Mi relato de autodefensa feminista no tuvo lugar en la calle, en lo público, ¡no! Sucedió en lo privado en la seguridad del hogar de mi madre, cuando era una niña, presta de cuidados y atención, cuando no sabemos qué rol cumplimos en la sociedad, cuando aún no han podido programarnos.
Recuerdo que estaba en esa edad donde lo quería experimentar todo, donde el dolor físico era más bien una barrera que cruzar hacia el descubrimiento, no era un impedimento, ni algo que me diera miedo. Los adultos decían, e insistían… no camines por ahí, ándate con cuidado, no te juntes con este o aquel … yo solo no escuchaba, sus advertencias carecían de sentido porque hasta ese momento nunca me había sentido expuesta, nunca había sentido miedo. Caminar, por dónde ir, a cuál o qué lado, si ni siquiera me gustaba salir de casa, esa casa que cambio aquél día.
Era una tarde cualquiera cuando salí de mi habitación hacia el baño, tenía ganas de orinar, abrí la puerta y estaba ocupado, había un hombre, sentado en la tasa, sin embargo, no se percató de mi presencia y cuando lo hizo prosiguió en su acto… ¡Sí! se estaba masturbando… nunca había visto eso, no sabía de qué se trataba, solo me congelé y no pude parar de mirar, el tiempo se detuvo, no pensaba nada, solo miraba, no me generó placer, ni curiosidad , después de un rato, solo quería poder mover mis piernas e irme pero algo me lo impedía, ¿miedo?, seguramente lo fue.
En un instante sus ojos se encontraron con los míos… se abalanzó sobre mí, como pude, en ese instante salí del letargo y GRITÉ… GRITÉ tan fuerte que casi desgarre mi garganta, me solté del agresor y corrí hacia la calle, fuera de esa casa que hasta ese día me había brindado protección.
Cuando paré de correr me encontraba en otro lugar, había cruzado hacia el barrio de junto, eran más de 20 calles y más de 1000 lágrimas, tenía hambre, sueño y miedo, mucho miedo. No quería regresar a esa casa y no lo hice.
Fui a casa de mi abuela materna, «¿qué te pasó?» preguntó, luego que pude hablar con la matrona de mi familia. Todos se volcaron sobre mí, primero preguntaban mucho, luego abrazaban más, me llevaron a unas vacaciones largas, quizás pensando que olvidaría aquello, o no sé, para calmar los ánimos, las culpas, los miedos.
Hoy día ya no recuerdo sus preguntas o cotilleos, ni al agresor… solo sé que en ese momento un grito de auxilio funcionó, me sacó del letargo del miedo, ese que te congela y no te deja hablar o defenderte, ese que congela los huesos tanto que te quedas inmóvil.
Mi relato de autodefensa feminista hace honor al grito, a la fuerza de nuestra voz, dejémosla salir. Es la mejor arma y las más sonora para la denuncia en un sistema patriarcal imperante, dañino, homicida, ciego y sordo que nos vende mentiras y somníferos con disfraz de realidad.
Cada mujer (niña, adolescente, adulta mayor…) tenemos una historia que contar, y aunque tengamos muchas féminas que nos respaldan, aún hay miedos que no nos deja gritar y sacar ese temor abrumador ¿Por autoculpa? ¿Por vengüenza?…por nada debe ser así, hay que gritar, alzar la voz y vociferar: no más maldad hacia la mujer, no más daño, no más vulnerabilidad… Excelente relato Nelly.