó y me platicó que todas las que fueron asesinadas,
se coordinaban para impedir que otras fuéramos violentadas,
Amorosa me dijo que no temiera más
porque al que buscaba era a ese barbaján.
Una vez fuera del camión su patines ajustó,
y dispuesta a marcharse en defensa de otras expresó:
«Esos basura no tienen remedio,
defendámonos y juntas viviremos sin miedo.»
Ya en macha y haciendo piruetas
mi amiga agregó contenta:
«Volvemos porque nunca nos olvidan,
qué felicidad que no nos descuidan.
Nos volveremos a ver, pues ustedas en la tierra y nosotras en la infinidad,
haremos realidad la ya crecienta ginosociedad