Feminismo

De las diferencias de edad y los abusos

Por Alejandra Bolívar

Voy a contar esta historia, porque creo que es una conversación necesaria sobre un tema que se normaliza: las relaciones de hombres mayores de edad con mujeres jóvenes o niñas. En realidad, el tema es abuso, ahí no existe una relación. Lo estoy contando porque en estos días salió la nota del casamiento de José Manuel Mireles con una mujer de 21 años. Él tiene 60 años y, de acuerdo con los reportes, llevan 5 años de relación, lo cual implica que ella tenía 16 años cuando todo inició.

Muchos de los comentarios a las notas van en el tenor de que ella ya es menor de edad y que puede hacer lo que quiera y relacionarse con quien quiere. Sin embargo, ¿cómo es que sostuvo un noviazgo con ella cuando era una niña sin levantar ninguna sospecha? Peor aún, ¿cómo es que no se ve que esto es violento desde donde se vea? Es pedofilia, palabras menos.

Y aquí es donde inicia mi historia. A los 17 años yo empecé a salir con hombres mayores que yo. Primero uno que, según yo, me llevaba solamente 10 años, pero que en realidad me llevaba 13. Obviamente mi familia no se enteró. Pero para mí era como sentirme grande, como que era algo de persona mayor e iba a estar con un hombre con el que pudiera tener conversaciones maduras. Él me presentaba como: “ésta sí es inteligente”. Yo olí en eso algo raro. Porque, ¿a qué se refería? Todo se acabó el día que no quise tener sexo con él. Y entendí que, de hecho, el punto de todo era eso: utilizarme.

Posteriormente, ya cuando tenía como 20 años, salía con un hombre que me llevaba más o menos 12 años. Él tenía una novia y sus amistades estaban emocionadas de que la dejara a ella por mí. Pura misoginia, porque ella no les caía bien. Al final tampoco pasó a mayores, pero me hizo reflexionar sobre qué tenía yo en común con estos tipos.

Básicamente nada. Siempre me sentí en desventaja. Yo dependía económicamente de mi familia, ellos no. Yo apenas estaba en la prepa o iniciaba la universidad. Ellos ya tenían carreras, trabajos, relaciones. Y, ahora que lo analizo desde el feminismo, ellos seguían siendo hombres. De entrada, no puede existir una relación equitativa así, ellos tienen poder y lo saben usar. Cuando la diferencia de edad es grande, la diferencia en el poder que tiene uno y la otra se vuelve un abismo.

Mi primer acoso sexual fue un hombre como de sesenta y tantos años en una escalera eléctrica cuando yo tenía 12 años e iba con el uniforme escolar. Me miró los senos mientras yo bajaba y él subía en la escalera contraria. Me sentí rara, mal, como que no entendía qué estaba pasando. ¿Qué le pasaba a ese viejo?

Luego se volvió una constante que los hombres mayores de edad y los ancianos me miraran o me dijeran cosas en la calle. Cuando estaba en la preparatoria decía en tono de broma: “Es que yo le gusto a los viejitos, guácala, pero les gusto”. Y me reía. Pero en realidad me daba mucho asco y miedo. Después hubo un hombre que me dijo que yo me veía más grande y que pensaba como más grande y que por eso me sucedía aquello.

Pero, ¿no es esa la excusa de los abusadores, lo que dicen quienes abusan de las niñas? ¿No ése es su discurso para decirnos que está bien estar con ellos? Porque claro, en esa lógica, si una no tiene las mismas condiciones económicas, sociales, incluso un desarrollo físico, pero tiene el desarrollo de “madurez” intelectual o emocional, entonces está preparada para estar con alguien más grande. Puras patrañas.

En una ocasión, mientras discutía un asunto similar con un tipo muy famoso en el ámbito cuir mexicano en una fiesta, me dijo que la pedofilia no tenía por qué ser mala, que la pederastia sí, pero la pedofilia no. Que, según él, la cuestión del deseo entre adultos es algo muy moderno, porque los antiguos griegos veían las relaciones entre adultos y niños como algo normal. No me acuerdo del filósofo del que habló, pero bueno, era uno de esos señores griegos muy famosos que tuvo muchos discípulos con los que se acostaba y eran niños. O sea, los abusó. Porque sí, su interpretación posmoderna parece tener mucho sentido, pero no lo tiene cuando pensamos que ni ahora ni hace 5 mil años las niñas y los niños tienen una relación que puede ser deseada y consentida con adultos.

Vivimos en un mundo en el que se normaliza la pedofilia hasta el cansancio. En el que la pornografía muestra a mujeres y jóvenes vestidas con uniformes escolares y los títulos refuerzan el abuso de hijas, sobrinas, nietas, hijastras, alumnas. Todo, por cierto, con lujo de violencia y haciendo hincapié en cómo, por ejemplo, les arrebatan su virginidad.

México es el país que está en primer lugar en abuso sexual infantil, de acuerdo con la OCDE y la mayoría de los abusadores no son esos seres entre las tinieblas que aparecen y se van. No, son personas de confianza, personas que viven en las casas de las y los menores. Son los padres, los hermanos, los primos, pero también son las personas de la propia comunidad: los amigos, los compadres, los conocidos.

José Manuel Mireles es uno de esos señores. Uno de esos hombres con mucha misoginia, como sus propias declaraciones sobre las parejas de derechohabientes del ISSSTE, a las que llamó “pirujas”. Actualmente, de hecho, funge como subdelegado de dicha instancia, lo cual lo hace un funcionario público.

Tengo muchas náuseas desde que leí la noticia de su boda y vi las fotos. Cuento lo que yo viví y lo que pienso, porque si hay algo que es imperativo en estos momentos es que las niñas vivan una vida tranquila y sin violencias, en las que los hombres no abusen de ellas, sean quienes sean.

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La Crítica