Por Claudia B. Gutiérrez Santos
Me encantaría volver a verte
Me encantaría volver a verte y tocar tu generoso ser, recorrerte entera con estas manos que
no olvidan las texturas de tu piel.
Ha pasado mucho tiempo desde nuestro fortuito encuentro, en el que una nube y una gatita
jugaron a mecerse en un cielo por demás libre y sensual.
Cierro los ojos y los recuerdos comienzan…
No nos conocíamos aún, nuestro punto de convergencia, una sesión fotográfica a la que
acepté participar, después de que me lo propusieras vía un amigo en común.
En aquel viejo sillón sentada en mis nervios, imaginaba nuestro proceso creativo, cuando,
de repente, tu personalidad entró en la habitación, tan sorpresiva y natural, así como eres.
Nuestros ojos abiertos intercambiaron miradas buscando señales, con amplias sonrisas nos
presentamos, te pregunté si ya tenías algo planeado para la sesión fotográfica, me dijiste
que no y empezamos.
Nos desnudamos y, casi sin que la otra se diera cuenta, hicimos un recorrido de nuestras
presentes corporalidades.
Primeras poses, algunos clics, todo en orden, ¿cuándo o cómo fue que nos atrevimos a
cruzar esa delgada línea de la cordialidad social y descargar nuestras curiosidades eróticas?
Podría escribir que todo el tiempo había una cierta tensión en el aire, que solo esperaba la
seña correcta para avanzar, por lo menos de mi parte.
En cada pose, una intensa carga corporal, fuimos fotografías vivientes, una alteración del
tiempo, una realidad alterna, nuestros cuerpos en blanco y negro se acercaban cada vez
más, como sondeando el minúsculo espacio que nos separaba.
En cada posición un roce diferente: tu espalda, mi boca, mi cadera, tus manos, nuestros
cabellos, piernas y senos envueltos en pieles de gallina y terciopelo se comunicaban en un
diálogo mudo, al que nadie opuso resistencia, dijiste: «tú no te preocupes yo me dejo
hacer….», y un torrente sanguíneo impactó mi sexo.
Esas palabras mágicas fueron las que me dieron permiso para dar rienda suelta al deseo
enclaustrado, que en el fondo de mis sombras se hallaba desde que tengo uso de razón.
Así que no lo pensé tanto, solo me alegré y me sentí agradecida con la vida por ese
afortunado regalo, besé tu frente, abracé tu cuerpo, toqué tu sexo y gusto me dio palpar que
la excitación era recíproca.
Nos tiramos en la cama y en mi mente resonaban los anhelos que desde hace tanto
empujaban mi pasión.
Acepto que nunca reconocí abiertamente ante las miradas ajenas mi atracción por las
mujeres. Mi imaginación el mejor campo de acción, donde a tantas historias y anécdotas les
di vida.
Callado y secreto guardé el deseo latente.
Pero… ¿y entonces?
En aquel momento la vida era real, no éramos producto de ninguna ensoñación, rasqué en
las profundidades de mi ser esa caja bien oculta en la que guardé tantos anhelos para
cuando hubiera lugar.
Tendido en la cama tu cuerpo, hermosa escultura a la que mis manos acariciaron sin temor,
fue tal el placer y el apetito, que por vez primera fui paciente incluso para conmigo; empecé
tomando tus pies, los besé y mi mente pidió permiso para tocar con pasión y respeto el
cuerpo ajeno de la que acababa de conocer.
La verdad es que ahora tengo presentes las sensaciones, pero no muy clara la secuencia.
Besé tu vientre, olí tu sexo, recorrí tus piernas, toque tu clítoris mientras acariciaba tus
senos y besaba tu espalda y nada de eso me era indiferente, te escuché maullar, te sentí
vibrar, disfruté tu cielo y valoré tu vuelo.
Casi de inmediato me deslicé en la cama y te dejé hacerme. ¿Me dio temor? Sí, claro, pues
en mi mente siempre ejercí un papel activo, sin embargo, confié y me ofrecí, me besaste
“allí abajo…”
Tu lengua femenina fue tan amorosamente cuidadosa que pude sentir la sutilidad de tu trato
y me encantó, descubrí la calidad humana que había en tus maneras, abriste puertas en
habitaciones ocultas que guardaba solo para mí y te dejé pasar.
Caleidoscópico encuentro dejó en mis adentros hermosos matices texturizados que hoy
brillan fulgurantes; la ventana que abriste nunca la he vuelto a cerrar, ahora la luz entra
cada día, y cada noche la luna juega con las sombras-formas de mis sueños.
Allí en esos cuartos se quedaron guardados lo regalos que me hiciste…
Ahora el tiempo ha pasado y hoy, como otras veces, bajo quedito a mis ayeres y te vuelvo a
ver, gatuna mujer inquieta.
Me encantó este texto. Hace unas semanas escribí un pequeño texto que hablaba de amor lésbico.