Trasgredir vs. fagocitar.
Vivir vs. vivir muerta.
Por Dolores Franco
El patriarcado, el heteropatriarcado, el heterocapitalismo, el heterorimperio, es este sistema que se alimenta de las cosas como están y apuesta a que así permanezcan. Y para que así permanezcan busca tragarse las disidencias, los malestares organizados, acomodarlos en su estructura, darles un poquito de lo que piden para calmarles y que le sigan sirviendo convirtiendo las disidencias en «diversidades».
El sistema busca parcharse a sí mismo, apenas encuentra un malestar en un grupo de personas, un reclamo o exigencia disidente, genera modos para atraparlo y volverlo superficial (como el heterofeminismo, el feminismo institucional), incluso se sirve de ese malestar como válvula de escape de la inconformidad y la convierte en una incomodidad que no transgreda nada, ni la propiedad privada, ni la acumulación, ni el consumo en el sistema capitalista, sistema que se sostiene por mujeres despojadas de sus cuerpos, desde la religión, el estado, el matrimonio, la trata de personas, por el trabajo en casa y de cuidados no remunerado.
Desdibujar la historicidad del sistema es una táctica (no sé la diferencia entre táctica y estrategia -supongo la primera más puntual, más particular que la segunda-) para hacerlo ver natural, como que siempre ha estado. También pasa lo mismo con la idea de globalización del capital, si bien el intento es globalizante, aún hay lugares en que resisten al mismo, sin embargo, se invisibilizan al suponer que la globalización ya es un hecho, como algo ya institucionalizado, como si no existieran las disidencias, el malestar disidente.
Y otra táctica para desdibujar el malestar es fagocitar las disidencias, convertirlas en diversidades cómodas, que no cuestionen lo básico, lo que está en la raíz: que los hombres son el centro de esta cultura, que los han puesto en el centro y a las mujeres nos han asignado la tarea de resolver todos sus deseos que son obviamente construidos y por tanto heteropatriarcales: Hay que resolverles sus deseos sexuales, sus deseos de sentirse el centro de todo, sus deseos de trascender en sus hijes, sus deseos de ser escuchados, admirados y muchos otros deseos más, pero el punto acá es que mientras no revisemos que cada reunión, cada encuentro, cada institución tiene ese propósito, no lo develemos y no generemos fugas de ese mandato, las cosas seguirán iguales y las disidencias seguirán siendo tragadas por el sistema.
Otra táctica es suponer que las mujeres somos algo melancólicas o fluctuantes por las hormonas, con eso encubren que aún las mujeres más “conformes” con el sistema, al menos en el caso de mi madre, presentan malestar por su condición, ella siempre tuvo un dolor de cabeza que nunca tuvo explicación médica y un enojo que parecía resultado de la pobreza y del exceso de trabajo en casa. Al revisarlo reconozco que es un malestar disidente, que se expresaba en silencio y en su cuerpo, y si volteo a ver a las señoras vecinas, en cada una encuentro malestares corporales que reflejaban ese malestar, esa inconformidad pero que era leída como enfermedad física, individual. Enfermedades, que por cierto, no les impedía dejar de cumplir su rol a partir de acciones que no eran realizadas con una sonrisa en la cara como en las caricaturas; pero a las cuales no renunciaron.
Aisladas, tristes, hambrientas y frágiles (sin músculos y sin saber cómo usarlos) es cómo nos quiere el sistema para perpetuarse y tiene mecanismos o dispositivos para lograr cada uno de esos propósitos en la heterosexualidad: la rivalidad entre mujeres, las expectativas nunca cubiertas de un hombre que nos ame como nos dijeron que debía ser el amor, los cánones estéticos, mecanismos que nos acercan a abandonar la vida en pos de un ideal, que es la vida de los hombres. En la heterosexualidad parece que ofrendamos nuestra vida para que ellos vivan. Ante esto, la lesbiandad feminista como posición política apuesta a que nuestra vida valga, a que nuestro cuerpo con capacidad para crear músculos lo haga, nuestra persona con capacidad para crear relaciones de cuidado mutuo lo haga, para que nuestra historia exista, que nuestra mirada valga, que nuestro lenguaje nos nombre. Y para ello, según entiendo, la lesbiandad denuncia este sistema, le reclama y exige todo lo que no ha robado, al mismo tiempo que construye otros mundos, pequeñitos entre lesbianas que se asumen mujeres para la vida, la propia en compañía.