Por Polet Quiñonez
A los pies de la Madre Sierra Occidental, se sitúa el pueblo donde pasé gran parte de mi niñez: mi querido Choix, lugar en que en temporada de lluvias, todo lo que no ha sido tocado por el ser humano se mantiene de un color verde fuerte, el olor a pasto y tierra mojada, además, el cantar de las ranas y los grillos, el calor que emana de la tierra al ser rociada con la lluvia tropical, abre los poros de la piel para sentir su calidez.
Aproximadamente en el año 2004, mi tío Chino nos construyó a mi hermana, hermano y a mí, un columpio de madera atado a un alto árbol de pingüica, en el patio de la casa de mis bisabuelos. A mi temprana edad, había mudado mis cosas al cuarto de mis bisabuelos (eso fue a los 7 años), en ese patio estaba la pingüica, que era muy alta, sus frutos, en forma de bolitas pequeñas, eran una gran arma en contra de mi hermano, hermana y amigas, cuando jugábamos.
Bajo ese gran árbol, pasé grandes momentos, fui una secretaria, una profesora, una médica, una artista de circo, una bailarina, una vendedora, una nadadora profesional, ese gran árbol fue fiel testigo de toda la creación de personajes que me fabriqué cuando era niña, todos los universos que me creé y también de mis constantes mudanzas cuando no soportaba a mi padre y madre.
Ahí estoy yo columpiándome una y otra vez, mientras mis manos se rozan contra la cuerda que me sostiene causando heridas, cada vez lo hago más fuerte, y más fuerte, quizás me gustaba creer que en algún momento ese columpio saldría disparado y me llevaría fuera de ese pueblito rodeado de cerros.
A esa edad de 12 años, creía que ya llevaba toda una vida vivida; recuerdo muy bien mirar hacia arriba del árbol para poder encandilar mis ojos con los rayitos de sol que la pingüica dejaba escapar entre sus hojas, y perder la vista temporalmente. Amaba ese árbol, su sombra, sus hojas, treparme en él, creer que era un perezoso al colgarme de esa forma, su textura rugosa hacía que mi piel se adhiriera muy bien, impidiendo que cayera cuando estaba trepada. En ese año, yo entraba a la adolescencia, qué terrible experiencia, yo no quería dejar de ser niña, mi anhelo era continuar en la primaria y ser niña por siempre, como Peter Pan, aunque en realidad, solo quería tener una cuerpa de niña, para que nadie me viera de la forma en mi papá veía a las demás mujeres.
Desde niña tuve encuentros muy cercanos a la muerte (seres que me rodeaban y yo misma incluida), pero yo temía la muerte de mi bisabuela, porque era la persona que más amaba en el mundo, incluso más que mi propia madre, y que se fue sin despedirse. ¿Cómo iba a superar eso? si pensaba que lo peor que me pudiera pasar en mi corta existencia (13 años) era que mi bisabuela falleciera antes que yo.
Los días siguientes a mi perdida, los pasé en mi columpio meciéndome una y otra vez, encontrándome con la sorpresa de que seguía viva, algunas veces rozaba mis antebrazos con la cuerda que sostenía al columpio para sentir un dolor intenso que paliara de alguna forma lo que sentía por dentro por la partida de mi bisabuela, pasé tanto tiempo en ese columpio, que mi abuelita Ela (hija de mi bisabuela) terminó dándose cuenta y envió a quitar el columpio, después talaron el gran árbol. Además de mi perdida, también perdí a mi sombra, mi refugio, mi espacio para imaginar, mi espacio para volar.
Llegó un punto en que el mejor momento de mi día era dormir, llegaba de la secundaria, comía y lo único genial para mí era eso, dormir, dormir, en mi cabeza mientras dormía o estaba a punto de dormir, me creaba historias, donde obviamente yo era la protagonista y podía hacer todo lo que quisiera, desde ser una excelente jugadora de tenis, una gran arqueóloga viviendo aventuras, una viajera perdida en el tiempo, y miles más, en mi cerebro he sido lo más loco que he podido imaginar, también viajé a muchos sitios, a Egipto, por ejemplo, estuve un tiempo obsesionada con los faraones, después con los griegos, después con los aztecas, vivía a partir de eso, después de haber viajado por todo el mundo y hacer actividades interesantes en mi cabeza, lograba despertar en mi realidad para hacer mis tareas escolares, tareas domésticas, ver ánime, sentarme debajo del árbol de mango a ver las hormigas, era muy curioso para mí verlas trabajar, todas tan organizadas, en una especie de hilo, me preguntaba una y otra vez cómo algo tan pequeñito existe, respira, come, tiene órganos, un mini cerebro quizás, me gustaba pensar que todo ese trabajo lo hacen por amor al arte, y no por obligación, obvio ignoraba el tema de que había una hormiga reina que las hacía trabajar duramente toda su vida.
Quisiera decirle a mi Polet del pasado que no es el único dolor que tendrá que vivir, ni la última pérdida de una/un ser querida/querido, pero, que estará bien, y aunque tengan que pasar años para que pueda sanar, lo va a lograr; y a mi querida Polet del futuro, le digo desde ahora, que debes estar muy orgullosa de todo lo que hemos logrado, todas las heridas que se han sanado, aunque aún algunas duelen, ha valido totalmente la pena seguir hasta donde estás, sigue con la paz y tranquilidad que llamamos felicidad, ese estado que creíamos antiguamente que era temporal, ese estado de paz en el que podemos vivir todos los días, espero que lo mantengas y que nunca olvides que no estás sola.
Ilustración de portada: Julie Morstad