Ha sido un tanto difícil hallar una amistad con quien compartir con total sinceridad y naturalidad, mi pensamiento feminista. Pienso que quizás se deba a que mi ciudad es muy pequeña porque inclusive, hasta para la organización que integro, se me ha permitido formar temas en conferencias y talleres inclinados en el feminismo, pero continuamos sin encontrar el corazón feminista de Córdoba; no lo he intentando lo suficiente, pienso.
A veces resulta solitario, pues admito que fue este año en el que floreció mi interés y mi cariño por el feminismo y conforme ha crecido, también lo ha hecho mi sed por compartirlo con alguien.
Resulta que recién yo conocí el esqueleto, trasfondo y algunos antecedentes del feminismo, todo a raíz de un accidente que marcó y marcará parte de mi vida, a pesar de eso, me siento agradecida por conocer lo que siempre me hacía sentir como una persona contracorriente, hoy reconozco las ideas de otras hermanas y me enamoro de letras, teorías y el propósito que ha liberado una parte de mí contra el patriarcado.
Reconozco que he tenido que ser bastante tolerante en el transcurso de estos meses, pues muchas de las mujeres que considero mis mejores amigas continúan teniendo sueños tejidos en la expectativa patriarcal, de tener hijos y un compañero de vida, como parte primordial de su felicidad, no es que yo no lo quiera o que desprecie la idea, es sólo que intento buscar algo más allá de lo que la sociedad espera que haga durante la década de mis veintes. Me niego a ser un peón más, debo hallar la manera de ayudar a otras y compartir este pensamiento con otras
Mis amistades con mujeres las he cuidado y cosechado con mucho cuidado incluso antes de volverme feminista, aunque ha sido difícil encarar sus opiniones y decisiones cuando sé que no estoy de acuerdo, entonces es cuando recurro a la tolerancia y procuro entonces sembrar una nueva semilla en ellas, la idea de que son mujeres y eso conlleva más de lo que se nos ha enseñado.
Debo confesar que la palabra amistad para mí es sinónimo de tres nombres.
Llevo casi una década compartiendo mi vida con tres mujeres en específico: Carolina, Thamara y Jacqueline, no me imagino mi vida sin ellas. ¿Cómo podría describir una amistad entre mujeres que son rebeldes y libres sin saberlo? Por eso me gustaron y por eso, siempre me he sentido cómoda con ellas. Detesto las rivalidades y comparaciones que han caracterizado la sociedad y con el que es calificada la amistad entre mujeres, sean jóvenes o sean grandes.
Mamá siempre decía: “Las mujeres somos raras amigas” y aunque me lo decía desde muy chica, intenté demostrarme lo contrario, que no todas estamos dominadas bajo el yugo patriarcal de atacarnos y humillarnos entre nosotras.
Estas tres mujeres de mi vida son la descripción desnuda de la guerra entre mujeres desatada desde muchas décadas atrás y son la prueba de que a pesar de ello, nos susurramos ese sentimiento intacto de hermandad inquebrantable.
A Carolina la conocí a mis 15 años, recuerdo que asistí a su pequeño festejo de XV siendo acompañada de una amiga que teníamos en común, recién yo había llegado a vivir a la ciudad, me emocionaba mucho la idea de hacer nuevas amistades, sobre todo de ser invitada a todas las fiestas, lo normal en una niña de 15 años, quiero creer, y Caro, casi enseguida nos recibió con una mueca de niña malcriada, solicitando sus regalos. ¡Qué ofendida me sentí! Claro, ni siquiera me quedé en su fiesta y en los próximos 10 meses yo
taché a esa niña de mamona. Ahora me da risa porque exactamente 10 meses después, cursaríamos en el mismo de salón de clases
Lo que parecía una rivalidad, desapareció de parte de ambas porque nos pareció muy estúpido, podía escuchar su risa cuando yo decía algo gracioso en clases y viceversa, me daban risa los chistes que soltaba en ese espacio lleno de butacas, entonces recuerdo sentirme rendida y que no entendía por qué se suponía que me molestaba si en realidad teníamos más cosas en común de las que creíamos.
Nos unió la necesidad de encontrar una compañera en las risas, pero no fue eso lo que me hizo saber que quería tener a esa mujer por el resto de mi vida. En una de nuestras primeras salidas, mientras nos columpiábamos en el parque, se sinceró contándome toda la historia de su familia: La figura ausente de su padre, su mamá fingiendo no estar rendida para seguir luchando por ella en todo momento, su miedo -en ese entonces- a no sentirse querida, la segunda familia oculta de su padre.
Me sentí acompañada y tan agradecida por contarme tanto, estábamos muy jóvenes para saberlo o para diferenciarlo pero creamos una complicidad en esos momentos, hoy sé que era fortaleza de las mujeres de la que hablamos aquel día mientras analizamos cómo salvarnos de la crueldad del hombre, soñábamos con una independencia y nos prometimos ser distintas a nuestras madres. Tengo que decir que estoy orgullosa de la mujer en la que
se ha convertido.
A Jaqueline, Jaquie, la conocía como la “niña fresa” del salón, cuando todavía no terminábamos ni la secundaria. Yo jamás he sido un tanto “femenina” y pues, ella era exactamente lo opuesto a mí: empalagosamente “femenina”, con sus diademas rosas y moños gigantescos. Al principio me incomodaba la inevitable comparación que yo me realizaba con ella y su pequeño círculo, así que realmente creí que era el tipo de mujer con la que yo jamás me llevaría, hoy pienso que realmente no existen “tipos” de mujeres, quizás sólo existan diferentes versiones, pero al final, todas somos mujeres.
Nos vimos unidas gracias a los trabajos en equipo, nos abría las puertas de su hogar, donde pasé horas enteras hablando de todo tipo de cosas, hablábamos de crecer, de los maestros, de las universidades, de no querer hacer la tarea. Con Jaqui experimenté mis primeros impulsos por tener nuestro propio dinero, poníamos bazares en el patio de su casa y nos sentábamos en la banqueta esperando que la gente comprara. El cariño con el que me ha abierto una y otra vez las puertas de su casa y la manera en la que comparte de sí misma, fue lo que hizo que me enamorara de esa amistad que estábamos creando
Llevamos a cabo algunas escapadas, juntas, siendo cómplices y a mí me gustó la idea de que las mujeres con las que estaba creciendo, no estaban dispuestas a ser exactamente como nos dijeron, hoy puedo ver que desde muy jóvenes nos motivábamos a tomar decisiones y a ser seguras de nosotras mismas entre nosotras y vaya que lo hemos logrado.
Mi otra mitad Thamara fue la última que llegó a mi vida -nuestras vidas-, porque ese grupito siempre lo hemos formado sola nosotras cuatro. Ella viajaba todos los días a la escuela desde una localidad a unos cuarenta minutos de Córdoba, recuerdo exactamente el primer día en el que la vi, con su chamarra gris y su cabello recogido en cola, desde un principio pensé que era una niña muy bonita. Lo gracioso es que nunca hablaba, era y sigue siendo muy reservada, lo fue conmigo hasta que me sentaron junto a ella en una clase, entonces yo, que siempre he hablado hasta por los codos, y gracias a otras compañera, logré sacarle la platica más de una ocasión y cada vez con mayor frecuencia, siempre he pensado que
quizás no confiaba en mí o en nadie o que simplemente no le interesaba entablar amistad con las demás
A veces, de broma le digo: “eras una niña tan tranquila, hasta que llegué yo y te descompuse” y solemos reírnos juntas recordando las ocasiones en la que la castigaban en clase por mi culpa, porque sí, a veces la he impulsado a hacer o probar cosas que ella asegura, jamás haría, pero la verdad es que siento que ella siempre ha sido mi lado razonable y yo soy su lado extrovertido, juntas nos hemos complementado en tantos momentos difíciles, confusos e inolvidables.
Pienso en ellas como los amores de mi vida, además de mi madre, como mi relación más estable en últimos 9 años y en que hemos llevado a la práctica la esencia del feminismo tantas veces sin darnos cuenta: a través de la hermandad y la complicidad, a través de las pruebas y obstáculos del patriarcado y de la sociedad (todas esas rivalidades y comparativos), todo eso, nosotras lo hemos derribado, si que nadie nos dijera cómo, aprendimos a lidiar con nuestros rencores con nuestros respectivos padres y con el miedo de convertirnos en nuestras madres, exploramos la fortaleza de mujer y las ganas de ser nosotras mismas.
Claro, muchas veces hemos peleado –como toda amistad- jamás por cosas burdas, jamás por traiciones y lo que me ha sorprendido es la fuerza de nuestros enojos y la autenticidad de nuestro lazo que reconocemos en esos momentos, a sabiendas que nada podría romperlo.
Y a pesar de que no me siguen en las lecciones del feminismo que he aprendido o que quizás ellas tienen sueños completamente distintos a los míos, me acabo de dar cuenta que siempre hemos practicado amistad política y que pueda que me siga faltando mi amiga feminista pero mientras que no me falten estas tres mujeres en mi vida, puedo seguir viviendo.