Por Marcela Olguin
En estos días después del sismo del 19 de septiembre he tenido muchos sentimientos encontrados. Todo lo había sentido muy distante, conforme pasaban los días busqué en que formas podía ayudar. Una noche vi que necesitaban voluntarios para remover escombros en una de las zonas afectadas. Al llegar nos estaban separando entre hombres y mujeres porque las mujeres «puede que tengan fuerza pero se cansan más rápido», la mayoría asintieron, sólo una chica resistió y se quedó en la fila de los hombres. Un poco antes de pasar a la zona cero uno de los voluntarios mencionó que había demasiadas mujeres y que hacían falta hombres. Dudándolo un poco, me ofrecí a hacer trabajo físico pesado, otra chica se me unió y varias veces después de eso hubo gente que me decía que estaba en la fila incorrecta o me confirmaban que iba a hacer trabajo pesado. Al final, varias chicas terminaron en la «fila de los hombres», no entendí la gran necesidad de separarnos en un inicio. Estuve en el lugar nueve horas, de las cuales la mayoría fueron pasadas simplemente esperando, me retiré con un sentimiento de culpa por no haber podido ayudar más, los días posteriores la pasé dormida y sin saber que más hacer.
Sabiendo que necesitaba autocuidado, decidí asistir a un encuentro para reacomodar energías y poder expresar nuestro sentir. En camino a este encuentro mis sentimientos de impotencia se empezaron a manifestar, ya que iba un poco tarde y el metro se quedaba parado por varios minutos en cada estación, empecé a sentir un nudo en el estómago y me costaba respirar. Estaba por bajar cuando un señor con un bastón que iba pidiendo dinero no perdió la oportunidad de rozar su mano con mi trasero. Lo volteé a ver y el me miró a los ojos, con esa mirada retadora en donde pondría su carta como lesionado para excusar su acción. Y ahí fue cuando entendí por qué había estado tan deprimida estos últimos días: Aún cuando la ciudadanía se une, las mujeres seguimos siendo ciudadanas de segunda clase. Hay acosos en los albergues, acosos hacia las voluntarias, abusos sexuales registrados, sexismo en las zonas de derrumbes. Me dicen que debo agradecer a los albañiles/hombres que me chiflan en la calle por su trabajo como rescatistas, por haber donado su tiempo, como si una acción de buen samaritano justificara su machismo, en otras palabras ya no nos podemos quejar del acoso que recibimos a diario porque en un futuro ellos serán los que nos estén sacando de los escombros. Se habla de una elevación o cambio de consciencia, pero, ¿hacia dónde? Si esa elevación de consciencia no incluye la lucha de las mujeres, entonces no se puede generar un verdadero cambio. Se habla de derrocar al gobierno, de combatir la corrupción, pero no se habla de la desigualdad de género, que ha sido un factor para que casi dos tercios de las vidas cobradas hayan sido de mujeres, y lo poco que se ha llegado a mencionar ha sido descartado por incoherente. Me siento frustrada y enojada porque tanto se habla de la unión del pueblo, pero no puede ni haber un diálogo para discutir la opresión que estamos viviendo las mujeres día a día, que no descansa ni cuando hay desastres naturales.
Ahora más que nunca me he dado cuenta de la importancia de crear espacios seguros de mujeres para mujeres. De unirnos en resistencia, de cuidarnos unas a las otras, por que en estos momentos de vulnerabilidad sólo podemos contar en nosotras. Nuestra lucha no puede quedarse en segundo plano, nosotras no podemos quedarnos en segundo plano. Este cambio tiene que venir desde nosotras, que bien hemos demostrado que somos más que capaces de ponernos las botas y tomar las palas y salir a pelear por nosotras, aún que el mundo se oponga. Sólo así habrá una verdadera reestructuración de esta sociedad.