Por Victoria Itzayana
Porque el cuerpo recuerda, porque la cuerpa es sabia y siente la infinita tristeza de saber que ese ritual milenario es para hacernos prisioneras, para celebrar al amo su caza, para enaltecer el cautiverio. Por eso cuando la novia entra y llora, camina llorando al altar y se esfuerza por mantener una sonrisa, es porque su cuerpa recuerda, recupera la memoria ancestral de todas las mujeres que le gritan desde el estómago que corra, que se escape. Y así todas lloramos en la ceremonia, lloramos y la tristeza nos recorre, porque estamos de luto por la novia, por sus hijas, por sus nietas, por todas las mujeres cautivas. Todas queremos gritarle por un instante, un segundo de lucidez: “¡Vamos a fugarnos todas juntas!”, pero entonces algún hombre a nuestro alrededor nos dice que seguro lloramos de alegría y nosotras nos tragamos la tristeza y decimos que sí, que estamos contentas. Y así los siglos de patriarcado toman nuestro cuerpo y se apoderan de nuestro rostro para poder sonreír porque sabemos que es de vida o muerte. Así sigue la fiesta, y pareciera que olvidamos ese segundo en que supimos que algún día fuimos libres.