Por Mónica Ceja, 22. Colima, México.
La miré y ese día lucía distinta. Sus ojos grandes, negros y redondos brillaban más que nunca, su piel morena irradiaba luz y calor, la cuerpa perfecta; con un pecho más grande que el otro, la cadera ancha y las piernas regordetas, el cabello negro a la cadera caía sobre su espalda suavemente como una tersa tela oscura que realzaba todos los colores que ella tenía. La miré, conocí al amor de mi vida en mi reflejo del espejo, siempre me tuve enfrente y era tan ciega de mí: de mi cuerpa y mi esencia que, el día que me apoderé de mí misma, cambié el mundo.
Rodeadas siempre del estigma de la mujer que debemos ser, los estereotipos que solo provocan orillarnos a ser objeto de la sociedad patriarcal y consumo masculino, nos resulta difícil (e incluso a algunas nos es imposible) amarnos, si no cumplimos los cánones que acostumbramos ver a donde sea que volteemos.
Entonces, ¿dónde queda quien soy en realidad? ¿A partir de qué me pierdo y dejo de ser yo misma? Nuestra cuerpa ha sido expropiada por el sistema. Por siglos la han desvalorizado para que nosotras sintamos miedo o vergüenza de cómo luce y de los fluidos que exuda, nos enseñan a ocultar que menstruamos, que somos fuego y nos encanta sentir placer. Debemos de tener claro que no somos para los demás; nuestra cuerpa no pertenece a otros, es sólo para nosotras y somos las únicas que podemos decidir sobre ella. Necesitamos descolonizar nuestra cuerpa para resignificar la percepción que tenemos sobre nosotras mismas: amar cada célula que nos compone y que nos caracteriza, cada cabello, cada lunar, cada centímetro que nos conforma. Emanciparnos de lo que nos han dicho que debe ser para aceptarlo tal y como es, sea verde o sea morado, sin importar la forma y el tamaño, amarnos a nosotras mismas es nuestro gran acto de rebeldía.
Apoderarme de mí, ser quien quiero y como quiero, amarme, respetarme y cuidarme como a nadie más en el mundo no es egoísmo, es el acto de amor más grande; amor propio. Cuando alguien me pregunta si conocí ya al amor de mi vida les digo que sí, que tardé veintidós años en hacerlo y si me preguntan quién es, respondo: SOY YO.