Por Luisa Huerta (Menstruadora)
Hay varios mecanismos a través de los cuales se busca negar nuestra existencia lesbiana, por supuesto todos tienen su raíz en la apropiación de las mujeres por parte de los hombres -base del sistema patriarcal- y su propósito es mantener el régimen heterosexual intacto e incuestionable, en este momento hablaré exclusivamente de aquellas cosas que nos decimos entre mujeres, y no hablaré por ahora sobre la violencia que los hombres ejercen contra las lesbianas, como las violaciones, agresiones físicas, verbales, lesbicidios, etcétera.
En el caso de las mujeres nos dicen:
1. Que las lesbianas somos las más violentas del mundo entero, más incluso que los hombres.
2. Que las lesbianas somos irremediablemente las más celosas y las más posesivas porque somos mujeres.
3. Que las lesbianas no nos bastamos a nosotras mismas, así que tenemos en realidad algún novio, dildo, arnés o derivados.
4. Que las lesbianas, ante todo, somos inviolentables, que nada de lo que hagas podrá dañarnos, en cambio, nosotras somos las peores, por la forma como te miramos, por la forma como nos vestimos, por no depender de un hombre, para la gente: somos evidentemente agresoras, o en el caso más light que «nos creemos mucho» o andamos prepotentes por el mundo.
5. Que las lesbianas queremos ser hombres.
Sobre mí se han volcado todas de estas versiones, todas llenas de falsedad y creadas desde la misoginia patriarcal. Lo más fácil sería dejarlo al plano personal, creerme que hay una especie de mala onda contra mí, pero es algo choncho, algo estructural, algo tremendo que subyace bajo estos rumores y campañas cotidianas donde cuentan las más increíbles historias según su imaginación les alcance ¿saben qué es? negar la existencia lesbiana como acto que subvierte el sistema heteropatriarcal.
Nos convierten en «la mala lesbiana» de la que todo mundo habla, y nos lo advertimos entre mujeres, que no hay que juntarnos con esa mala lesbiana, esa mala lesbiana que debe ser peor que cualquier hombre porque ha decidido tomar las riendas de su vida y no depender de nadie más.
A pesar de esto sucede una especie de filtraje, pues mientras el sistema encarnado en mujeres compañeras te susurra que te alejes de la mala lesbiana, y los hombres convocan a matarnos y violarnos (y lo hacen), nosotras las que quedamos o sobrevivimos nos quedamos entre las apestadas, las que se quieren a reventar, las que cuentan la historia de la lucha de las mujeres que nadie más contó, lo que deriva en que nuestros saberes son protegidos como un valioso tesoro fuera de la mirada y supervisión masculina patriarcal, permitiendo su legado no a gran escala, pero sí de corazona a corazona, tal como se hacen las revoluciones.