Por: Andrea Ávila
Este fin de semana se celebró, como todos los años, el día internacional del orgullo LGBTTTIQ. Sin embargo, a nivel político y social, este año, el festejo fue especial. El último mes ha sido uno de muchos logros en la comunidad LGBTTTIQ.
Desde que el pasado 19 de Junio, la Suprema Corte de Justicia de la Nación diera aviso de que es inconstitucional la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo en México, se abrió un nuevo camino para el activismo en la lucha por el derecho al matrimonio en el país. Posteriormente, el 25 de junio, el presidente de Estados Unidos Barak Obama, dio a conocer la resolución de la Suprema Corte de ese país, que el matrimonio entre personas del mismo sexo sería legal en todo el territorio estadounidense. El presidente Obama dio un emotivo discursoi el cual culminó con el hashtag #lovewins (el amor gana) en su cuenta de Twitter.
Las redes sociales se dispararon con banderas, mensajes de apoyo de celebración con hashtags como #lovewins #loveislove de miles de asociaciones y personas a favor de esta decisión. A la par, hubo mensajes de preocupación y de odio de los grupos conservadores. Legisladores panistas y comunidades religiosas en México, hicieron un llamado a la #defensadelafamilia.
En lo personal, debo admitir que hay cosas que sí me emocionaron en estos días. Y es que a veces entre tanto feminicidio, violencia, impunidad, crímenes de odio, discriminación, abusos, etc., cualquier rayo de luz me mantiene viva a mí y a mi esperanz para seguir generando cambios. Pero, a pesar de la euforia, de las muestras de aprobación y de apoyo de cientos de personas heterosexuales, de empresas nacionales y transnacionales, de asociaciones, instituciones e incluso de distintos gobiernos, incluyendo al mexicano, hay algo que no me cuadra del todo.
Me cuestiono, ¿cómo continuar la lucha sin perder los derechos recién conquistados?
Primero que nada, sí quiero festejar. Me parece muy simbólico todo lo que está pasando y, sobre todo, porque es resultado de la lucha (y muerte) de miles de personas que han buscado la igualdad desde hace siglos (por cierto, esas primeras personas fueron feministas).
Y como me pasó a mí con la aprobación del matrimonio igualitario en Estados Unidos y la reciente victoria en el Estado Mexicano, vino un gran festejo nacional. Pero, ¿qué festejamos? Esta decisión implica que los homosexuales ahora somos para el Estado iguales que los heterosexuales. El punto es la igualdad, ¿o no? ¿O será que festejamos que los homosexuales ya estamos dentro del sistema patriarcal? Que el Estado nos acoge, nos incluye. Pero, ¿cuál es la trampa? Posiblemente sea que ahora debemos acatar sus normas sexogenéricas, aún como minoría, pero dentro de un nuevo binomio: Heteronormados/LGBTTTIQ. Ahora todos los que estamos fuera de la heteronorma, tenemos un día, una imagen y una misma ideología: el amor igualitario, ¿realmente es así?
Una de las grandes diferencias ideológicas entre muchos grupos lesbofeministas y los grupos LGBT es que los grupos feministas rechazan el sistema heteronormado y todas sus implicaciones; sin embargo, los grupos LGBT buscan formar parte de él, ser incluidos. Lamentablemente la lucha feminista y LGBT se han separado desde hace ya varias décadas, desde que el movimiento LGBT entró a la bolsa de valores.
El movimiento LGBT se ha vuelto, como parte del mercado, un asunto de promoción política (video de Hillary Clintonii), de comercio (video de Burger Kingiii), de popularidad, de ratings, etc. Aunque también, hay que reconocerlo, de logros dentro del sistema, como el acceso al matrimonio igualitario.
No obstante, la lucha del movimiento LGBT pareciera que ha diluido su filosofía inicial conforme el mercado le ha dado cabida, en particular a los hombres homosexuales blancos, que han sido permitidos en círculos heteronormados ya desde hace varios años. Los activistas LGBT han aceptado formar parte del sistema, siempre como parte de una “otra” categoría; de una minoría que funciona de alguna forma como la excepción a la regla.
Hoy me siento ante una disyuntiva entre tomar lo que el estado, sociedad, instituciones, medios de comunicación nos dan como categoría de minoría, o simplemente rechazarlo porque aspiramos a más. He escuchado posturas muy diversas. Unas que dicen que tomarlo implica desistir de la verdadera lucha, la lucha original detrás del movimiento de liberación homosexual, que implicaba rechazar la discriminación y la homo-lesbo-bi-transfobia, buscar la verdadera igualdad de derechos, tratos y condiciones para todas las personas. Otras posturas ven en estas acciones resultados y logros de una batalla de décadas que, si bien está lejos de acabarse, ha logrado cambios históricos en los últimos tiempos.
En lo personal, creo que es necesario mantener una postura crítica. No significa renunciar a los derechos, privilegios y visibilidad que ha costado sangre, literalmente, a muchos compañeros de lucha. Tampoco siginifica pensar que la lucha está ganada y bajar la guardia. Eso es otra cosa.
Mi postura es que debemos seguir estratégicamente posicionándonos, tomando el terreno que nos den y… siempre un poco más. Seguir avanzando dentro del sistema, no porque pensemos que es todo lo que merecemos, sino porque la visibilidad se ha vuelto la mejor estrategia dentro del mercado.
Pienso en películas como Matrix, donde a pesar de que reconocemos el sistema y analizamos sus mecanismos, hay batallas que sólo podemos combatir desde dentro; desde los espacios públicos, los espacios heteronormados, hasta ahora ajenos a la lucha social.
Si el movimiento LGBT es un mercado, que lo sea. Podemos o no asumir los privilegios, pero no dar pasos para atrás, sólo para adelante. Si para ser visibles y tener participación política, hay que votar, estar en todos los espacios, trabajar en instituciones, hacer políticas públicas, casarse (como medio de presión), ¿por qué no hacerlo? Son las estrategias que funcionan ante el sistema imperante. El punto es desenmascarar el sistema para nosotras mismas, desengancharnos de sus significados y resimbolizarlos a favor de nuestra lucha. Algo así como el dicho de: más vale maña que fuerza.
Si bien sabemos que la lucha por los derechos y la igualdad de todas las personas, no es una lucha rosa, no es una lucha por el amor romántico, sino más bien una lucha por la libertad, por la vida, por la dignidad. Es una lucha que ha dejado muertes, dolor, injusticia, sufrimiento a millones de personas hasta nuestros días.
Sin embargo creo, que si lo que se necesita para sensibilizar a la sociedad son corazones, y símbolos globales: como #lovewins, #loveislove, entre otros, me parece que hay que hacer uso de ellos. Sabemos que parte del sistema capitalista, es que construye un rechazo generalizado para ver el sufrimiento de otros, ya sea en esta lucha o en otras.
Pero el llamado al amor suele tener un efecto moralizante en las personas. El amor se percibe como bueno, se cuela en la barrera de la represión del sistema, y aunque la mayoría no se quiera enterar del sufrimiento que hay detrás, la presión social funciona, está funcionando.
Tal vez ver la realidad de frente es difícil para muchas personas. Pero si la mayoría si puede ver el derecho al matrimonio, desde el mito del amor romántico, y piensan que nadie merece perdérselo, me parece bien, si eso implica ganar derechos.
Con la visibilidad de los movimientos LGBT, las personas heteronormadas se han ido dando cuenta de que todas ellas tienen un familiar, amigo, vecino, cuyos derechos están siendo pisoteados, cuya vida está siendo amenazada, cuya dignidad está siendo violentada.
Tal vez en unos años se entienda que el matrimonio no es una cuestión de amor, es una cuestión de derecho, de igualdad, de equidad, de existencia. Pero eso queda en segundo plano.
Mientras tanto, que sobreviva el amor en todas sus formas, y tomemos un respiro para festejar los logros. Ya mañana seguiremos con la lucha.
Fuentes:
i http://edition.cnn.com/videos/us/2015/06/26/obama-same-sex-marriage-supreme-court-entire-speech.cnn
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