Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
Las cárceles “hacen cuerpo”. Las mujeres en condición de reclusión viven su sexualidad, su alimentación, su maternidad, su economía, su amor, su creatividad y su política a partir de normas carcelarias restrictivas y sin perspectiva feminista.
Así lo explicó en entrevista con La Crítica la Maestra Patricia Piñones, secretaria académica del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México y coordinadora del Área de Pedagogía de “Mujeres en Espiral”.
“Mujeres en Espiral” es un proyecto de investigación, pedagógico, de creación artística y de defensa legal que busca generar transformaciones en el sistema jurídico y penitenciario para promover el acceso efectivo de las mujeres en condición de reclusión a la justicia.
Reclusas invisibles
Para Piñones, si hay un lugar invisible en México, es la cárcel; y si hay sujetos invisibles, son las mujeres en condición de reclusión, ya que pocas políticas públicas se encargan de ellas.
“Mujeres en Espiral” –conformado por académicas, universitarias y activistas– nació en 2014, cuando gestoras culturales y mujeres reclusas del Centro Penitenciario femenil de Santa Martha Acatitla invitaron a la UNAM a formar un proyecto para ellas.
El primer paso fue un diagnóstico por medio del cual “Mujeres en Espiral” encontró tantas historias de desigualdad, violencia y discriminación como mujeres había en el penal.
De acuerdo con el Cuaderno Mensual de Información Estadística Penitenciaria Nacional, en enero de 2021 la población total de mujeres privadas de la libertad en todo México era de 12 mil 486. Si bien Santa Martha es un penal con una capacidad de 500 internas, en el tiempo que ha estado vigente “Mujeres en Espiral” ha habido años con hasta más de 3 mil mujeres recluidas al mismo tiempo, de acuerdo con Piñones.
El perfil de las reclusas ha cambiado mucho con el tiempo, aseguró la investigadora feminista, como reflejo de la violencia que se vive en el país. Por ejemplo, al inicio del proyecto había muchas presas acusadas de narcomenudeo, pero actualmente hay muchas encarceladas por otro tipo de delitos, como homicidio, trata de personas, robo agravado y secuestro, el delito más penado; en este último caso, por ejemplo, se trata en su mayoría de mujeres que pasarán hasta 66 años en prisión por participar (muchas sin saberlo) en una red criminal en la que desempeñaban un papel vinculado con los mandatos de género: cuidadoras, limpiadoras y cocineras.
No obstante, precisó Piñones, lo que más hay en las cárceles son mujeres pobres, con procesos viciados desde el mismo momento de la detención, porque no tienen dinero para pagar al Ministerio Público o a un abogado. “¿Cómo lo dicen ellas? ‘Lo que la cárcel castiga es la pobreza: estamos aquí las que no tuvimos para pagar un abogado, las que se nos acabó el dinero y el de nuestras familias’.”, detalló.
De acuerdo con la académica, las mujeres son defendidas principalmente por abogados de oficio, pero en Santa Martha Acatitla hay 10 o a veces hasta 2 abogados de oficio para todas las reclusas. Con base en datos recabados por “Mujeres en Espiral”, la inversión promedio de las familias para el pago de abogadas y abogados va de los 60 mil pesos hasta los 3 millones de pesos.
El penal de Santa Martha Acatitla fue construido particularmente para mujeres, incluso tiene un Centro de Desarrollo Infantil para que las mujeres estén con sus hijas e hijos hasta los seis años de edad. Esta distinción, sin embargo, no significa que la calidad de vida de las internas esté garantizada.
Un ejemplo: de acuerdo con el «Informe diagnóstico de las mujeres privadas de libertad», publicado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) en abril de 2022, en los centros de Santa Martha Acatitla y Tepepan de la CDMX, ambos femeniles, hay actividades de capacitación y laborales para las reclusas que se manejan como premios y, en algunos casos, bajo un mecanismo de buena conducta, además de que las oportunidades son mucho menores a la demanda de actividades del total de la población.
En el centro femenil de Santa Martha Acatitla, además, la CNDH documentó quejas al respecto de cobros y petición de favores por parte de personal técnico y de seguridad y custodia.
Los alimentos que se venden dentro de las cárceles son muy costosos, por ejemplo, una manzana puede costar hasta 50 pesos y hay otras frutas que simplemente no se pueden conseguir, como el kiwi, de acuerdo con en el “Recetario canero”, un libro de cocina escrito por reclusas de Santa Marta.
Cuestionar el encierro
“Mujeres en Espiral” se planteó desde el inicio trabajar con todas las mujeres sin importar si eran secuestradoras, si tenían cargos de defraudación o de otro tipo, y sin importar si eran mujeres con o sin estudios, con recursos o sin ellos. Su primer propósito fue sensibilizar y “acuerpar” a las reclusas para ayudarlas a cuestionar el encierro.
“Ese es el trabajo que nosotras hacemos: acercarnos a sus vidas, a sus experiencias y hacer un desmontaje de género, de la cárcel, porque la cárcel se hace en los cuerpos de las mujeres a través de la alimentación, de la falta de ejercicio, de la falta de sexo, de la falta de medicamentos, cuando alguien se deprime y le dan muchos chochos para que esté en paz, cuando alguien se suicida o consume drogas”, explicó Piñones.
En este proceso, apoyado por estudiantes de psicología, las mujeres en condición de reclusión pidieron a “Mujeres en Espiral” pintar los muros de colores.
De esta demanda derivaron cuatro murales: el primero, que se hizo entre 2008 y 2009, y que se llama “El grito”, porque alude al proceso de “alzar la voz por primera vez”; después, en 2010, las reclusas pintaron un muro que está en una escalera de caracol que divide a las reclusas con sentencia de las apenas procesadas, esto fue una forma de regalo entre reclusas.
En 2012, se pintó un mural llamado “Caminos y formas hacia la libertad”, que representa el callejón del beso y una enorme playa. Esto, explicó Piñones, manda el mensaje de que en las cárceles también se construye el amor. “Las lesbianas se pintan veleando, en la arena, andando en bicicleta, en esperanza. Están cuestionando todos los procesos de sujeción a las mujeres”, precisó.
En 2013 se pintó el último mural que se llama “Acción colectiva por la justicia” y muestra que de “El grito” se pasó a la acción colectiva, ya que ahora las reclusas están en un proceso de exigencia de que las leyes garanticen sus derechos jurídicos y humanos.
La organización de las reclusas, en acompañamiento con “Mujeres en Espiral”, no quedó ahí. Después de pintar los muros hicieron un libro, el recetario canero, un documental, dos cortometrajes (uno de ellos sobre cómo sobrevivieron al sismo del 2017), cuentos eróticos y varios fanzines para mostrar las condiciones de vida en reclusión, desde el trabajo hasta la maternidad y la pandemia. Todo esto lo puedes encontrar en su página web.
Con estos productos artísticos, de investigación, pedagógicos y psicológicos, las mujeres en reclusión han conseguido narrar sus historias y hacerse visibles para la sociedad, ya que, aún dentro de las cárceles, muchas de ellas siguen haciéndose cargo de sus familias.
Por ejemplo, de acuerdo con datos de “Mujeres en Espiral”, 21 de las reclusas de Santa Marta tienen hijos, 52 hijas e hijos en total, 21 adultos y 30 menores de edad. Por su situación, las reclusas tienen enfermedades como lumbalgias, migrañas, colitis, gastritis, insomnio, depresión, angustia, estrés ansiedad y mucha tristeza.
Además, cuando recién llegan, las mujeres en reclusión reciben una visita al menos una vez a la semana, pero esto cambia con el paso de los años. También con base en los datos de “Mujeres en Espiral”, 16 de ellas reciben visitas esporádicamente y cuatro de ellas hace un año que no tienen una visita.
Esto es así, explicó Piñones, porque las visitas son muy costosas. Una familia, generalmente integrada por mujeres, puede gastar de 400 pesos a 3 mil pesos en cada visita, y si viven fuera de la Ciudad de México, el gasto es en promedio de hasta mil 500 pesos. Por ello, en términos generales, las reclusas pierden a lo largo de los años todos su bienes, con pérdidas económicas que van de 120 mil pesos y hasta 3 millones de pesos por haber vendido sus casas, coches y tierras.
“Esto se hace a través del trabajo colectivo. Atravesemos los muros, llegamos a los espacios fuera de la cárcel, miremos a los abogados, magistrados, estudiantes, público en general para que conozcan quiénes son las mujeres en la cárcel porque no son esas mujeres aterradoras que no están cumpliendo los mandatos de género”, refirió Piñones.
De acuerdo con Piñones, si la política educativa o de salud en el país apenas está tocada por la perspectiva de género, dentro de la cárcel este impacto es prácticamente nulo. Por ello, “Mujeres en Espiral” recomienda a la sociedad mirarlas, dejar de invisibilizarlas, juzgarlas con perspectiva de género y bajo la presunción de inocencia, atender a sus contextos, atender a las condiciones en las que viven y el empobrecimiento de muchas, hacer sentencias y construir procesos de reinserción social a través de la política educativa que al interior se vive en las cárceles.