Por Patricia Karina Vergara Sánchez 

 

Hace muchos años, las estudiantas más jóvenas se acercan a mí para contarme cosas como que se rompió el condón mientras tenían sexo con un chico; que el condón “se perdió” adentro de ellas, o que no están seguras, pero creen que el tipo se lo quitó mientras las penetraba. También vienen a decirme cuando tienen siete días de retraso, 10 días o dos semanas.  (Esto por no mencionar hoy los casos de violencia sexual).

Siempre les doy el nombre de la pastilla del día siguiente; el link de los abortos en casa; de los hospitales de la ciudad; las contacto con amigas que acompañan, o, en ocasiones, las acompaño yo misma el aborto, según el contexto de la situación.

Hace mucho perdí la cuenta de cuántas situaciones recibo al año de estos tipos.

Ellas le cuentan de mí a la chica que trabaja en el puesto de las gorditas, a la señora de la limpieza o a la mamá de su compañera. Termino convirtiéndome en la señora que da información sobre sexualidad y embarazos no deseados de la zona.

También, pego trípticos de información sobre salud en los baños de mujeres de las escuelas o dejo en los espejos teléfonos de clínicas de abortos, pongo murales de prevención de embarazos no deseados, hablo en clase sobre sexualidad no obligatoriamente coital… etc.

En el otro lado del espejo, cuando hablamos en grupo de placer y de sexualidad, la mayoría de ellas no conocen los orgasmos con sus parejas hombres, aprendieron a masturbarse muy mayores o no lo hacen y no mencionan el clítoris cuando hablan de sus ejercicios sexuales. Muchas de ellas cuentan que son las caricias o los discursos de amor lo que más les gusta o, francamente, tienen curiosidad a ver si experimentando con frecuencia sienten el placer intenso que anuncian las series y películas de moda… o el porno.

Ayer por la tarde, me llamó una mujer estudiante muy brillante, y a quien aprecio; tiene varios días de retraso.

Tras la llamada me he quedado pensando en el terror que se trasluce en las vocecitas más jóvenes cuando piensan que pueden tener un embarazo no deseado. Es su vida y su futuro el que se pone en peligro en cada encuentro coital con un varón.

No puedo más que sentir un profundo enojo. ¿Por qué, cuando deberían estar estudiando para su examen, están contando días y tratando de recordar qué prácticas de riesgo tuvieron este mes?

Hace años yo repetía el discurso de que las mujeres deberían poder elegir su vida en la fuera de la heterosexualidad si lo deseaban.

Ahora me arrepiento de ese discurso, pues en un régimen político, no hay elección posible. No se trata de invitarlas a que elijan, se trata de expresarles explícitamente que es posible y necesario resistir a la imposición de una vida al servicio del régimen.

En este sistema, sólo hay el mandato que se impone sobre cada persona sujeta a él y la heterosexualidad es un mandato terrible que surge para someter a las mujeres a servir con sus cuerpos-trabajo, con su capacidad paridora, con su sexualidad y con sus afectos a este sistema.

No está bien perpetuar la mentira implícita hacia las mujeres del único “gusto” o “deseo” de la sexualidad compartida con varones, cuando en el régimen político de la heterosexualidad el mundo alrededor está diseñado para hacernos creer en ese deseo o gusto que es de total utilidad para someternos a su servicio.

No es casual que sea el discurso general, el de los padres y el de los abuelos, lo que se proyecta en los medios, en la religión, el discurso de la medicina hegemónica, la presión en la calle, los cuentos infantiles, la educación escolarizada y hasta los sueños del vestido blanco. Todo ello apuntala al régimen.

En forma paralela, se oculta intencionalmente que puede ser de otro modo. Hay tantas mujeres, tantísimas que nunca han escuchado que es posible desobedecer esos mandatos o hay a quienes se les ha hecho creer que desobedecer es ridículo o monstruoso. Ése es el régimen actuando.

Es necesario susurrarnos unas a otras al oído la necesidad-posibilidad-esperanza-urgencia-indispensable de escape, de fuga de la jaula, antes de que cierren los candados de las cadenas ya preparadas para sujetarnos.

Uno de los primeros y dolorosos impactos de la imposición de la heterosexualidad es la introyección de ésta. Es impuesta desde la infancia, por lo que, cuando se ejerce activamente, el imaginario construido de la sexualidad es que ésta sólo es posible de forma heterosexual. Ese es el primer gran grillete que se pone a los tobillos de las más jóvenes para que no puedan huir.

Si no están buscando embarazarse, entonces ellas exponen su salud, su cuerpo, sus afectos y sus sueños futuros en cada acto en donde un hombre eyacula dentro de su cuerpo. Como en una ruleta rusa que puede convertirse en padecimientos, infecciones, enfermedades, en actos incontables de violencia, en hijos no esperados.

La pesada cadena de acero se cierra en torno a sus cinturas cuando llegan los embarazos no deseados, incluso, si logran escapar de ese embarazo, el peligro para su cuerpo va de por medio en ese escape.

Un embarazo llevado a término significa que el grillete cerrará en torno a su cuello y que por muchos años estará condenada al trabajo reproductivo con escasa ayuda y con el señalamiento y escarnio social por haber sido atrapada tan joven. «Madre luchona», le dirán con desprecio.

Esto lo sabe cada una de ellas/nosotras, lo tienen constantemente presente y, sin embargo, se mantiene la puesta en riesgo cada día del cuerpo y vida de las mujeres para seguir siendo exprimidas por este sistema que explota sus trabajos; les exige y les pone trampas que les obligan a parir hijos e hijas que den continuidad a esa explotación.

Por todo ello, rebelarse al régimen heterosexual, negar nuestros cuerpos y afectos a la heterosexualidad obligatoria alcanza ya una urgencia evidente.

Podemos seguir acompañando en la distribución de las pastillas y los abortos necesarios como opción de escapatoria, ante la emergencia para nuestras compañeras. Sin embargo, es bien insuficiente, mientras colaboremos en la educación, en el discurso, en el servicio al mantenimiento en la heterosexualidad como única forma posible de vida para nosotras, mientras no seamos capaces de comprender la heterosexualidad no como una opción, sí como la punta del cuchillo en el cuello de las mujeres que nos obliga a la esclavitud.

Si no nos soltamos de esas cadenas, la pesadilla no va a detenerse.

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La Crítica