La semana pasada, en el marco de la conmemoración del 11 de septiembre, realizamos junto a compañeras de la Colectiva Qispiy Wayra una intervención callejera con el objetivo de visibilizar la violencia política sexual que sufrieron mujeres que se organizaban políticamente durante la dictadura cívico-militar en Chile.
Relatos desgarradores sobre detenciones, insultos, violaciones, descargas eléctricas en senos y vagina, uñas desgarradas, quemaduras en todo el cuerpo, introducción de ratas vivas en la vagina e innumerables formas de tortura sexual. Cuerpas sobre las cuales se ejercieron prácticas de violencia, tortura y disciplinamiento con el fin último de evitar su agenciamiento; su capacidad de cuestionar e interpelar un orden social fascista, capitalista y patriarcal.
Muchas son las mujeres que han decidido compartir sus testimonios con el objetivo de visibilizar y denunciar públicamente la tortura sexual durante la dictadura chilena. Sin embargo, aún existe una gran resistencia social a considerar que toda tortura hacia las mujeres, es tortura sexual. Más aún, existe una gran resistencia a visibilizar las continuidades entre las prácticas de tortura ejercidas durante la dictadura y las que se ejercen sobre nuestras cuerpas leídas «mujer» en la actualidad.
En ese sentido, esta performance es un ejercicio de memoria histórica, pero también una estrategia de denuncia social sobre las múltiples formas de violencia y tortura que el Estado ejerce sobre las mujeres. Los relatos de compañeras que han sido detenidas, insultadas, golpeadas, obligadas a desnudarse, a quienes se les ha negado el agua, etc., dan cuenta de que el Estado chileno sigue en guerra con las cuerpas que se organizan e interpelan su misoginia.
Asimismo, la penalización del aborto, que niega el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestros cuerpos y las experiencias de compañeras que han sido perseguidas y encarceladas por abortar, son una muestra más del profundo carácter misógino y sexista del Estado.
Ante este contexto heteropatriarcal y capitalista, las mujeres seguimos elaborando y articulando estrategias de lucha y acción política. La performance «¡Alto tortura sexual!» deja de manifiesto que el cuerpo ha sido un dispositivo de regulación y control social, pero también de denuncia, interpelación, reivindicación, transgresión y resistencia. Por lo anterior, el cuerpo es, ante todo, agencia, es decir, praxis individual y colectiva para la transformación social y para nuestra propia emancipación. Se intenta poner en el centro al cuerpx en resistencia, aquél que resignifica su manera de ser y estar en el mundo, esto quiere decir, que en su cuestionamiento a un orden social dominante, manifiesta otras formas de entender a la persona, el género, las relaciones sociales, las relaciones con la tierra, etc., lo cual supone, maneras o intentos de resistir, interpelar, cuestionar y/o transformar la realidad.
Finalmente, creo que es importante que entendamos que cada cuerpa está resistiendo de algún modo, con sus contradicciones y rupturas; con el conocimiento experiencial, relacional y autobiográfico que supone habitar esa cuerpa. Desde la rabia que supone la injusticia, la violencia, la discriminación y la tortura, articulamos nuestra resistencia.
-Bárbara