Por Menstruadora*
*Luisa Velázquez Herrera
Estábamos deseándonos algo bello a través de un brindis con agua de limón cuando Valentina Díaz voltea y nos dice:
“Les deseo que maten a los hombres…”
Nos compartíamos miradas de felicidad plena y lésbica, luego de pasar días juntas después del festival, esos días de juntarnos a estar en la sala, a platicar, comer, desayunar, a trabajar o solo a estar. Antes de Vale habían pasado otras compañeras, les deseo sexo lésbico, libertad, viajes, comunicación, amor, pero Vale aún no había terminado así que completó con vehemencia:
“…de su familia”.
Reímos y carcajeamos con efusividad: “Qué ruda es”, “¡bravo, Vale!”, nos pasamos nuestro trago de agua de limón y seguimos en la plática, debió ser alguno de esas conversaciones sobre la existencia de las diosas del paleolítico y los viajes que un día haremos en grupo, pero nos seguíamos sorprendiendo a ratos con el deseo de Vale, como si en la risa quisiéramos olvidar que eso es lo que falta por hacer y que sabemos ya de sobra.
Hacía tiempo que habíamos descubierto una lectura que todas hicimos, un libro de pasta rosa que está en mi gaveta, aunque no sé si Vale partía de ahí porque si bien ya lo habíamos discutido antes, yo creo que más bien hablaba de su sabiduría rebelde que tiene a flor de piel, porque Vale es así, tiene un revestimiento en sus poros de amor lésbico.
Yo mientras me acordaba de esa investigación de Susan Cavin, porque soy más patriarcal racional, Susan es una lesbiana feminista que se aventura a plantear hipótesis sobre la fundación del primer patriarcado en varias regiones del mundo con base en una investigación que le costó décadas.
Ella cuenta que la primera relación impuesta para fundar el patriarcado sobre las sociedades ginocéntricas lésbicas ancestrales fue la de cuidar niños varones ya que las sociedades ancestrales exclusivas de mujeres, o sea, las ginosociedades, no cuidaban varones, ellas los solían expulsar en la edad de la pubertad o antes, pero ya sea por la tierra o ya sea porque querían lo que ellos no iban a tener nunca, los hombres ingresaron a invadir, dice Gretel Dueñas que debieron aprovechar alguna plaga o peste que devastó la fuerza de esas mujeres.
La primera relación de sometimiento fueron los hijos adultos violando a las madres; luego Susan cuenta que el desarrollo del patriarcado fue instaurar una relación de hermano sobre hermana, o sea, de violación de hermano sobre hermana, y en la cúspide del patriarcado, ya cuando habían acabado con muchas de las ginosociedades, el padre viola a las hijas como triunfo del patriarcado, y ya el último eslabón es la relación de violación entre un hombre y mujer de distintas familias, ese es el eslabón más débil del patriarcado.
¿Qué quiere decir? Que podemos cuestionarnos rápidamente la heterosexualidad impuesta con un novio, esposo o futuro novio o futuro esposo, y eso que no es fácil. Pero donde se arraiga, crece y se sustenta el patriarcado es en las primeras relaciones impuestas donde se estructuró el poder de los hombres: padre, hermano, hijo, o sus similares: tío, primo/amigo, sobrino/nieto. Por eso muchas compañeras, decía Adrianne Rich, son críticas, fuertes, potentes con la decisión tajante y gozosa de solo estar con mujeres, pero nos quedan los hombres de nuestras familias, aquellos que por obligación aprendimos a querer: padre, hermano e hijo, cuando podamos romper esas relaciones, el patriarcado se irá desmoronando como polvorón.
Así que no hay nada de anti patriarcal en querer educar distinto a los varones niños, más bien, todo lo contrario, la obligación de cuidarlos y educarlos es donde se funda el patriarcado, por muy feminista que lo sueñes. No hay nada antipatriarcal en cuidar hermanos y padres, tenemos que saberlo bien, no están cambiando, están conservando su poder mientras permaneces atada a ellos. Sobre los novios, esposos, amantes y amigos, bueno, eso ya lo saben, estar con ellos no es ni de cerca atentar contra el patriarcado.
Así que aquí mi aporte lesbofeminista para ustedas, no solo se requiere amar a la madre, trabajo indispensable para nuestra liberación, y yo opino que no solo «simbólicamente» como ventajosamente se afirma, ya que muchas veces es solo un atajo de misoginia, me refiero a revisar la relación con madre física, real, tangible, palpable, lo afirmo y lo sostengo, incluso cuando esa madre esté ausente o haya fallecido, ese es el trabajo real, doloroso y rebelde; pero no solo importa ese trabajo, sino como dijo Vale a todas, matar a los hombres de nuestras familias, es decir, afrontar y no evadir esa oposición y entonces acabar con ellos. Ponle tú que no físicamente, o sí pues porque eso es consecuencia inevitable, pero al menos ya ahora, de inmediato, desmoronarlos de nuestro presente de una vez y para siempre, salirnos de la vigilancia masculina:
“Les deseo que maten a los hombres de su familia”.
O como una vez dijo una bruja a una de nuestras compañeras que hablaba de la obligación que sentía de validación masculina en distintos ámbitos: “Mata a tu padre».
Eso.