Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
Ciudad de México, julio de 2018.-
Desde hace algunos meses escribo e investigo sobre la vida y obra de algunas mujeres -especialmente mexicanas– a quienes se les reconoció como pioneras o transgresoras en alguna expresión artística, la ciencia, el deporte, un movimiento social o una profesión.
La tarea ha sido bellísima. Me ha enseñado mucho sobre la historia de mi país, y me ha ayudado a entender desde otra perspectiva -la de la opinión, la vivencia y la mirada de ellas- qué movimientos, procesos políticos, económicos y lucha sociales nos tocan. Esta historia me constituye y me identifica más que la que se contó sin nosotras. Las mujeres de todas las épocas dejaron rastro de su conocimiento y creación, y mirar en la historia es una piedra angular para construir una genealogía feminista, clave para definir nuestro norte.
Sin embargo, la búsqueda es casi siempre un camino de sombras, agujeros y caminos falsos. La falta de información sobre sus pensamientos y vida individual, la proliferación de datos de los hombres que las rodearon y el ocultamiento de información sobre la madre o sus vínculos con otras mujeres (muchas de ellas que influyeron en su trabajo por años y las acompañaron hasta su muerte), son características muy comunes en sus biografías.
También hay un vacío muy grande cuando se trata de su obra, de su trabajo. No hay títulos, no hay fechas o son imprecisas, no hay interpretación del trabajo ni contexto, y -en muchos casos- ya tampoco hay obra porque no se sabe quién ni dónde se archiva. Algunas veces, lo que queda de su trabajo permanece bajo resguardo de la familia o instituciones públicas que -al no reconocerlas- dejan empolvar las obras.
Un día, por ejemplo, quise buscar a una artista gráfica popular de los años 50, como no encontré muchas imágenes de su trabajo en internet, me fui a las bibliotecas y los archivos. Ahí encontré un par de datos más sobre sus aportes a esa expresión artística mexicana. Al rastrear su nombre hallé todas las obras que hizo su pareja, él sí conspicuo, pero de ella no había más que los mismos dos grabados por los que se le reconoce. Luego de investigar con mucho más esfuerzo y detalle, hallé que no sólo hizo grabados sino que también ilustró libros y que, con el paso de los años, su trabajo se enfocó más y más en retratar la organización y acción política de las mujeres más pobres. ¿Qué la influyó a virar así su enfoque? Nos va a quedar la duda.
Otra coincidencia es que casi nunca se registra la voz o el testimonio directo de la pionera, no se recuperan las entrevistas que le hicieron ni sus reflexiones escritas. En algunos casos se revelan detalles de su personalidad pero casi siempre vinculados con la forma en la que se relacionaba con sus parejas, sus padres, con sus compañeros de trabajo o con sus hijos. Por el contrario, las biografías sobre ellas sí retoman los testimonios de los hombres que las rodearon y nos afirman que fueron pioneras, cada una -según su visión- “excepcional” entre el resto de las mujeres, lo que les permitió mezclarse entre ellos y sus grupos de artistas.
Eso, aunque sea “rescatar la historia de las mujeres”, es contarla a través de los hombres y de la misoginia, es retratar a una mujer a través de lo que el patriarcado atribuye como aptitudes para asignarle un valor “privilegiado” en las relaciones sociales de acuerdo a la escala de lo que para ellos es lo importante.
Esto es clave. ¿Qué narrativa se está construyendo sobre las mujeres y sus creaciones? No soy historiadora, soy periodista y conozco la importancia del enfoque, del uso de cada palabra, y de la investigación y la jerarquizan de la información. También conozco el poder y la responsabilidad de quien documenta y escribe desde su formación, ideología y prejuicios de fondo. Desde ahí me hago estos cuestionamientos.
Hace unos días visité en la Ciudad de México una exposición sobre la vida y obra de dos artistas: Leonora Carrington y Carmen Mondragón. Hallé datos muy interesantes sobre su vida, su pensamiento y su obra. Encontré pinturas, fotografías y poemas que no había visto antes. Incluso, hasta el final o después de echarme el video completo, encontré datos sobre cómo varios hombres artistas bien reconocidos, como David Alfaro Siqueiros y Dr. Atl, respectivamente, mancillaron su obra y su imagen al impedir que se les contratara para pintar un mural, obstruir la presentación de una obra que proponía que las mujeres tenían la respuesta para construir un mundo diferente, o al descalificarlas entre otros artistas.
Esto siempre es valioso saberlo. Sin embargo, no puedo ignorar que desde las primeras líneas y palabras que leí o escuche se dibujó a una mujer enamorada de un artista. Esa sigue siendo su carta de presentación. Incluso, en ambos casos, se eligió plasmar en pared los pensamientos y la poesía que ellas escribieron para esos hombres. La exposición sobre Carmen pretende quitarle el estigma de “musa”, de “modelo erótica”, pero al poner en su espacio obras de su pareja, las cartas que escribió para él y llenar dos salas de sus fotos desnudas, creo que no deja propuesta. ¿Eran otras Fridas enamoradas de su Diego, su verdugo, su opresor?
En contraste, la poesía que ambas escribieron para sus amigas, los libros y las exposiciones que hicieron juntas, o los poemas que hablaban de ellas mismas, de lo poderosas que se sentían, no gozaron de ese papel tan protagónico. Al contrario, esto quedó en el audio en una máquina dentro de un cuarto, en la portada de un libro, o en un breve texto a lado de una obra. ¿Qué tan difícil sería contar la historia de ellas, de su trabajo, y prescindir -o nombrar en no más de una línea- su vínculo con ese hombre que -aunque se relacionó sólo 2 años con él- parece huella indeleble?
Entiendo que quienes han hecho el esfuerzo en el pasado de investigar a las pioneras tuvieron que quitar mucho más tierra de encima que yo, pero creo que es urgente rectificar, aunque se haga más esfuerzo, la forma en la que relatamos la vida y explicamos la obra y la trayectoria de las mujeres en el pasado.
Las claves para hacerlo no están escritas en los libros de periodismo, como hoy tampoco nuestra historia, así que nos toca investigar, leer sobre nosotras (las mexicanas, no sólo las extranjeras), escribir sobre las que no amaron a un hombre, sobre las lesbianas, las feministas, las campesinas, las trabajadoras, sobre las que crearon en colectivo, las que no idealizaron el poder masculino, sobre las transformadoras. Hay que escribir sobre quien no se ha escrito.
En esta ola que nos llama a organizarnos para defender nuestra libertad y alegría en medio de una cultura que reproduce con disfraces la misoginia, se suma otra necesidad: hay una urgencia, grande, de aprender a narrarnos para reescribir nuestra historia.