Por Karen Ayelen Paladino
Debajo del brazo ramas caídas que se hallan vacías de hojas, pero que en la superficie proliferan punzadas de espinas férreas, el paso de los frescos marca en las manos un estigma sangriento, como recordando amenazante lo inconstante de nuestro tiempo.
Ventanas cerradas, ojos abiertos pero oídos forzados a ser sordos, bocas silenciadas por siluetas, sombras, espectros. Sujetos sin rostro que no dudan, se creen dueños del tiempo y de su inconstancia, actúan en un pestañeo y los luceros dejan de iluminar para formar parte del escalafón de víctimas sin equidad.
Él árbol no recibe paciente el invierno, no observa en silencio como el pasar del tiempo y el frio del viento rasgan su piel hasta lacerarlo.
El árbol resiste abrigando esas almas que, al llegar la primavera lo visten de colores y vitalidad,
Observar al árbol darle un abrazo
Imitar al árbol.
Resistir como él a los inviernos en que todo parece vacío de valor, unirse a quien te dé fuerzas para combatir codo a codo.
Él árbol pide a gritos justicia por sus hojas, por sus flores y se les devuelven una vez acabado el invierno, podrán obtener equidad esos luceros quebrantados, aquellas huellas borradas del suelo y recomenzadas a kilómetros, solo lo sabremos resistiendo en amplia sororidad, porque todo es perdida que tras el invierno más crudo regresa.