Luisa Velázquez Herrera
Existen claros roles de opresión que las mujeres debemos cumplir en esta sociedad, podemos resumirles en servir, es decir, servir a los hombres. De manera gráfica están los roles típicos: casarse, parir, cocinar, planchar, coger cuando el otro disponga; en otros contextos más cercanos: preocuparnos por sus masculinidades y gastar los recursos, por los que las mujeres han luchado, en ellos, la verdad es que no se me vino a la mente un ejemplo más claro. Porque que los hombres se ocupen de sus masculinidades, es correcto y pertinente, pero que nosotras les hagamos toda la chamba, he ahí otra forma de vivir en el patriarcado. No solo les cocinamos, ahora nos toca «su liberación».
Existe este sistema sustentado en las categorías políticas y económicas: hombre y mujer, en donde «mujer» es la categoría oprimida. Este sistema es tan poderoso que muta (el ejemplo de las masculinidades) y persiste aún en las subjetividades que no cumplen aparentemente su rol, hablo de las personas no heterosexuales que reproducen esa heterosexualidad basada en violentar a la otra persona a través de diferentes mecanismos y prácticas.
En fechas recientes podemos tomar el ejemplo de la película de la que todes andan hablando: La vida de Adele, que se trata justo de esto, de mujeres no heterosexuales en una relación heterosexual (violencia, posesión, monogamia, etcétera) en donde una violenta a la otra y ya, no hay resistencia, solo reproducción de los roles aprendidos.
Ante este apabullante sistema, no es casualidad que existan personas, grupos, colectividades que intenten subvertirlo. Por ello existe la lesbiandad feminista, una corriente dentro del feminismo donde la lesbiandad no tiene que ver solo con prácticas genitales, eróticas y sexuales entre mujeres, sino que es una subversión a todo este sistema heteropatriarcal. ¿Queeeeeeeeeeé? Sí, que somos lesbianas porque nos negamos a cumplir nuestro rol de «mujer», es decir, resistimos.
Resistimos a través de nuestro placer y autonomía solo entre mujeres, a través de nuestra felicidad solo entre nosotras, resistimos porque no vamos a servirle a ningún hombre ni nuestra vida girará en torno a la idea de complacerles. Resistimos porque nos cagamos en sus estereotipos de belleza, porque inventamos formas de amar o de noamar, porque nos olvidamos de la posesión monogámica, porque no queremos vivir violentadas, atormentadas por la validación. Resistimos porque inventamos formas de subsistencia económica, porque nos organizamos de forma horizontal, porque nos escuchamos, porque bailamos, nos abrazamos, nos besamos. No somos para otros, somos para nosotras, no nos importa qué opinen sobre nuestro hacer, construimos nuestra autonomía, gozamos de nuestros cuerpos, vivimos en el placer lésbico.
Hay que ser claras, no somos inmunes a la violencia, nuestra burbuja tiene límites, pero no por ello deja de ser un camino de resistencia, uno entre tantos, pero el mejor a mí gusto en estos días, por algo lo elegí. Porque por tener senos y vulva, me van a discriminar en la calle y acosar sexualmente, incluso si pueden: violarme o matarme, sí, por mi cuerpo, porque yo puedo decir que soy un dinosaurio y no una mujer, pero la sociedad igual me regresa a su asqueroso orden, que sí, hay que pensar que es diferente la experiencia de las mujeres según la clase social y origen, pero en mi caso y en el de las mujeres de mis contextos y que además son quienes me interesan porque son las mujeres con las que hablo, con las que río, los niveles de violencias que podemos vivir no son para menos, ahí están las cifras de feminicidios.
Como decía, la lesbiandad es un lugar desde donde se puede subvertir este sistema heteropatriarcal y vivir en una burbuja de placer que recomiendo ampliamente. La primera noticia es que todas podemos llegar a tal y la segunda, es que podemos llegar más rápido a través de la lesbiandad conversa.
La feminista lesboterrorista Selene Flores acuñó el término «lesbiana conversa», se refiere a las mujeres que fuimos educadas heterosexuales (todas), pero que un buen día nos dimos cuenta que era muy lógico que nos asumiéramos heterosexuales si desde nacer nos habían normado así, entonces dijimos no desde el feminismo y asumimos que no hay destino inevitable, que no tenemos que servir a ningún machirrín, deconstruímos nuestros deseos, nuestros afectos y ¡bam! somos lesbianas ahora, después de vivir en la heterosexualidad decidimos convertimos en lesbianas, somos lesbianas conversas.
La crítica a este sistema desigual me llevó a entenderme heteronormada, me asignaron el género mujer al nacer y no fui capaz de cuestionarlo hasta pasados 25 años, normaron mis sentimientos, mi vestimenta, mis ideas, normaron mis deseos, me dijeron que debían gustarme los hombres desde la infancia, a través de sus cuentos, que debía aspirar a ser madre, por medio de sus juegos, que tendría que ser delgada anteponiendo como argumento su estándares de belleza patriarcal, que debía ser delicada, usar vestido, depilarme las piernas, me pidieron reír ante el micromachismo para no parecer feminazi, «son bromas», recalcaron, «no tienes sentido del humor», sonreí. Defendí mi heterosexualidad obligatoria en el pasado, «así nací, así soy», era incapaz de cuestionar los mandatos heteropatriarcales.
Ahora que ello ha quedado atrás, me niego a seguir reproduciendo este sistema dicotómico y violento, elijo ser prófuga, construirme aparte, devenir lesbiana. Se trató de un trabajo político personal no tan sencillo. Darse cuenta de la heteronormatividad implica voluntad política y eso deriva a su vez, de la voluntad de tener voluntad política, nada fácil, pero posible.
La lesbiandad conversa es política y es feminista, no es una norma de con quién coger, porque nosotras no imponemos normas sino el sistema, la lesbiandad conversa es una subversión al heteropatriarcado en la vida cotidiana. Es importante cuestionarse los deseos, de hecho yo diría que es fundamental porque si una sigue deseando a los varones y amándolos, no hay mayor transgresión aunque te nombres lesbiana todo lo que quieras en Facebook, en lugar de ello estás burlándote de todas aquellas que ponen el cuerpo en la lesbiandad.
En mi caso por ello he acuñado el término «octosexualidad», es una burla a quienes creen que por coger o nombrar con quién cogen se hace una revolución, no lo considero así, coger con quien sea no me libera de nada si no he cuestionado y resisto ante las diferentes categorías de opresión en mi vida entera. Por eso soy lesbiana conversa, con ello enuncio que he cuestionado lo que la sociedad heteropatriarcal me dio como «natural», que estoy destruyendo la heterosexualidad en la que fui educada, que no nací de ninguna forma, que no me adscribo a los discursos de la diversidad, que devengo lesbiana porque me cuestiono y resisto, que devengo lesbiana porque no le rendiré cuentas al heteropatriarcado sobre mi vida, que devengo lesbiana lesboterrorista porque construyo mi autonomía, mi felicidad, mi placer, desligada de la validación de lxs otrxs, las normas de otrxs, que devengo lesbiana conversa porque me niego a vivir en este mundo tal y como está.
Me transgrede leerlas y me encantó compartir aula con Mariana Betardillo, en «La historia como reportaje», aunque nunca se lo dije.
Me sentí completamente identificada con lo escrito, pero me gustaría tener el valor para poder decirles a mis padres, quienes nunca me entenderán …