Por Alicia González
*Nota: Este texto fue publicado originalmente en Facebook por la autora. Se está reproduciendo el texto de manera íntegra con permiso de Alicia.
Cuando salí de Torreón, después de seis años en el ITESM, y llegué al DF me sentía en un oasis liberal. Cada que veía parejas homosexuales en el metro queriéndose libremente me daba taquicardia de la emoción, en mi prepa ni siquiera lxs dejaban ir a la graduación porque «se veía mal». Acá el aborto es legal, allá no. Acá la banda toma las calles cuando los procederes del gobierno no le parecen, allá nomás cuando gana el Santos. Luego inició el ciclo escolar. Recuerdo bien cómo me sorprendía que mi profesor de filosofía fuese abiertamente ateo y que nadie se levantara en medio de la clase a decirle «yo creo en Dios». Pero lo que más me sorprendió de CU fue la facilidad con la que se conseguían drogas y el hecho de que se consumieran de forma abierta y sin consecuencias, mientras que en mi ciudad poníamos los muertos día a día. Torreón no siempre fue una ciudad insegura, antes del sexenio de Calderón la gente salía a las calles a tomar el fresco por la noche. El sexenio de Calderón fue un infierno, fue terror. Fue ver, en el trayecto a la secundaria, las huellas de la masacre de El Ferry, los charcos de sangre seca sobre la banqueta, los zapatos perdidos en el frenesí, las marcas de sangre sobre los asientos blancos. Fue presenciar como asesinaban a un hombre a escasos metros de distancia y tener la dinámica de caída de su cuerpo tras recibir el tiro de gracia grabada en mi mente durante semanas. Fue perder amigos que nada tenían que ver con el narco. Fue el ejército, la policía y las mil y un fuerzas paramilitares que se inventaron, controlando las calles, atemorizándonos. Fue el terror, el llegar a un lugar y analizar las posibles salidas y sitios para resguardarse en caso de balacera. Nos quitaron la paz, asesinaron a nuestros amigos y familiares, nos quitaron la oportunidad de velarlos dignamente, nos llenaron de angustia. Y no había a quién temerle más, si al narco o a la policía. Ahora, acá en la cdmx, en mi tan idealizado oasis liberal, la gente se sorprende de la escalada de violencia, como si en México no pasaran esas cosas. Piden fuera narcos de CU y yo me pregunto ¿A dónde los van a mandar? Se quejan de la inseguridad que sufren como si no hubiera un México más allá de la cdmx y el Edo de México, como si fuese un sistema cerrado, como si el infierno que hemos vivido en los demás estados no hubiese existido. La pregunta no es ¿por qué hay una escalada de violencia en la ciudad de México? la pregunta es ¿Cómo no habría de haberla si todo el país la experimenta desde hace doce años? ¿Qué les hace pensar que la cdmx debería de estar exenta de ella? Me llama la atención que en este oasis liberal, que en la «máxima casa de estudios» la mayoría de los estudiantes, esa pequeñísima porción de mexicanos privilegiados que logra llegar a la universidad, no logre percatarse del elitismo detrás del «Fuera narcos de CU» ¿Qué les hace creer que el campus universitario es un territorio que debe de estar exento de la violencia que azota al país? ¿Acaso la sangre de los universitarios es más valiosa que la de los mexicanos que con su explotación pagan nuestra educación? ¿De qué han servido los miles de pesos invertidos en nosotros si somos incapaces de realizar un análisis profundo de nuestra realidad? Ajá, fuera narcos de CU, mándenlos a Guerrero, Sinaloa, Coahuila, Nuevo León, Colima y todas esas «provincias» donde las balas no alcanzan a los universitarios de la Máxima Casa de Estudios, donde los muertos son daños colaterales y no loables pumitas, mándenlos a colonias jodidas, cómo van a poner la sangre los próximos científicos de México (que para ser realistas, no pasamos de ser un montón de juguetes caros, alienados de la realidad social porque nos sentimos intocables en nuestros mundos de papers, factores de impacto y niveles SNI). Hablo desde la Facultad de Ciencias, donde las «ilustres mentes salvadoras del futuro» no somos capaces de percibir que el problema del narco es un asunto multidimensional, con intereses internacionales atravesados, y cuya solución no estriba en la criminalización del consumidor mexicano (porque acá nadie habla de los gringos que nos compran la droga, de la cadena de tráfico que viene desde bien al sur y que cruza barreras oceánicas). No, acá nos conformamos con un reduccionista «No es tu amigo, es un narco». Acá, en la progresista Ciudad de México se niegan a ver el país que existe más allá de sus volcanes.