Asumo a mi cuerpo como territorio político debido a que lo comprendo cómo histórico y no biológico, y en consecuencia asumo que ha sido nombrado y construido a partir de ideologías, discursos e ideas que han justificado su opresión, su explotación, su sometimiento, su enajenación y su devaluación. De esa cuenta, reconozco a mi cuerpo como un territorio con historia, memoria y conocimientos, tanto ancestrales como propios de mi historia personal.
Dorotea Gómez Grijalva
Recuerdo que era una mañana de sábado, del desayuno en casa de Juana, mi abuelita, del recalentado de la comida anterior, eran enchiladas verdes, recuerdo que entre a la casa y olía al chile verde cocinado, me picaba un poco la nariz, estaba picoso, mi papá estaba sentado en la mesa viendo la televisión esperando el desayuno que aún no estaba terminado, mi mamá y mi abuela estaban en la cocina friendo suficientes tortillas para las enchiladas de todas. Mi mamá me observó y me dijo «¡que bonita tu playera!», era una playera nueva, blanca con flores rosas con brillos del lado derecho, que me había comprado en un tianguis, me observó más y me preguntó «¿te pusiste brassier?», para ese entonces empezaba a dejar los corpiños e iniciaba con los molestos brassieres, le dije que sí y me dijo «acomódatelo, se ve extraño del lado izquierdo», me lo acomodé, mi mamá asintió con la cabeza, luego me pasó el plato de enchiladas que era para mi papá, se lo entregué y después nos sentamos todas a desayunar.
Lo que yo sabía, pero mi mamá todavía no, es que no era necesario acomodarme el brassier del lado izquierdo y que no era casualidad que se viera extraño, mi cuerpo se veía tal como era, mi seno del lado izquierdo es mucho más pequeño que el derecho y es evidente a la mirada de quien observa. Mi madre siguió su intuición -o al menos eso es lo que yo creo que fue-, y siguió observándome, pronto se dio cuenta de la asimetría evidente de mis senos, me preguntó que si me dolía o que si me había lastimado, le contesté que no y ella me indicó: «Tenemos que ir al médico a que te revisen parece que no es normal», le respondí que sí.
Cuando mi mamá se dio cuenta de inmediato empezaron las visitas al médico, en ocasiones faltaba a la escuela por las citas. El proceso de averiguar qué era lo que tenía empezó cuando yo estaba en quinto grado de primaria, recuerdo que cada visita con un médico nuevo era lo mismo, preguntas a mi madre acerca de cómo fue su embarazo, lo que comió durante el embarazo, si tomó medicamentos; también la historia del parto, que si natural, que si cesárea, que si las complicaciones, las contracciones, que tan seguidas, que si hubo epidural, que si chillé cuando nací, y así toda mi historia, detallada, desde la concepción hasta mis diez.
Después de las entrevistas largas y tendidas a mi madre venía lo peor, yo, ahí, siendo una niña, tenía que quitarme el corpiño y mostrarle mi cuerpo a un extraño, para que después él pudiera mirarlos, tocarlos, apretarlos y hacer hipótesis acerca de lo que pudiera estar padeciendo, recuerdo que el médico de medicina general nos mandó con otros médicos, (recuerdo a todos hombres), eran especialistas, yo sudaba y me temblaban las manos cada que algún nuevo médico tenía que verme y revisarme, me daba mucha pena mostrarme.
En una ocasión me mandaron a hacerme estudios al hospital de La Raza, en Oncología, tenían que descartar que tuviera cáncer o un tumor, o algo parecido, ahí además de otros estudios, un médico me hizo un ultrasonido en los senos, fue el momento más incómodo en mi vida, recuerdo que no me gustó para nada la forma en la que me tocaba, él dijo que tenía que apretarme los senos porque tenía que sentir mis glándulas mamarias o la falta de ellas, además de verlas en el ultrasonido, yo solo veía el techo, contaba las lámparas, seguía con los ojos las líneas que formaban los cuadrados en el techo, miraba a mi madre y a lo lejos oía lo que el médico le explicaba a mi madre, no sé, pero desde ese día nunca he dejado de pensar que aquel médico me tocó de más, nunca he dejado de sentir que fue demasiado, saliendo de ahí lloré con mi mamá, las dos lloramos, sé que ella sabía que era demasiado, pero también sé que ella necesitaba estar segura de que yo no estuviera enferma.
Y así se repetía la historia, levantarnos de madrugada para llegar a tiempo a los estudios, llegar al IMSS a que me picotearan los brazos, tomaran mi sangre en más de un tubito, y dejar los envases con mi primera pipí del día, eso si lograba orinar en los mentados vasitos. Era enfadoso.
Recuerdo que después de que descartaron el cáncer o algún tumor y otras enfermedades, los médicos decían que tendríamos que esperar hasta mi primera menstruación y a que cumpliera dieciocho años, hasta que mi cuerpo se terminara de desarrollar y así ver qué pasaba, si el seno crecía o no, y en caso de que no, tenía la opción de realizarme una cirugía estética, porque claro, están mal los senos de una mujer si son de diferentes tamaños, está mal si no son grandes, está mal porque no cumplimos con el mandato de feminidad, porque claro, no somos aceptables al gusto masculino.
En la secundaria seguía con las citas médicas, menos frecuentes que antes, pero seguía, recuerdo que una médica, y fue la única, me envió con una psicóloga, sé que parte importante de esa decisión fue por mi mamá, sé que a ella le preocupaba que fuera tímida y no me gustara ir a fiestas, ella sabía que yo me sentía insegura, ambas fuimos educadas en el patriarcado y las dos nos creímos las mentirosas y violentas historias que dicen que la característica más hermosa e importante en una mujer es su físico.
En fin, era la primera vez que iba a terapia, yo no sabía qué esperar, mi mamá me dijo que tenía que platicar con la psicóloga y decirle como me sentía con todo lo que estaba pasando con mis senos y como me sentía en la escuela, y pues bueno, recuerdo que la psicóloga era argentina, después de tiempo lo supe, usaba lentes y tenía el cabello corto y rubio, yo no me sentía cómoda platicando con ella, no la conocía y no quería platicarle todo lo que había vivido, era demasiado tener que regresar en el tiempo; afortunadamente mi madre estaba ahí conmigo y ella resumió de manera perfecta la historia médica, después de enterarse, la recomendación de la psicóloga, fue: «no te preocupés Abigail, te podés poner un bustié y ya está, solucionado». ¿Qué? Yo no sabía que era eso, después me dijo que era un relleno que se podía poner en el brassier. Y eso fue todo, no volvimos.
Mi mamá refugio su preocupación con mi abuelita y mis tías, les compartió lo que estaba pasándome, también con mi papá, recuerdo que una tía me regaló un brassier de esos que tiene relleno, yo lo usaba, lo use durante mucho tiempo, incluso llegue a ponerle una esponjita más a todos mis brassieres, al final creo que le hice caso a la solución que me propuso la psicóloga.
Después de tiempo, mi cuerpo fue cambiando y creciendo, mis senos seguían asimétricos, así que, después de cumplir dieciocho, las visitas al médico se reanudaron, para este tiempo mi seguridad andaba por los suelos, empecé a tomar una postura encorvada, como yendo hacia mí todo el tiempo, escondiendo mis senos, me daba muchísima pena y preocupación que alguien se diera cuenta de mis senos disparejos, me daba más pena porque veía los senos grandes y parejitos de mis primas o de mis amigas, a nadie le pasaba lo que a mí. En las últimas citas médicas recuerdo que me dijeron que podría ser candidata a una cirugía plástica, es decir, a mis dieciocho años querían meter implantes de silicón en mis senos, yo dije que no, a mi mamá le parecía una buena opción, intentaba hacerme cambiar de opinión, sin embargo yo siempre dije que no, me daba muchísimo miedo pensar que podría morir durante la operación y solo para “mejorar” el tamaño de mis senos, siempre dije que no.
De un tiempo para acá, cuando conocí al feminismo, y me permití conocer y entender diferentes historias de mujeres y de cómo han-hemos lidiado con los mandatos patriarcales, de a poco fui aceptando que mi cuerpo es grande, gordo y mis senos asimétricos y que está bien ser así, de a poquito he ido queriéndome más, hace ya tiempo que deje de usar los mentados rellenos en la copa del brassier izquierdo, sigo de a poquito dejando de usar brassier, las varillas me enfadan y lastiman, sigo aceptando que ver la asimetría de mis senos por encima de mi playera está bien, sigo avanzando y ya no pienso ni ocupo tiempo pensando si mi cuerpo grande, gordo y asimétrico les gustará a los hombres, o en el que dirán de la gente, voy a seguir avanzando y voy a mejorar mi postura, lo creo justo, desde un acercamiento mucho más fuerte con el feminismo aprendí que yo estoy para mí y solo para mí, que soy mi único vehículo en este mundo, soy la única que va a regar mis raíces para florecer, soy yo mi amora, como dicen mis amigas lesbofeministas, soy yo y si lo decido puedo ser para alguien más.
Creo que así me habló mi cuerpo, y me sigue hablando, creo que quería decirme que no me dejara agarrar por las garras de los mandatos del patriarcado, de cómo debe ser una mujer, de la mentirosa idea de feminidad que explica Margarita Pisano, mi cuerpo es sabio y quería advertirme que las cosas pueden no ser así, mi cuerpo vislumbraba la futura rebeldía y resistencia en mí, ahora sé que mi cuerpo quería decirme que soy hermosa tal y como soy y que me ame siempre, todo el tiempo.
Mi cuerpo me sigue hablando y dándome de sacudidas, mi cuerpo tiene memoria, es sabio y me reclama cuando lo olvido, cuando le brindo más atención a otras cosas o personas antes que a mí.
Hace dos años mi cuerpo me gritó, me suplicó que por favor le hiciera caso. En ese entonces trabajaba en un colegio con un grupo de niñas de maternal (de 1-2 años) el trabajo era demasiado intenso, eran diez niñas/os en total, además yo me encargaba de abrir el colegio, lo cual me generaba demasiada angustia pues el trayecto de mi casa al trabajo era largo y todo el tiempo me preocupaba de llegar tarde y de hacer esperar a las mamás/papás y de que esto me causara líos en el trabajo.
Además del trabajo estresante, en ese entonces, mi mamá estaba teniendo un problema de salud muy delicado en la parte de enfrente del cráneo, su cráneo se rompió y el líquido que rodea al cerebro se le estaba filtrando por la nariz, la operaron en la ciudad de México, en el Hospital siglo XXI. El día que operaron a mi mamá no pude estar con ella, no podía faltar al trabajo, desde Querétaro llamaba a mi prima y ella me decía como estaba mi mamá, la angustia y la preocupación estaban todo el tiempo en mí.
Durante ese tiempo mi mamá trabajaba en la cafetería de una escuela, mi papá trabajaba de noche y mi hermano en la universidad, desde que mi mamá se fue a la Ciudad de México, mi papá, mi hermano y yo nos hicimos cargo del trabajo de mi mamá, es decir, además del trabajo que cada quien teníamos debíamos cumplir en la cafetería. En mi caso, saliendo del colegio tenía que llegar a cocinar la comida del día para mi hermano y mi papá, después cocinaba lo que se llevaría de desayuno a la cafetería de la escuela, o adelantaba lo que más se pudiera, para que mi papá en cuanto llegara del turno nocturno, lo vendiera en la cafetería con mi hermano.
De ahí mi cuerpo empezaba a gritarme que le hiciera caso, sus gritos se empezaban a reflejar en mis manos, estaban resecas, me salían granitos que ardían y sin embargo yo no lo escuchaba, estaba demasiado ocupada cumpliendo con todo lo demás.
Afortunadamente mi mamá salió bien de la operación, con mucho dolor, muchos cuidados y reposo absoluto, eso sí, pero todo bien. Era viernes y salí corriendo del colegio para ir abrazar a mamá, me quedé con ella desde que llegué hasta el domingo por la noche que regresé, ella regresó hasta después de dos meses de recuperación y de estar dos semanas en casa de mi abuelita. Cuando mi mamá estaba de regreso en Querétaro sentí que la pesadez de la preocupación que sentía de no verla todos los días se fue de a poquito, y mi trabajo había disminuido pues mi abuelita se vino un tiempo para cuidarla y ella me ayudaba a cocinar, una tarea menos para mí.
Sin embargo, una vez que mi mamá estaba de regreso y mi abuelita ayudándonos, la bomba explotó, mi cuerpo, mis manos no pudieron más y todo empeoró, mis manos estaban resecas y no podía estirarlas y si lo hacia la piel se abría y sangraban, era un ardor insoportable, una comezón impresionante. Fui al dermatólogo y me hizo preguntas, una de ellas fue ¿Qué está pasando en tu vida? ¿Qué te está preocupando?, yo le platique de la operación de mi mamá y todo lo demás, el diagnóstico del médico fue que tenía una alergia en las manos por estrés, dijo que no podía estar en contacto directo con el agua y el sol, para bañarme tenía que usar guantes y una liga en la muñeca para no tocar los químicos del shampoo, o la segunda opción fue usar el jabón recetado para las manos como shampoo, solo así me podía olvidar de los fastidiosos guantes y para mejorar tenía que usar fomentos, ungüentos, pomadas y algunas pastillas y hacer ejercicio en la tarde-noche después del trabajo para bajarle al estrés de todo el día.
Seguí las instrucciones al pie de la letra, porque en verdad quería estar bien, era mucho dolor para vivir así, después entendí que no era justo tratarme así, me recuperé, sin embargo tiempo después las molestias seguían apareciendo y es que yo seguía estresada, sabía que era por el trabajo, así que en cuanto terminó el ciclo escolar y el curso de verano, renuncié.
Actualmente me estoy dedicando más tiempo, esta vez en serio, aprendí que mi cuerpo es sabio y en cuanto noto algo extraño o diferente ya no lo ignoro, estoy siendo mi prioridad, retomé la natación que hace tiempo dejé, es algo que me gusta mucho hacer, me relaja, además no dejo de caminar, lo disfruto un montón, además de bajarle al estrés, lo aprovecho para repensarme, para estar conmigo misma a solas, para sanar las culpas que adopté, sé que mi cuerpo tiene memoria, sabe lo que me duele, lo que me lastima, lo que me gusta, lo que disfruto, también sabe que voy de a poquito, mis pasos son lentos, pero no me detengo, he iniciado, ha sido difícil y muy fuerte, pero me estoy escuchando, me estoy amando y la estoy pasando rebien.