Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
Andrés Manuel López Obrador no está desinformado ni tiene otros datos, miente deliberadamente sobre el aumento de las violencias contra las mujeres.
Al mentir, López Obrador no le habla a las mujeres; le habla a esa sociedad misógina, a los hombres que la integran. Decirlo así, mentir con convicción y negar en ese acto la voz y experiencia de millones de mujeres, lo legitima frente a sus votantes y comparsas como un hombre que sabe que el sistema patriarcal y capitalista se reproduce exactamente sobre el cuerpo y la psique de mujeres violentadas.
Silenciar la violencia contra las mujeres es la estrategia (junto con la del despojo) que se usa en las familias, en los centros de trabajo, en las escuelas y en todos las instituciones patriarcales, para que los hombres avancen a costa de las mujeres, porque una mujer víctima de violencia (o de violencias sistemáticas) es una mujer a quien se le ha depredado y le han arrebatado sus recursos para enfrentar la vida: dañaron su cuerpo, su capacidad creativa, su autoestima, su energía vital, su confianza y, a veces, hasta su patrimonio. Son mujeres que tienen que empezar de nuevo en algún ámbito de su vida.
Esa mujer requiere usar todos los recursos que le quedan y conseguir más para salvarse a sí misma y, a veces, también a sus hijas. Si nadie sabe que ella vive esa violencia, si nadie le cree y si no existen mecanismos para su atención, protección y recuperación, tendrá que enfrentar el proceso sola, con dudas, con miedo y con el estigma de “mentirosa” a cuestas.
Mientras ella (o millones de mujeres, como es el caso de México) enfrentan este largo proceso de recuperarse a una misma, cualquier hombre, su agresor incluso, podrá avanzar con los recursos que tomó de su víctima, sin obstáculos, sin estigmas y con la convicción de ser un “poderoso” por haber mandado sobre el cuerpo o el pensamiento de alguien.
El mensaje se consolida con más fuerza cuando la violencia se ejerce desde las instituciones. La historia de violencias sexuales por parte de militares contra mujeres, mayoritariamente indígenas, lo comprueba.
Al mentir, López Obrador fue consecuente con el mismo sistema que le dio un poder abusivo para gobernar y tomar decisiones por otras y otros; fue congruente con el mismo sistema cultural, político, jurídico y económico que lo puso al frente de un país hundido en su misoginia.
Un largo recuento lo demuestra
Tan sólo en declaraciones, López Obrador y su gobierno han dado decenas de señales de tener la convicción de que una país debe avanzar a costa de la explotación, el despojo y la violencia contra las mujeres.
Empezó por no incluir a las mujeres, hacerlas invisibles en los símbolos, los discursos oficiales, los informes de resultados y las conferencias. En el primer 8 de marzo que conmemoró, hizo una reunión con mujeres de la política y las organizaciones de la sociedad civil en la que dijo que el movimiento feminista sectorizaba “la lucha social”, no habló de la violencia contra las mujeres, dijo que la corrupción era la prioridad de atender en su gobierno y que no se pronunciaría por ningún tema “polémico” (despenalizar el aborto) porque su gobierno era democrático y sometería a consulta estos derechos.
Luego, cuando de casualidad habló de ellas en sus conferencias, las estigmatizó: culpó a las madres si los jóvenes se convertían en delincuentes (conferencia del 7 dic 2018); asumió que las abuelas y las madres pueden usar su tiempo libre para el cuidado de las niñas y niños (conferencia 7 feb 2019), y pidió a las mujeres cuidar a los adultos mayores frente a la pandemia bajo el argumento de que “los hombres podemos ser más desprendidos” (conferencia 24 marzo 2020).
Ni hablar de cómo este pensamiento se ha convertido en eje de gobierno: intentó restar presupuesto a los albergues para mujeres víctimas de violencia; presentó un supuesto acuerdo por la igualdad entre mujeres y hombres que no consta en ningún documento; no ha publicado oficialmente ninguna de las programas federales que coordinan las acciones en materia de igualdad y vida libre de violencia; fingió que tenía un plan para erradicar los feminicidios con un decálogo que se inventó en plena conferencia y luego dijo que “los conservadores” estaban detrás del movimiento feminista.
Incluso impuso una cartilla moral, de tipo religioso, que habla de “el hombre” y no reconoce la experiencia de vida de las mujeres. Ésta es la guía de su gobierno, López Obrador ha sido claro con eso. En una conferencia del 20 de febrero, dijo: “el otro día vinieron de un colectivo feminista -que nosotros respetamos mucho- pero su texto, su planteamiento en contra nuestra era de que se oponían a la moralización que nosotros promovemos. Yo respeto su punto de vista, no lo comparto».
El poder de las mujeres lo amenaza
Mentir al respecto también contribuye a restar fuerza a lo que se ha convertido en la presión más importante que ha enfrentado su gobierno y para la que no ha dado acciones claras: las movilizaciones feministas por el aumento de las violencias contra las mujeres.
Desde 2019, las marchas feministas han sido la piedra en el zapato de un Presidente que subestimó inicialmente entre sus contrapesos la voz crítica de las mujeres.
Al sumar a su campaña el primer gabinete con mayoría de mujeres (muchas ya destituidas), la primera secretaria de Gobernación (cuyas funciones las suplanta el canciller Marcelo Ebrard), la (sólo enunciativa) abolición del cargo de primera dama y el apoyo de muchas de líderes sociales mujeres, López Obrador tal vez pensó que se “había echado a la bolsa” la simpatía de las mujeres, que hoy son la mitad de las votantes del país.
Pero su misoginia (envuelta en proclamas religiosas) y la propia realidad de violencias cada vez más crueles en contra de las mujeres y las niñas se revelaron inmediatamente.
Las mujeres salieron a las calles a gritar y a exigir justicia por todas las asesinadas, las desaparecidas y las violentadas, pero eso sólo fue lo más evidente. Las mujeres hicimos lo que siempre, históricamente, hemos hecho: construir alternativas de vida fuera de ellos y un poder colectivo basado en la idea de que podemos escapar a las formas de vida patriarcales y consolidar amores entre nosotras.
Éste también es un mensaje poderoso que cada día se grita con más fuerza. Huir de las mentiras de los hombres y escapar del mundo que ellos construyen sostenidas en nosotras, nuestros cuerpos y nuestro poder creativo es lo que hará que el sistema patriarcal realmente se desmorone.
Ahora López Obrador ya no parece tan dispuesto como al principio a confrontar la voz masiva de las mujeres que exigen que se detenga la violencia contra ellas; ¿han notado cómo le molesta que alguien saque el tema? ¿Han visto que hasta le tiembla la voz cuando tiene que hablar al respecto? López Obrador le está temiendo al poder de las mujeres que inicialmente subestimó o creyó tener asegurado.
Pero al final, lectoras, no importa tanto qué diga Amlo cuando quienes hemos vivido violencia (y estoy segura que estoy hablando de todas) sabemos que al fin de cuentas ninguna institución de esta forma de gobierno nos ha salvado.
¿Cuántas tuvieron que escapar de la mano de sus mamás cuando ella huyó del esposo violento? ¿Cuántas han prestado su casa para que otra tenga una noche de paz lejos de quien la agrede en su casa? ¿Cuántas han acompañado a otra a denunciar en Ministerio Público? ¿Cuántas han confrontado a un hombre que ofendió a otra? ¿Cuántas han ayudado a una desconocida en una situación de peligro? ¿A cuántas les ha dolido en lo más profundo saber que alguien hirió a una mujer que quieres? ¿Cuántas han salvado a otras? ¿Cuántas se han salvado a sí mismas? ¿A cuántas nos ha salvado saber que existen las otras?
Nos salvó el amor propio, las mujeres a nuestro alrededor y nuestra infinita capacidad de imaginar otras formas de vida para nosotras y las que vienen; siempre nos va a salvar imaginar varias formas de vida que estén fuera de ese sistema que celebró feliz tener a un misógino y abusivo como presidente. No queremos eso para nosotras, queremos otro mundo que sea de y para todas.