Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
Ciudad de México, 2 septiembre 18.- Hace 40 años, un 28 de agosto, 83 mujeres de al menos 6 estados se postraron en la Catedral metropolitana, en plena ciudad capital. Ahí, bajo lluvia y vientos, organizaron una huelga de hambre que puso en ciernes al entonces presidente José López Portillo por lo que significaba una protesta en el corazón del país después del movimiento estudiantil del 68. Las mujeres dejaron todo para estar ahí, vendieron bienes, pidieron prestado y desacataron la norma social de no salir a la esfera pública. Todo por la única apuesta de exigir al Estado mexicano, como principal responsable, la aparición con vida e inmediata de sus hijas e hijos.
Muchas de las huelguistas -de acuerdo con lo que publicaron distintos medios de comunicación de aquella época- eran mujeres de campo, empobrecidas, que luego de tres años de peregrinar sin respuesta en las diferentes dependencias de gobierno habían entendido que no podían ceder más ante aquel gobierno represor. Entonces, pese a la prohibición explícita de no manifestarse en la plancha del Centro Histórico ni sus alrededores, las mujeres viajaron en autobús hasta el atrio de la Catedral, fingieron que iban a persignarse y luego extendieron una gran manta con letras rojas: ¡Los vamos a encontrar!.
Durmieron dentro y fuera de la Catedral, bajo sarapes, y tomaron pequeños sorbos de tehuacán con limón o probaditas de miel en cuchara. La huelga terminó un 31 de agosto, un día antes del informe de gobierno.
Al levantar la huelga, Rosario Ibarra de Piedra -madre del desaparecido Jesús Piedra Ibarra- anunció: “Nos vamos a ir. Le manifestamos al señor secretario de Gobernación que nuestra campaña por la presentación de los Desaparecidos y la Amnistía General no termina aquí, que éste es un paso con el que creemos hemos logrado mucha difusión; hacerle llegar al pueblo de esta ciudad apática, de esta ciudad que ve pasar las desgracias ajenas sin atenderlas porque no hay tiempo (…) Vamos a seguir con nuestra campaña hasta el 2 de octubre y así se lo dijimos al licenciado Reyes Heroles. Él no nos dijo que ese día nos entregaría a los desaparecidos no a los cadáveres, pero nosotros sí le dijimos que ese día volveríamos a preguntar por ellos y que lo haríamos en medio de centenares de miles de mexicanos que dirían lo mismo que nosotros”, según se documentó en el libro Fuerte es el silencio.
Al día siguiente, López Portillo informó sobre la primera de casi mil 500 amnistías para las y los presos políticos. Las madres harían 7 huelgas de hambre más y encontrarían, pese a los obstáculos del gobierno, a 150 personas desaparecidas durante la llamada guerra sucia. Entonces eran 481 personas desaparecidas, ahora van más de 37 mil, de acuerdo con el dato oficial del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Esta semana, 8 lustros más tarde, las hijas, hermanas y nietas organizadas en el Comité Eureka se reunieron para conmemorar con un archivo documental en el Museo de la Memoria Indómita, y en la misma Catedral del país, a las madres y abuelas que no sólo hicieron visible la ausencia de sus seres queridos, sino que evidenciaron la práctica generalizada de la desaparición y tortura como forma de control por parte del Estado Mexicano.
LAS MADRES Y ABUELAS, MODELOS DE DESOBEDIENCIA FRENTE AL APARATO DE CONTROL
“-Rosario, ¿no se parece esta huelga a la de las Locas de la Plaza de Mayo, ustedes de negro y plantadas casi frente al Palacio de Gobierno?
-Sí…
-Pero ésta no es una dictadura, este gobierno no es el de Argentina, Rosario.
-Pero si no actuamos puede llegar a serlo -sacude la cabeza con vehemencia como lo hace en cada ocasión en que digo algo que le desagrada- ¿Usted cree que es normal que en un país desaparezca la gente?”
Después de cuarenta años de esta conversación entre Rosario Ibarra de Piedra y la periodista Elena Poniatowska, en México las madres organizadas por sus hijas e hijos se multiplicaron en 50 colectivos y formaron una lista de miles. Además, en un mes, habrá de conmemorarse por cuarto año consecutivo la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, un hecho en el que también las madres, provenientes de los poblados más pobres de Guerrero, protagonizan -a cuesta de dejarlo todo- la búsqueda y la protesta.
Y es que de 1978 a 2018, la cosa no ha cambiado; por el contrario, el gobierno de Estados Unidos, e incluso el de México, lanzan discursos represivos que podrían asemejarse a los que en algún momento hizo Hitler, en Alemania; en contraste, en todo el mundo siguen siendo las madres y las abuelas quienes desobedecen el control y le apuestan a develar las prácticas generalizadas de control de estos Estados, según observó en el acto conmemorativo la investigadora Beatriz Torres Abelaira, responsable general del Centro Académico de la Memoria de Nuestra América.
Como muestra, dijo la también activista chilena, están las Abuelas de Plaza de Mayo (organización creada en 1977 para localizar y restituir a sus legítimas familias todas las y los niños desaparecidos por la última dictadura argentina); y ahora las Madres de los Sábados, en Turquía, una agrupación de madres de víctimas que se reúne cada sábado en Estambul para recordar con fotografías a sus seres queridos desaparecidos o asesinados durante el golpe militar de 1980.
A estas protestas que dice la investigadora se suman las Madres de Abril (o de cada mes), que aún marchan en Nicaragua para denunciar la desaparición o ejecución de sus hijas e hijos durante la crisis sociopolítica que atraviesa ese país; y la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD), que surgió durante la dictadura de Chile, cuando un grupo de mujeres, quienes se encontraban frecuentemente en los lugares de detención donde los agentes les decían que habían llevado a sus hijas e hijos, se dieron cuenta que nunca recibían información y decidieron organizarse.
En Guatemala, en 1992, en el contexto de golpes de Estado y creación de grupos paramilitares, surgió la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos de Guatemala (FANDEGUA) integrada en su mayoría por mujeres que acompañaban procesos judiciales en contra de militares que perpetraron estos crímenes; y en Colombia, en 1999, surgieron las Madres de la Candelaria, formada por un grupo de mujeres que se reunían todos los viernes en el atrio de una iglesia para recordar a sus seres queridos asesinadas y asesinados en el contexto de la guerra y el narcotráfico.
Ellas -explicó Torres Abelaira- reconocen que ni los partidos políticos, ni el sistema jurídico, ni el sistema legislativo le darán ningún tipo de apoyo ni le tomarán interés, sino que están ahí para protegerse entre ellos. Por eso, las mujeres deciden organizarse a pesar de que la mayoría de ellas, algunas que ahora se han convertido en líderes mundiales, reconocen que antes de la desaparición de sus hijas e hijos no tenían ningún conocimiento sobre política o movimientos sociales, detalló la investigadora.
La realidad transformó a las madres y abuelas en entes sociales y políticos, en dirigentes de derechos humanos que fueron capaces de articularse de tal manera que han incidido en la legislación internacional, en sus propios países y en empujar leyes que busquen la verdad en los tribunales. Es decir, no han sido ni las universidades, ni los abogados; es la sociedad, esa sociedad que cuando se encuentran con la realidad se transforma en verdaderos motores, agregó.
Abelaira recordó que las mujeres que hicieron huelga de hambre hace 40 años en México en realidad no se enfrentaron nada más a Echeverría o Díaz Ordaz, ya que a ellos no se les ocurrieron los actos represivos “tomándose un café”; “no, a lo que ellas se enfrentaron fue ese monstruo que es el aparato de control, el terrorismo de Estado y sus formas capitalistas de dominación”.
Por eso, dijo, la justicia en las instituciones ahora está al servicio del poder. Es decir, los gobiernos, los estados, están muy bien estructurados para defenderse y para imponerse a las familias. “No nos podemos olvidar que a Pinochet lo salvó el gobierno democrático de Chile. En México, no hay nadie castigado por el Halconazo (que derivó en el asesinato de un grupo de estudiantes). Es decir, el aparato lo salva, el aparato no lo toca, es un sistema opresivo en todos los sentidos”, pero frente al que las madres se organizan para evidenciarlo, para esclarecer los hechos, saber la verdad y garantizar que no vuelva a repetirse.