Conchi León
Puedes llorar antes y después del desayuno, antes y después de los recuerdos, antes y después de decir un n(h)ombre.
Puedes llorar antes y después de la lluvia, antes y después de la muerte. Puedes llorar la orfandad del corazón y su exceso de compañía.
Llora en frío, llora en tibio, llora a gotas, a mares, amares. No llores por lo que otro ha dicho ni por tus palabras propias. No llores por débil, ni por fuerte.
No llores por lo que se ha roto y no volverá a ser. No dejes de llorar porque alguien dice que no sirve.
Yo digo que el agua de las lágrimas es un pequeño huracán que sale de los ojos sin dejarnos ciegas y sale de nuestra alma para volvernos nuevas. Las lágrimas son cristalinas porque han sacado todo el brillo al corazón.
Recomiendo llorar por todas las veces que me han negado ese derecho, y por todas las veces que lo ejercí sin saber que algo por dentro iba sanando.
Recomiendo lágrimas porque a veces salen con las palabras que escribo y he descubierto que a veces las lágrimas dicen lo mismo que las palabras.
Las recomiendo por las veces que han acariciado mis mejillas, porque las he vuelto caricia y no castigo.
Recomiendo llorar porque eso hace un recién nacido cuando tiene hambre, sueño, ganas de un abrazo.
Las lágrimas me gustan, no demasiado, no para siempre, pero ellas son lindas y sabias de cuando en cuando.