Por Luisa Huerta (Menstruadora)
En una tienda de abarrotes chiquita, en una colonia a las orillas de una ciudad periférica, se le gana muy poco a las cosas. Son apenas unos 30 o 60 centavos por producto, si va bien es 1 peso de ganancia. Por ejemplo, aquí tengo un vaso de yogurt que el proveedor te vende en 2.35 para dar a 3 pesos. Aquí el panadero vende la pieza de pan en 1.3 para dar a 1.5 y así decenas de cosas. Estos precios se mantienen en todas las tiendas a la redonda, no hay posibilidad de subir porque además de que nadie vendría a la tienda más cara, la gente vecina tampoco podría pagar más. Mi madre lleva una libretita que lleva como título “crédito”, esta semana previa a la quincena, las señoras vienen por la botella de aceite, el medio de arroz y no pueden pagar, los gastos del mes ya apretaron, así que lo anotamos en una lista, ya luego lo pagarán, a plazos y cuando puedan, pero todas pagan. Mi madre además de la tienda vende tacos dorados de 3.5 pesos por la noche, memelas y quesadillas. Sus ganancias entre la tienda y los tacos son muy pocas, pero así mantiene a mi hermana que asiste al segundo de secundaria. Enfrente, a unos pasos de esta tienda pequeña que nos mide unos 2 por 1.5 metros, hay otra tienda que comanda otra señora, ella por la noche vende cemitas. Atrás hay otra que es de otra señora y ella además vende comida corrida por las tardes. Dos cuadras más allá, de nuevo otra tienda de una mujer, creo que ella además vende gelatinas. Todas tienen precios similares, todas compramos en el mismo lugar y todas ganan exactamente lo mismo en los mismos productos, apenas nos diferencian unos 50 centavos entre tienda y tienda, si es que hay diferencias. Hay un pacto de no competencia en varias cosas, no sé si hablado, no sé si dicho, lo más probable que sea una apuesta ética implícita, allá no venden carbón, aquí sí vendemos. Aquí no vendemos cacahuates a granel, allá sí, etcétera. Además de las tiendas en cada esquina, existen las tortillerías de tortillas hechas a mano. El kilo de tortillas hechas a mano cuesta 11, las señoras pasan mucho tiempo paradas trabajando y ganan esa cantidad de dinero por un kilo que les cuesta hacer en equipos de 3 mujeres, entre 15 y 20 minutos de su trabajo-cuerpa. Hace tiempo que leí a María Galindo y se me rompió la explotación en cachos, porque la pude empezar a clarificar. Hay una parte donde cuenta que aunada a la explotación que vivimos las mujeres en nuestras casas (trabajo reproductivo), está la explotación en nuestros oficios y empleos (trabajo productivo), trabajo infravalorado y que hace sostén de todo el sistema económico, desde ahí ya no me quedó duda que cada producto y cada servicio en el capitalismo, es hecho a costa de la explotación de mujeres. Dice así y se los comparto:
“Aquí en nuestro continente, el gran tejido social de servicios baratos que en las ciudades genera bienestar como son los quioscos donde comes, por muy poco, almuerzos completos, la capacidad de restaurar, coser, recocer, reparar y reutilizar todo, es un tejido impulsado y sostenido por la gran creatividad de las mujeres que se han puesto a hacer de todo para sobrevivir sin que el Estado les dé ni ellas esperen: un trabajo, seguridad social, guarderías ni servicio alguno. Esas mujeres han creado un tejido social por fuera del Estado que sostiene la vida urbana en varias ciudades del continente”.