Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
Ciudad de Guatemala, Guatemala. 15 de noviembre de 2018.-
En 1978 inició en Guatemala una guerra contra la población indígena que duró varios años y trajo como resultado el asesinato, la desaparición y la violación sexual de miles (aún sin cifras exactas) de mujeres. Desde 2013, gracias a la organización e impulso de las sobrevivientes, el Estado guatemalteco abrió juicios en contra de los responsables de ordenar y ejecutar la violación y el exterminio de las indígenas, pero las sentencias avanzaron lentas o no se ejecutaron. A tres décadas de los hechos impunes, las víctimas aseguran que tuvieron que resignificar la justicia y que ésta la consiguieron hasta que lograron reunirse, escucharse, validarse y forjar poder entre ellas.
Así lo reconocieron y celebraron durante el IV Festival Nacional por la Memoria, Voz y Libertad de las Mujeres, que se llevó a cabo el pasado 8, 9 y 10 de noviembre en la Ciudad de Guatemala, y que organizó la colectiva Actoras de Cambio con mujeres indígenas Q’eqchi’, Mam y de otras comunidades originarias del país centroamericano.
Con bailes, obras de teatro, música, batucada, evocación a las ancestras, y reuniones de trabajo, las mujeres –la mayoría adultas mayores e indígenas- evidenciaron públicamente la violencia sexual que vivieron durante la guerra por parte de militares, pero también la violencia feminicida que se vive actualmente.
Sin embargo, el mensaje reiterado durante todo el evento fue que “desde que rompieron el pacto con los agresores y se reconocieron a sí mismas como legítimas”, las sobrevivientes de los años de la guerra descubrieron que “la justicia desde nosotras es el verdadero camino para seguir reconstruyendo nuestras vidas”.
Reinventar la justicia
Magdalena, una mujer adulta mayor e indígena, relató que después de la guerra se quedó con mucho dolor y enfermedad, según sus propias palabras, porque los militares mataron a su pareja, la violaron y le quitaron a su bebé. Luego de la agresión no quería salir porque los hombres decían que cualquiera podía abusarla. Tras reunirse con otras mujeres que atravesaron lo mismo, encontró lo que para ella ahora es el verdadero significado de la justicia: salir otra vez, sentirse bien y pararse en público a denunciar las violencias sin culpa ni vergüenza. “Me siento tan grande. Ya no me duele lo que me ha pasado, sólo recuerdo, pero ya no me duele”, declaró.
La mayoría de sobrevivientes coincidió en sus relatos que el sistema de justicia institucional demostró impunidad, burla y exclusión. Por ejemplo, les impidió el acceso a los Tribunales, las culpó y las avergonzó por los hechos. Además, aún ahora, hay mucha dilación en los juicios y cuando, excepcionalmente, hay sentencia, sólo se busca que el agresor vaya a la cárcel pero no se reparan los daños de las víctimas, por lo que “ellas se quedan con su dolor”.
Además, cuando regresan a su cotidianidad y con su familia se les ve como “malas” y en su comunidad no se les reconoce por todo lo que lucharon para denunciar los hechos ni se les trata con respeto. Esa es la injusticia más grande –dijeron-, que no pudimos recibir ayuda, que no pudimos hablar del tema, que no fuimos escuchadas, que nos culpabilizaron, humillaron y nos excluyeron.
Tras años de procesos de sanación y organización colectiva, las indígenas concluyeron que no se puede aplicar la misma justicia para todo el mundo, que un juez no puede sólo dictar lo que él considera la verdad; que la justicia no es que el violador vaya a la cárcel porque la injusticia no solo es el crimen que cometió el agresor, sino que a ellas se les culpe y estigmatice por lo que vivieron. La justicia entonces –dijeron- es construir condiciones de dignidad y libertad para las mujeres.
La Ley de Mujeres
Por ello, las sobrevivientes nombraron una Ley de Mujeres que nada tiene que ver con el sistema de justicia tradicional. Ésta reconoce que lo más importante es volver a poner su vida y dolor en el centro. “Se trata de no estar enfocadas 20 años de nuestra vida en un agresor y que de esta forma su poder siga en nuestras vidas”, explicó durante el evento Amandine Fulchiron, cofundadora de Actoras de Cambio (colectiva que acompaña a las sobrevivientes) y autora de la investigación La violencia sexual como genocidio. Memoria de las mujeres mayas sobrevivientes de violación sexual durante el conflicto armado en Guatemala, que reúne el testimonio y la reflexión de las mujeres víctimas.
La Ley de Mujeres consiste en una política de reconocimiento, amor y sanación entre mujeres, lo que ha permitido hacer justicia en cada uno de los ámbitos donde hubo un daño injusto. Es escuchar dónde había sido la justicia y ahí poder reparar. “Se trata de saber que hubo un crimen contra nosotras, se nos escucha y se nos cree. Eso permite sanar el dolor. Así podemos empezar a validar lo que sentimos, a llorar la pérdida. También es importante nombrar con nuestras propias palabras lo que sucedió y dejar de creer lo que los otros dijeron que sucedió. Es validar nuestras palabras. Es empezar a vernos a los ojos, a darnos valor, a dar valor a la otra compañera. Esto construye amor propio. Reconocemos su sufrimiento y a la vez su gran capacidad de atravesar y de sanar. Nos sentimos válidas, legítimas y queridas. Esto permite sanar la crueldad de la humillan y la estigmatización”, detallaron la investigadora con base en los testimonios.
Durante la guerra, dijeron las víctimas durante el evento, las mujeres se convirtieron en el lugar que nos creyó, que nos escuchó, que nos apoyó, y nos defendió. Por eso, “la justicia es el grupo de mujeres, no es una ley que viene del Estado. Es la justicia que necesitamos y que sana nuestra alma. Entre todas hacemos la justicia.”
La ley de mujeres también consiste en sanar la culpa a través de recuperar el cuerpo y crear la posibilidad de que las mujeres vuelvan a estar cómodas con su propia piel, en sentirse seguras en ese cuerpo que fue invadido. Esto es a través del baile, abrazos, masajes y caricias. Así, dijeron, sana el odio, un odio impuesto por otros hacia nuestro cuerpo, y eso es importante porque no hay posibilidad de sentir si estamos disociadas de nuestro cuerpo.
La ley también significa reconocer que gracias a las otras mujeres cada una tiene la fuerza de transformar su contexto y de reconstruir su propia vida, por ellos hay que reaprender a tratarnos con mutua ternura.
De acuerdo con la Ley de Mujeres, la justicia es la posibilidad de recuperar el poder sobre su propia vida y decir “ahora yo puedo hablar, yo puedo caminar sin miedo”, sentir que podemos. La ley de mujeres es también un mensaje de esperanza; es decirle a las otras que es posible reconstruir la vida y que no se necesita la mirada de los otros para ser reconocidas.
Por ejemplo, Andrea, otra mujer indígena, relató públicamente durante el festival cómo tuvo que enfrentarse con personas de su comunidad, representantes de la iglesia católica y las autoridades para organizarse con otras mujeres y denunciar los actos de violencia sexual. Ahí también la estigmatizaron y la acusaron de estar en hoteles. Sin embargo, luego de un proceso largo de organización, la comunidad finalmente la reconoció y hasta la propusieron como alcalde. “Ya no tengo miedo, vergüenza. Yo soy precedente. Yo doy más fuerza y estoy enseñando a otras en mis comunidades”, señaló.
La justicia desde las mujeres significa que la vergüenza debe recaer en los agresores y no sobre las víctimas. Es devolverles la vergüenza y el miedo en ellos. Sin embargo, actuar colectivamente en la comunidad requiere una construcción muy sólida porque significa nombrar a los agresores, develarlos, lo que puede tener represalias. Por ello, dijeron, la le de mujeres implica una acción colectiva y acuerparse en una fuerza colectiva capaz de contrarrestar.
De acuerdo con las mujeres, durante estos años la represión ha sido grave, desde intentar quemarlas hasta amenazarlas de repetir la violación sexual. Esto, dijeron, es una forma de control social cuyo objetivo es recordarles que deben tener miedo. Sin embargo, detallaron, “si nosotras somos capaces de sanar vamos a poder tomar decisiones para afrontar esa violencia; eso no quiere decir envalentonarse, es recuperar esas fuerzas, nuestra autoridad de mujeres, resignificar muchas veces con la comunidad la violencia sexual y no desvanecer esa fuerza, sino sostenerla. Eso no lo puedes hacer sola”.
Por ejemplo, las sobrevivientes, que trabajan en red (actualmente de más de 400 mujeres) porque “a la sobreviviente se le protege, se le cuida, se le fortalece para que decida. Tampoco el colectivo decide por ella. Ella decide y el resto le acuerpa. Esto implica que vamos a tener que defender a la compañera”, expresaron.
Otro ámbito de la justicia concebida desde las mujeres es la de crear condiciones de no repetición para que la violencia sexual no le sucede a las otras. Esto, dijo la investigadora, es un proceso social de organización a largo plazo. Para ello, es fundamental actuar colectiva y públicamente. Muchas mujeres, en todos estos años, lograron transformar sus relaciones y fueron reequilibrando las relaciones de poder.
“Esta ley de mujeres no sólo es para las compañeras que vivieron la guerra. Esta metodología y esta ley que ellas construyeron también ha servido para mí porque es evidenciar la violencia sexual que todas sufrimos, que siempre le hemos tenido miedo”, declaró una joven quién evitó ser abusada por su tío cuando tenía 13 años.
Ese hecho le cambió la vida porque aunque la agresión sucedió en un espacio público, frente a los hombres de su comunidad, nadie quiso ayudarla, y –una vez que se enteró- su familia le pidió que guardara silencio. Ella sintió odio y no quería salir. Su impulso para atravesar ese dolor fue su deseo de ser maestra y de hacer justicia para otras.
“Para mí los festivales son una forma de justicia, compartir mi testimonio frente a los medios de comunicación, porque sé que detrás de una computadora y detrás de un teléfono mi tío lo está viendo y yo estoy haciendo esta denuncia. Ahora él cuando me ve sabe que yo no me quedé encerrada, se agacha y no me habla. Y también sé que tengo una familia social y esas son ustedes”, declaró la joven indígena en público.
A más de dos décadas de la violencia sexual que enfrentaron las indígenas en sus comunidades a manos de militares y ahora de sus parejas o familiares, la ley de mujeres es fuerza -coincidieron todas- “porque nos llama a seguir construyendo políticamente colectividades de mujeres que nos permita sanar las heridas del pasado, pero también vivir en libertad y dignidad ahora”.