Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
Tenemos que dejar de sobrecargar en otras mujeres más precarizadas que nosotras una función principal para nuestra subsistencia: la limpieza.
Estos días de pandemia, durante los cuales la higiene es un tema vital, urge que hagamos un análisis político sobre la condición social y de vida de las mujeres que dedican la mayor parte de su tiempo en cuidados y limpieza.
No se trata sólo de decir que las mujeres, así en general, toman cuatro horas más que los hombres para hacer tareas de limpieza y cuidados de manera gratuita. Este dato (repetido en estos días por las instituciones de gobierno) oculta que esta distribución no es en realidad igual para todas las mujeres, sino que es mucho mayor, desproporcionadamente, para grupos específicos: adultas mayores, indígenas, mujeres sin acceso a la educación formal, las niñas, las pobres o las campesinas.
Es urgente centrarnos en esta desigualdad, que no sólo es entre mujeres y hombres, sino que es entre población rica, privilegiada, y mujeres pobres y racializadas.
Necesitamos politizar el tema y decir que el trabajo de limpia es una clave histórica en el sistema de explotación contra las mujeres. Se trata de otro de los bastiones que sostiene al patriarcado: la distribución desigual de las tareas de limpieza y cuidado a nivel global consolidan un sistema de esclavitud basado en el despojo (con precarización, estigmatización y violencia) del tiempo, saberes y esfuerzos de un tipo de mujeres: las que menos tienen.
México tiene una población de 126 millones personas, pero la limpieza como actividad remunerada recae en 2.2 millones de —casi exclusivamente— mujeres, quienes dedican casi todas las horas del su día a limpiar los hogares de otras familias y después el suyo.
Pero esta actividad, que es de alto riesgo por el manejo de desechos y que genera enfermedades y discapacidades en la vejez, no enriquece a quienes la realizan; al contrario, las sume en una cadena de explotación, pobreza y enfermedades que heredan a otras mujeres y de la cual, nadie (ni la población, las empresas o el gobierno que se benefició de su trabajo) se hará cargo.
De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, el trabajo del hogar remunerado no reúne las condiciones mínimas para considerarse como “trabajo decente” ya que actualmente no cuentan con un marco jurídico ni con políticas públicas integrales que permitan propiciar el acceso a los derechos fundamentales en el trabajo, como la seguridad y la protección social.
El estudio Perfil de los empleadores de las trabajadoras del hogar en México señala que 98.3% de las mujeres trabajadoras del hogar no tienen acceso a servicios de salud, 99.2% no cuenta con un contrato escrito que especifique sus actividades, duración de la jornada laboral, prestaciones y vacaciones; y 71.3% no reciben ninguna prestación laboral adicional (excepto atención en salud).
Esto trae como consecuencia que 50.7% de los hogares al que pertenecen las trabajadoras del hogar sean pobres, en forma moderada o extrema, y que en México 12.6% de los hogares en que viven trabajadoras del hogar estén expuestos a inseguridad alimentaria grave.
Por el contrario, el trabajo de limpieza de estas mujeres es clave para que las familias a quienes les trabajan se enriquezcan. De acuerdo con la OIT, en México los “jefes” o “jefas de hogar” que contrataron servicio doméstico en el último mes de 2016 tienen mejores condiciones de vida que la mayoría de la población. El 95.5% son no pobres y prácticamente ninguno está en pobreza extrema (0.1%).
Limpia tu propia mugre
Hace algunos meses, la querida Karina Vergara escribió una línea muy contundente con respecto a este tema: “El desentendimiento de tu propia mugre significa explotación”, dijo en su texto Trabajar el hogar. Aquí podría estar la clave.
La frase me pareció muy provocadora. ¿Quién se hace cargo de los desechos que deja a su paso aquella mujer que tiene un trabajo creativo, remunerado, disfrutable y de reconocimiento social? ¿Las pensadoras feministas de este tiempo son capaces de reconocer y enunciar que el tiempo y las tareas de limpieza son centrales para que ellas puedan sentarse a pensar y crear?
Lo primero es reconocer que el trabajo de limpieza y del hogar subsiste en un contexto de desigualdad, misoginia y explotación que no permite que sea actualmente una actividad que contribuya a la autonomía y libertad de las mujeres.
Motivada por la reflexión de Karina, pienso que la autonomía de las mujeres también consiste en hacerse cada vez más cargo de los desechos que cada una genera e impedir que éstos se acumulen hasta que alguien, (una mujer en condiciones más precarias que las nuestras) los limpie. No generemos lazos de dependencias basados en distribuciones desiguales del trabajo.
También tendríamos que analizar el papel que juega la limpieza en nuestras vidas. ¿Realmente no tenemos tiempo de limpiar o en realidad no consideramos que la limpieza sea una tarea que debemos priorizar para el sostenimiento del resto de nuestras funciones?
De acuerdo con el reporte de la OIT, quienes contratan trabajo doméstico tienden a trabajar tiempos completos y jornadas prolongadas. Tal vez sea hora de hablar en nuestros trabajos sobre la necesidad de respetar nuestros horario laborales, por ejemplo, a fin de tener tiempo para otras actividades vitales para nuestra subsistencia.
No sólo nosotras, el mundo debe entender que necesitamos tiempo, dinero, conocimientos y servicios suficientes para limpiar cada quien nuestros desechos y que las casas no se limpian solas.
Es urgente reconocer la importancia de la limpieza para el sostenimiento de la sociedad. Es vital: un despacho de abogadas, un laboratorio químico, una escuela, una dependencia de gobierno, un albergue, un hospital, ningún servicio podría existir sin que la limpieza se haga todos los días.
También es momento de que el gobierno y las personas paguen dignamente por el servicio de limpieza, que es una fuente de ingreso para millones de mujeres que saben hacer esta tarea.
En mi caso, por ejemplo, he preferido no contratar un servicio de limpieza porque nunca he podido garantizar un salario suficiente que le alcance a quien lo realice para cubrir sus necesidades no sólo básicas, sino también de recreación y políticas. Se requeriría de un ingreso suficientemente alto que permita a ambas mujeres (la empleadora y la trabajadora) mantener y mejorar día con día su calidad de vida. Actualmente no sabría ni cuánto pagar por el servicio de limpieza, ya que cualquiera de mis parámetros al respecto están permeados por el costo estándar en un país en el que el trabajo de limpieza se considera como “no calificado”, en el que los sueldos en general son bajos e insuficientes y en el que, por años, la Comisión Nacional de Salarios Mínimos se ha negado a discutir y fijar un sueldo digno para quienes se hacen cargo de esta actividad.
Quien contrate este servicio tendrá que asignar un salario suficiente, así como garantizarle la estabilidad laboral, la certeza jurídica y el reconocimiento y respeto social, para que la trabajadora pueda salir de la pobreza, dejar ese empleo si así le place o enfrentar los padecimientos que se le desencadenen en la vejez.
La pobreza y las enfermedades no atendidas en la que mueren miles de mujeres limpiadoras en México también es una forma de violencia feminicida. No parece un riesgo inminente pero también es una forma en la que el patriarcado se deshace de las mujeres después de explotarlas. Su pobreza y enfermedad también son daños palpables que traen consigo las emergencias sanitarias, los desastres naturales o los conflictos sociales de cualquier tipo.
Hoy, por ejemplo, mujeres adultas mayores, con enfermedades crónicas o embarazadas, están saliendo durante la pandemia a las calles a limpiar los inmuebles de primera necesidad para que sigan operando, van de una casa a otra a desinfectar todo para que sea habitable o permanecen confinadas en sus casas sin un sueldo. ¿Es justo que nadie se haga cargo de esas mujeres que garantizan nuestra subsistencia?
La respuesta desde el feminismo a esta problemática implica a todas las mujeres y no sólo al sector de las trabajadoras. La abolición y la erradicación de esas violencias, la transformación total de ese sistema de explotación, no puede seguir siendo una respuesta individual que toma cada mujer en su casa, esto debe ser una conversación colectiva que nos lleve a propuestas transformadoras radicales, sociales y concretas.
Hoy la frase de Karina me parece todavía más significativa que antes, pues el Estado y la sociedad exigen higiene y limpieza cuando han pasado años negando reconocimiento social y derechos sociales básicos a las mujeres que siempre se han hecho cargo de ello. Si no queremos reproducir más la desigualdad social en esta materia, podríamos empezar por hacernos cada vez más cargo de los desechos que genera nuestra existencia y transformar juntas un sistema que fomenta la explotación de otras.