Mi cuerpa, mi cabella, mi cara, han sido invadidas, utilizadas y menospreciadas por voces, gestos y miradas violentas que me han lastimado el alma, principalmente las expresadas por mí y por las personas cercanas.
Ha sido un camino reflexivo, sensorial y de sanación donde mi percepción ya empezó a cambiar con base en cómo me veo y qué es lo que quiero expresar. He iniciado la desconstrucción de mi mirada, aunque falta seguir construyendo desde el amor hacía a mí para no volver a olvidarme frente a los miedos e inseguridades.
Comprendí que el miedo no era “desconocer alguna técnica o teoría de cómo capturarme”, sino que respondía a la imposición sobre cómo debo pensarme y verme; y la respuesta está en cómo sacudirme en la cotidianeidad de esas normas que dicta este sistema heteropatriarcal para así pensarme y crearme desde mi visión, desde mis reglas. Y no sólo eso, sino compartir esas desconstrucciones y construcciones con todas, porque es una forma de mirarnos, reconocernos y rescatar nuestras esencias.
Ya no sólo me vi como una sombra en el espejo, me volví a observar y con ello me reconocí diferente, como una cuerpa con memorias y movimientos que está en constante cambio, la cual debe rescatar su fortaleza y saberse libre de ocupar espacios. Cubierta por vellos que en muchos momentos han servido de protección porque me alertan y al mismo tiempo acompañan con armonía mis brazos, torso y piernas.
He empezado a apapachar y cuidar mis pies, a quienes dejé de admirar y agradecer por toda la fuerza y conexión que me dan, y el trabajo es dejar de exigirles que sean los únicos que me proporcionen energía porque ésta debo generarla y cuidarla en cada parte de mi, intentado soltar lo que está de más y sólo busca opacar este caminar.
Después me detengo a acariciar ese vientre que he odiado a causa de los fuertes dolores por los quistes que parece que nunca dejarán de aparecer; y abrazo a esa espalda que he lastimado por querer que me sostenga cuando sé que está cansada. Además de presionarla, así como a mi pecho, para que protejan de mis pulmones y corazón, que hace tiempo sufrieron una lesión.
Me traslado hacia mi cara y con mis dedos fríos tocó mis ojos, que en ese momento están humedecidos, porque de un tiempo para acá simplemente expresan una cuerpa cansada y olvidada, pero que buscan recuperar la luz y fluidez, incitando en ese trabajo a ese cabello avergonzado (por su textura diferente) a esponjarse y descontrolarse para así desprenderse de las ligaduras y que cada cabello se levante con rebeldía, revolucionando mi ser.
Y así entre una autopercepción donde sólo encontraba defectos ahora he podido mirar que todo este daño proviene de exigencias que poco a poco construyeron bloques mentales con la intención de provocar pesadez e inseguridad, pero que quiero desechar para moverme ligera como una hoja pero con la fortaleza de un árbol que desde hace décadas nutre su raíz. Porque no entiendo mi existencia y armonía sin cada aspecto natural que conforma nuestra tierra y universa.
Una transformación que concibo alejada de la individualidad y cercana a la colectividad porque permite rescatar y compartir las voces, visiones y luchas de las mujeres del pasado y del presente, a quienes se intentan invisibilizar y silenciar a partir de diferentes tipos de violencias, para que no nos podamos identificar, reconocer y unir a aquellas rebeldías contra el machismo, la discriminación, explotación y objetivización.
En mi caso, al aceptar que la imagen fija y en movimiento ha invadido enormemente mi cuerpa e influenciado mis ideas, con la construcción de un “deber ser” que concluye en un único modelo de “belleza” que acata a una falsa “perfección”, es donde quiero ejercer esta labor de acuerpar y comunicar nuestras inteligencias, diversidades y creatividades.
Para mí un autorretrato era la búsqueda que parecía eterna frente a los momentos esporádicos de conseguir plasmarme en una imagen porque ese día podía evadir mis inseguridades con la expectativa de gustarle a alguien.
Sin embargo, ahora significa un espacio de reflexión, autoconocimiento y aceptación donde puedo profundizar para trabajar miedos y estigmas que he creado y alimentado alrededor de mí. Es un lugar incómodo porque me observo y siento, pero que mientras pasa el tiempo me da seguridad y tranquilidad, ésta última tan buscada en los últimos meses porque no había podido refugiarme en lo único donde creía encontrar paz, que es la soledad entre los árboles, ríos, lagunas o mar.
Sé que el camino hacia la deconstrucción de mi mirada y autopercepción seguirá siendo difícil. Los análisis, reflexiones y voces de mujeres que conozco me han sacudido y enseñado mucho, aunque sé que aún me falta mucho por aprender, escuchar y ver.
Confío que frente a cualquier tipo de titubeo o retroceso puedo acudir a varias herramientas como la pintura, la escritura, la lectura, la música, la fotografía, quitándome ideas de “no soy buena en eso” y sólo fluir con lo que me apetezca en ese momento, cuidándome, descubriéndome, aceptándome y amándome.
Y entre pensamientos, textos y colores, comienzo a prestar más atención a mis sensaciones y de una forma muy peculiar mi cuerpa me dice «¡Gracias por volverme a ver, no me vuelvas a olvidar!».
*Este texto es resultado del curso «En Busca de mi Autorretrato Feminista» impartido por Valentina Díaz en Ímpetu Centro de Estudios A.C.