Por Catalina Alcaíno Bello
No quiero recordarte así, no quiero recordarte quebrada y con la pena a flor de piel.
En 50 años jamás había visto amargura en tus ojos, y es que en realidad nunca te miré demasiado a los ojos.
Hoy te veo humana, te veo tiritar y me pareces demasiado cansada de tantos años mirando el sol que se colaba por la parra del jardín. Y de pronto, cuando me sirves las cerezas cocidas, trato de adentrarme en tu pupila, pero veo una incertidumbre avasalladora. Entonces no sé si las cerezas serán suficientes para repararnos.
Si no te hubiese visto hoy, no te hubiera llorado, pero te vi y entendí de golpe, más que nunca, las enredaderas de tu alma.
Y me quiebro yo también porque alguna vez renuncié a la necesidad de tu cariño, pero hoy entendí que siempre estuve necesitando eso que trato de reclamar ahora, en la desesperación de llevarme algún recuerdo que nos una.
Quiero recordar como el sol pegaba en tu cabello cuando paseabas entre las rosas que plantaste, quiero recordarte entre el damasco y las hortensias, porque necesito quedarme con ese cuadro para poder inventarme la complicidad que no tuvimos.