Por Marie Monday*
Fue un sábado cuando mi madre me dijo que me quería hablar con urgencia, algo que no me suele decir. Le llamé y me contó que no le había dicho a mi padre todavía, pero ya tenía planificado irse de la casa para separarse de él.
Unas de las primeras reacciones que me llegó a la mente – aparte del hecho de que no me sorprendió la noticia, dado que ya la habíamos esperado una de mis hermanas y yo desde hace años – fue que me sentía que mi madre ya estaba empoderada por un trabajo al cual recién había entrado y eso me dio mucha esperanza porque me imaginaba que a ella le daba mucha fuerza.
Eso fue un asunto importante desde mi punto de vista, porque mi madre pasó años cuidando de nosotros, sus cinco hijos, un trabajo de hogar enorme, y ayudando a mi padre en el negocio familiar sin tener sus propios ingresos. Es decir, a parte y a pesar de tener unos trabajos formales en los últimos años, a través de los más que treinta años del matrimonio, nunca tuvo una verdadera independencia económica.
Desgraciadamente, mi orgullo y esperanza por su independencia económica no duró mucho tiempo. Pronto me di cuenta que ya había dejado ese puesto porque el ambiente de trabajo era muy desagradable y, en medio de toda la separación con mi padre, el estrés era demasiado para poder manejar. La entendía, pero no pude dejarme de sentir decepcionada frente a la realidad de la continuación de dependencia mientras que viva sola.
La independencia económica es fundamental, porque les da a las mujeres opciones verdaderas para dirigir sus propias vidas. En situaciones de violencia este asunto es aún más marcado, porque muchas veces las mujeres enfrentan un decisión altamente difícil entre elegir la continuación del abuso y elegir la pobreza. En el caso de mi madre, yo había esperado que un ingreso fijo le ayudara estar más en control, más fuerte, y más segura de sí misma.
Al otro lado, desafortunadamente también le hubiera ayudado a parecer más “legítima” en los ojos de mi padre, un hecho que en realidad me duele mucho porque ahora entiendo que él no valora el trabajo de hogar que hacía mi madre durante muchos años ni lo veía como una contribución económica legítima.
Al final estas reflexiones me han fortalecido un análisis anticapitalista de la posición económica de las mujeres. Hasta que se valora el trabajo de hogar no remunerado, las mujeres, particularmente mujeres de color y marginalizadas, seguirán dando un subsidio al capitalismo sin una verdadera libertad.