15 de abril 19, Ciudad de México.- Últimamente leo a muchas redactoras, reporteras, articulistas y blogueras muy interesadas en escribir sobre las mujeres, y he leído o escuchado a varias que coinciden en una reflexión central: ¿cómo hacerlo de una forma que no replique mandatos de género, sexismo o discriminación a través del lenguaje? o ¿cómo hacerlo desde una voz que enfatice que la vivencia de la que hablamos es nuestra y que somos NOSOTRAS las protagonistas de esas historias?
Para muchas -según hemos conversado- la respuesta está en escribir desde la “perspectiva de género”… pero ahí me detengo, porque una cosa es la “perspectiva de género” y otra muy diferente es la perspectiva feminista.
Por ejemplo, la periodista Lydia Cacho aseguró en el prólogo Hacia la construcción de un periodismo no sexista que: “el periodismo con perspectiva de género no es periodismo de mujeres. Su función es renovar el lenguaje para hacerlo socialmente incluyente para que, en lo real y en lo simbólico, toda la población se vea y se reconozca”.
Coincido: la perspectiva de género en el periodismo no pretende nombrarnos como sujetas protagónicas de las noticias; el periodismo desde la perspectiva feminista, sí. Y es que ¿qué tendría de malo hacer sólo periodismo de mujeres? En el contexto de violencia y explotación económica que vivimos en México por razón específica de sexo, yo diría que hablar de la condición social de las mujeres como una especialización del periodismo es necesario y urgente.
Y luego, parece contradictorio querer transformar el lenguaje en lo real y simbólico para que nos reconozcamos pero sin nombrarnos. Pienso que producir nuevos o revertir algunos discursos mediáticos nos conduciría a una transformación real del lenguaje siempre que no nos conformemos con el uso de sustantivos con género gramatical ambiguo.
Es decir, busquemos en el lenguaje ser sujetas enunciadas e, incluso, generadoras de nuevos signos y significados.
Algunas feministas de la diferencia, como la semióloga Patrizia Violi, han analizado el lenguaje y han concluido que, en tanto se reproduce en un sistema patriarcal, es androcéntrico; es decir, toma al hombre adulto como centro y principal referente para definir “lo humano”; así, para ser consideradas humanidad, las mujeres tienen que definirse y reconocerse dentro de lo masculino. Esta fue la regla para el uso extendido del masculino en el lenguaje.
“El sujeto que habla, que describe, que analiza, en definitiva, el sujeto del discurso, es siempre el sujeto masculino y es su deseo, su situación y su lógica la que determina la perspectiva de la realidad”, dice la semióloga.
El lenguaje inclusivo es exactamente eso; especialmente en el uso de la “e”, que de entrada como pronombre (le) se usa cuando el referente es un hombre y se admite únicamente para el masculino singular; sin embargo, ahora se usa como parte del lenguaje inclusivo para referirnos también a las mujeres, aunque esto implique no usar el morfema “a”, que designa al femenino.
En los discursos que se reproducen en los medios de comunicación, las diferencias son centrales.
Mientras la perspectiva de género insiste en incluir en el relato a las mujeres (para demostrar que somos iguales o parecidas a los hombres, y que somos parte del sistema patriarcal y capitalista que envuelve a ambos), la otra perspectiva propone convertir a las mujeres en las sujetas protagónicas de la noticia y mostrar, en las diferencias, su propia capacidad creativa para transformar.
A continuación te compartimos algunas claves para entender mejor estas diferencias:
1.- Escribamos en femenino.
Recién leí una nota de El Universal que se titulaba Con carteles, alumnos de Prepa 6 denuncian acoso de maestros, aunque todas las que protestaban eran mujeres. También leo o escucho con mucha frecuencia el “nosotras como seres humanos”, en lugar de humanas y “pensar en el otro” para referirse a la otra; por decir algunas.
Es la regla básica: se escribe “las humanas”, “nosotras”, “las integrantes”, “las mujeres”, “las niñas”, “las trabajadoras”, “las campesinas”, y usamos las categorías del lenguaje destinadas exclusivamente al femenino.
Escribir sobre nosotras o sobre otras mujeres en masculino nos invisibiliza, nos niega y además es impreciso.
2.- Hagamos de lado el lenguaje inclusivo.
Las redacciones ya admitieron que el genérico masculino “los” ha invisibilizado a las mujeres por años. Admitir eso se ha vuelto “políticamente correcto” y ayuda a atrapar audiencias femeninas.
Sin embargo, esta estrategia discursiva -refugiada en “la economía del lenguaje”- perpetúa una de las peores formas de la simulación:
El lenguaje inclusivo recomienda el uso de palabras como la “juventud”, la “infancia” o el masculino “les”, en lugar de “las jóvenes”, “las niñas”, lo que nos permite evidenciar mucho mejor la participación de las mujeres en los hechos noticiosos.
Ya sé que van a decir que tienen pocos caracteres. Bueno, otra regla: cuando las mujeres son mayoría dentro de un colectivo o grupo, entonces usamos el artículo femenino “las”.
Por ejemplo, si escribimos sobre un grupo donde hay 8 trabajadoras y 2 trabajadores, se vale escribir “las trabajadoras”. ¿Por qué? Porque son mayoría y el femenino en las plantas representa una de las características genéricas de ese grupo.
Pero de verdad reflexionemos ¿Cómo es que los términos inclusivos podrían visibilizar nuestra existencia si seguimos sin nombrarnos efectivamente?
3.- Evidenciemos que somos sujetas protagónicas de la noticia.
El lenguaje inclusivo no sólo ha impedido nombrarnos, sino que también nos niega como sujetas: oculta nuestro papel como agentes de cambio e impulsoras de la transformación social.
Por ejemplo, durante años se escribió en los medios de comunicación titulares como Los padres que buscan a sus hijos desaparecidos o Familias de hijos desaparecidos.
Esto impidió ver dos elementos noticiosos claves para entender los contextos diferenciados de opresión entre mujeres y hombres:
1) las que buscan son principalmente las madres y hay una razón (que también aporta datos y contexto a nuestras piezas periodísticas): el continuum de la violencia contra las mujeres (que se expresa en maternidades solas, abandonos por parte de sus parejas o violencia en los hogares), a esto se suma el contexto de pobreza en la que las mujeres enfrentan una desaparición, y la discriminación y estigmas que viven por permanecer en la búsqueda.
2) a quienes buscan son muchas veces sus hijas, y es que en México al menos 95% de las víctimas de las redes de trata son mujeres jóvenes que son secuestradas para fines de explotación sexual comercial.
O como en el caso de la nota de El Universal que pusimos arriba; la cabeza omite señalar que las que se organizan para denunciar el acoso sexual en las universidades son exclusivamente las alumnas porque ellas enfrentan esta violencia de manera sistemática y porque los alumnos y maestros muchas veces hasta las agreden y descalifican por esta labor.
4.- Nombremos la violencia y el cuerpo de las mujeres por su nombre.
El feminismo se ha encargado de incorporar un catálogo de nuevos términos que nos permita existir: nombrar nuestra realidad y lo que nos importa.
Por ejemplo, así surgió el término feminicidio definido en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, donde -por cierto- también se definen otras formas de violencia contra nosotras.
En este sentido, también se ha extendido el uso de la palabra vulva, que nombra nuestros genitales más allá del “aparato reproductivo”.
Hagamos uso siempre de estos conceptos para referirnos a cada una de las violencias que atravesamos, o para referirnos a los órganos de nuestro cuerpo a los que el lenguaje androcéntrico -por estar fuera de la vivencia del hombre adulto- no nombra.
Por cierto, aún nos queda un camino muy largo para inventar palabras que nos permitan nombrar por completo nuestra existencia, pero no sólo en los hechos tangibles, sino primordialmente en el campo de las emociones.
5.- Usemos la palabra Mujeres y no el singular.
Cuando nos referimos a la población femenina pero usamos el término mujer (así en singular), lo que hacemos es invisibilizar que existen muchas formas de ser mujeres y que estamos atravesadas por la clasificación racial y económica que hacen de nosotras, que somos miles, que somos distintas entre sí y que no respondemos al mandato patriarcal que ya definió para nosotros un “ser mujer”.
Enunciemos los otros sistemas de opresión que nos afectan; no es lo mismo decir “la mujer mexicana” que decir “las mujeres mexicanas, entre las que hay indígenas, lesbianas, afrodescendientes, directoras de empresas y trabajadoras del hogar, etc”.
6.- Desvelemos la condición social de las mujeres a través de los conceptos.
Preguntemos a nuestras protagonistas, nuestras fuentes, qué término la enuncia y cómo quisieran ser nombradas.
Así, preguntándoles a las sujetas de la noticia, se reivindicó el término “señora del aseo”, “muchacha” o «empleada doméstica», por “trabajadora del hogar”: una denominación que nos recuerda que esas mujeres son sujetas de derechos, no “amigas domesticadas de la familia”.
Otro término es el de “mujeres en condición de explotación sexual comercial”, para referirnos a las mujeres en contextos de prostitución. Este concepto no es exclusivo de quienes son víctimas de la trata de mujeres, sino también de aquellas que prevalecen en esos contextos por el sistema capitalista y patriarcal que nos envuelve.
Al llamar a estas mujeres “sexoservidoras”, como hacen varios medios, se refuerza la idea de que el cuerpo de las mujeres es para el servicio de alguien más, ¿para el servicio de quién?
Y en la media de lo posible, respetemos en el relato la voz de la que nos narra; es decir, buscamos trasladar al relato las expresiones que ellas utilizan para hablar y que denotan su condición social y su lengua materna. Esta es otra forma de existir a través del lenguaje.
7.- Comuniquemos a nuestra audiencia de mujeres.
Aunque parezca que no, en nuestro pensamiento también impera una lógica androcéntrica que muchas veces dicta el orden y el contenido de nuestros discursos y nuestra información.
Aunque hablamos de las mujeres a veces terminamos dirigiéndonos -con el mismo tema- a los hombres. Creamos discursos para convencerlos -desde sus lógicas y en sus términos- y matizamos para que “nos lean”, “no se enojen” y no sientan que “los regañamos”.
Total, un texto que podría servir para reflexionar entre nosotras sobre una vivencia compartida en la que la mujer que nos lee podría identificarse y reconocerse, se vuelca en un discurso para una audiencia masculina que conducirá el debate a los términos que conoce; es decir, la interpretación de la mirada masculina, que no pasa por la experiencia encarnada y consciente de ser mujer, pero sí por el lugar del beneficio que le toca a ese hombre en el patriarcado.
8.- Tomémonos en serio la tarea de escribir sobre nosotras.
La academia y las redacciones nos forman como guardianas del lenguaje avalado y certificado por un grupo de hombres consagrado en la Real Academia Española. Sí, esos mismos que rechazan el uso de “las” y “los” por considerarlos “innecesarios”, “repetitivo” o «complicado para la lectura de los textos”, pero que incluyen en el Diccionario el insulto feminazi.
De hecho, en las empresas de comunicación prevalecen fuertes estigmas y rechazo contra quienes cuestionan el masculino genéricos y proponen nombrar a las mujeres más allá de los términos inclusivos. Y ésta es una batalla de todos los días.
Por eso, este texto es una provocación para dudar de las reglas (incluso las que parecen novedosas) que rigen el periodismo en términos de la escritura, de quienes nos piden respetarlas y honrarlas, y hasta de quienes bajo la bandera del feminismo construyen estrategias para que las mujeres, y no ellos, concedamos y maticemos para que nos permitan entrar en sus espacios.
Vamos, que este texto sea una invitación -debatible, si quieren, en varios de sus puntos- a crear; construir nuevos y propios espacios mediáticos; y reinventar nuevas formas, en lo profundo y no sólo cambios superficiales, para nombrarnos, expresar nuestra existencia y relatar ese otro mundo posible que todos los días inventamos.
Hola, es un gusto conocerte (por lo menos leyendote), tu narración me ha enriquecido bastante y ha dado un sustento más sólido y desde el punto de vista de una mujer más informada a mi pensa y creencia de este tema, el cuál coincide con mi pensamiento.
Muchas gracias, felicidades
Ansiosa de leerte más.