«Hembra» es la contraparte de «macho». «Hembra y macho» son conceptos de la heterosexualidad con los que se naturaliza la opresión hacia las mujeres y de paso se explica la vida de muchas especies vivas, así lo explicaron las feministas materialistas como Monique Wittig, tan mal entendidas hoy.
Cuando alguna feminista dice que es “hembra” y lo hace con la convicción de ser «radical» o «radfem», está naturalizando nuestra opresión. A diferencia de la categoría “mujer”, hembra nos habla de una clasificación “natural”, quiere decir que ya la naturaleza se había clasificado solita –sin mediación social– en «machos y hembras», y no lo que pasó, que ocurrieron varias guerras contra las mujeres que instalaron ese orden, y si omitimos analizar la historia terminaremos reforzando la opresión patriarcal, de ahí que la mayoría de las autodenominadas “radfem” crean de sí mismas que son «naturalmente» heterosexuales o que «la orientación no se elige», debido a que ellas asumen que en la naturaleza ya había «machos y hembras» en natural correspondencia «instintiva».
Las lesbofeministas sabemos que esto es falso. Las mujeres de las sociedades ancestrales no convivían con los seres sin-útero, ni los entendían como su «contraparte» ni mucho menos su «complemento», como nos hacen creer con la clasificación «macho-hembra»; ellas se organizaban exclusivamente entre mujeres en la lesbiandad y expulsaban a los varones en la pubertad, a quienes probablemente no llamaban ni entendían como machos ni hombres, simplemente no eran ellas.
Cuentan quienes analizan los registros y evidencia, como Susan Cavin, que en las primeras sociedades ginocéntricas (exclusivamente de mujeres), solo por temporada ellas establecían contacto heterosexual con los hombres y exclusivamente con fines reproductivos, pero es probable que lejos estuvieran del coito tal y como hoy lo conocemos. Los hombres mientras tanto eran prioritariamente homosexuales, como lo siguen siendo, por cierto. Entonces ocurre la primera guerra contra ellas porque ellos quisieron extender su vida adentro de la comunidad de mujeres, como dice Adrienne Rich, es decir, los hombres quisieron apropiarse de la comunidad que generaba techo y alimentación. Luego ellas se rebelan, entonces ocurre otra guerra. Luego una más, esa la cuenta Silvia Federici, en la fundación del capitalismo. Otra más que se libra en Abya Yala, con la colonización, esa la cuentan nuestras abuelas. Y la última que nos está exterminando, que narramos día con día, esa la contamos todas.
La categoría “mujer” es diferente a “hembra”. Mujer nos habla de aquella que con este cuerpo sexuado, aquella que desde esta diferencia sexual como decían las feministas de la diferencia; o como teoriza desde el lesbofeminismo Karina Vergara, con “presunta capacidad paridora”, se ha enfrentado a una apropiación por parte de los hombres, como decían las materialistas. Pero en la categoría mujer también está nuestra rebeldía y nuestra liberación, está llena de nuestra historia a pesar de lo que los hombres nos hicieron, es así una categoría de resistencia, tan lo es que por eso hoy intentan llenarla de hombres con falda.
Mujer no significa que nuestra naturaleza se «corresponda» o «complemente» con los hombres como la categoría “hembra” lo hace, por ser profundamente heterosexual; significa, al contrario, que nos han intentado exterminar y despedazar desde esta materialidad corporal –nacer con vulva– y por motivaciones económicas y sociales, no por causa de nuestra vulva o útero, y significa también que estamos resistiendo: Mujer lesbiana, mujer autónoma, mujer rebelde.
Así que yo no soy una “hembra adulta de la especie humana” como dicen las radfem, yo soy una mujer.