Quiero hablar de mi experiencia en habitar mi cuerpo. El 2017 fue un año que sin duda marcó por completo cómo concibo y percibo mi ser. En esa época, a principio de año había subido unos cuantos kilos debido a que comencé a descuidar mi alimentación, como reflejo de no sentirme cómoda conmigo ni con las personas que me rodeaban. Todas mis relaciones interpersonales comenzaban a desmoronarse: mi pareja, mis amistades, incluso mi familia. Todo resulta más complicado cuando eres deportista y el ser delgada es una constante competición, no sólo con y por las personas que nos rodean –coaches, compañeras y compañeros de equipo-, sino contra una misma.
A la mitad del año, como balde de agua fría mi papá enfermó y con ello, toda mi familia. Adelgacé cinco kilos en un mes. De pronto, todo lo que había querido alguna vez relacionado con mi cuerpo lo había logrado, ¿lo había logrado? Las personas a mi alrededor se encargaron de decirme lo bien que me veía: “Ya no tienes cuerpo de señora” -¿cómo luce una señora-; «Te ves más bonita”, “Pero ojalá te mantengas así”. No estaba fuerte, sólo flaca, como nunca antes en mi vida.
Meses después tuve la oportunidad de mudarme de país durante medio año como parte de un intercambio académico. Me fui a vivir a Dinamarca, país con una cultura y estilo de vida totalmente diferente. Residí en una ciudad donde jamás encajé, pero a la cual le guardo un inmenso cariño por los procesos que me ayudaría a descubrir. Antes de irme el consejo que más me dieron, además de cuidarme, fue «no vayas a engordar».
Dejé de entrenar durante tres meses, comía lo que podía y me alcanzaba, mis horarios biológicos mezclados con el nuevo horario -había siete horas a las cuales adaptarse- hicieron que comenzara a comer por ansiedad a todas horas, las fiestas y con ello los excesos, pero sobre todo, tristezas inmensas que cargaba, hicieron que me lastimara, que me rompiera. Una de esas tantas formas fue “descuidar mi cuerpo”. De las fotos de cuerpo completo pasé a tomarme solamente selfies, ese cuerpo que habitaba no me pertenecía y a la vez quería volver a él. Resulta que engordé once kilos, ¡once!
Pero ese “descuido” en realidad representaba una serie de sentires no expresados, principalmente ansiedad. Comía demasiado para luego sentirme culpable o no comía durante largos períodos para después llenarme de pasteles, tartas y galletas. Me recuerdo llena de tristeza y enojo conmigo, pero sobre todo hacia las demás personas porque quizá lo que más me causaba esa ansiedad era pensar en qué iba a pasar cuando me vieran en persona, con esos once kilos de más, pensar en las burlas, pero más que nada, pensar en qué tendría que hacer para poder bajar esos once kilos: ¿Realmente los quería bajar? ¿Quería volver a estar flaca?
Al regresar, además de los apodos que me pusieron las personas que en algún momento fueron mis mayores apoyos y las críticas que otras personas hicieron, tuve que lidiar con habitar otro cuerpo, ¿cuántos más tendría que habitar para poder sentirme a gusto? El no poder verme al espejo con cariño -¿lo había hecho alguna vez?-, el no querer comer nada y a la vez todo, ver fotos de antes de irme, añorando regresar a ser esa persona, ¿realmente quería ser esa persona o sólo quería ese cuerpo?, comenzaron a hacerme sentir que, hiciera lo que hiciera, jamás volvería a obtenerlo. Hoy me alegra mucho haberlo conseguido.
Ello se debe a que comencé a dimensionar todos mis sentires. Resulta que desde ese 2017 y mi pérdida abrupta de peso, desarrollé diferentes problemas físicos -amenorrea, mareos, dolores de cabeza, insomnio- y mentales -ansiedad y depresión-. Adelgacé de tristeza y angustia, como muchas otras personas, principalmente mujeres que viven diferentes duelos, muchos de ellos no necesariamente vinculados con la muerte per se, sino con diversas: amorosas, laborales, profesionales, familiares, y luego engordé por enojo hacia la vida, hacia mí.
Tardé medio año en lidiar con todo ello, aunado a otros procesos sentimentales que ahora entiendo como necesarios para aprender que, al final del día, el único lugar seguro es nuestro cuerpo, nuestra casa-cuerpo. Habitarlo con amor, con paciencia y fortaleza no es sencillo, es una tarea prometeica pero, ¿por qué debe ser así?
Desde pequeñas nos enseñan a ser gordofóbicas, es decir, temer/odiar los cuerpos que no cumplen con una estética delgada. Entonces relacionamos el peso como sinónimo de belleza y sin importar qué tan delgadas seamos, nunca será suficiente. Odiamos el verbo engordar, pero amamos el adelgazar.
Ahora comprendo que ninguno de esos verbos es amable, porque en esta socialización gordófobica que nos inculcan, sobre todo a las mujeres, no tendríamos que temerle al peso, ni cuando va en aumento, ni cuando disminuye. Y es que adelgazar es un verbo vinculado no sólo con la belleza sino también con el triunfo, al amor propio, cuando enmascara en muchas ocasiones dolores, tristezas, duelos. A mí me sucedió y sé que a muchas otras mujeres también.
Pero sobre todo, escuchar ese verbo -engordar-, causa en nosotras una especie de escalofrío, sobre todo porque nos hace pensar que estamos fracasando, que nadie nos querrá. Hace que nos sintamos culpables, que no disfrutemos la comida y con ello, las experiencias que giran a su alrededor. No en balde se dan tantos trastornos alimenticios, comenzando por la bulimia y la anorexia[1], ni tampoco es extraño que no conozco a una sola mujer que en mayor o menor grado, haya tenido algún conflicto con su cuerpo. No nos enseñan a habitar nuestros cuerpos.
Viviendo en una sociedad que constantemente nos despoja de nuestro cuerpo, en sentidos materiales -como el feminicidio, la violación, el abuso sexual- y simbólicos -a través de los chistes, los apodos- haciéndolos menos o estereotipándolos, me encontré con que ni siquiera mis role models deportivos, mujeres atléticas, delgadas, fuertes, escapan de este tipo de pensamientos, sentires y expresiones.
Todo ello conforma lo que se conoce como mandato de género, el cual también es una forma de violencia patriarcal, este aspecto actualmente está basado en el culto a la delgadez, a la juventud y a modelos de belleza impuestos por las poderosas industrias occidentales del cine, la moda y medios de comunicación, lo cual, según especialistas, no sólo ocasiona en las mujeres graves problemas de salud física y mental, sino que, por medio de esas exigencias, el patriarcado reafirma la hegemonía de su poder al valorar a las mujeres únicamente por su cuerpo.[2]
Entonces no parece casual que por doquier nos encontremos con cientos de productos de “belleza y salud” para bajar de peso, para quemar la grasa de más, con rutinas deportivas y alimenticias que olvidan nuestros ciclos menstruales, nuestra cultura, las historias que traemos detrás, como si existieran fórmulas mágicas y homogéneas, como si todas las mujeres fuéramos iguales.
Además, descubrí y comprendí cómo en el deporte esto se exacerba aún más, y cuán difícil es decirlo en voz alta. No conozco a ninguna atleta, sea del deporte que sea, que esté a gusto con su cuerpo, sobre todo cuando paramos. Y es que esto es consecuencia de que no nos enseñan a dejar el deporte y con ello, acerca de las transformaciones que tendrán nuestros cuerpos. ¿Cómo habitar estos nuevos cuerpos que en realidad no son nuevos, sino más bien estarán viviendo nuevas etapas? Sólo nos preparan diciéndonos que, de no cuidarnos, subiremos de peso, como si eso ya no lo supiéramos.
Además, ¿qué es cuidarnos? Muchas personas vinculan el cuidar su alimentación con dejar de ingerir ciertos alimentos o privarse por completo de comer, cuando en realidad ningún alimento es dañino en sí -a excepción de los transgénicos- sino la construcción social creada alrededor de ellos y sobre todo, los sentimientos que les ponemos encima. Es que estoy triste, entonces comeré un chocolate… pero después tendré que correr, entonces mejor no. Entonces pareciera que nos lo tenemos que ganar y no, los alimentos son eso: alimentos, ni buenos ni malos, como nuestros sentires.
A partir de mi experiencia pude construir nuevas amistades con otras mujeres, sanar heridas y cerrar procesos para abrir otros, muchos de los cuales provenían de mucho antes de aquel 2017. En especial, esto me hizo comprender que eso que creía sólo me atravesaba a mí, y lo cual fue una de las razones principales para enojarme en contra de todas las personas, incluso de las que más quería, lo compartía con muchas más mujeres, de edades y latitudes diferentes.
Ahora frente a la crisis generada por la pandemia del COVID-19 mejor conocido como Coronavirus, que nos ha llevado a permanecer en casa, el cual resulta ser el privilegio del encierro -porque hay que recordar que no salir de casa corresponde a una cuestión de clase-, la falta de actividad física habitual ha generado esa ansiedad que sigue habitando en mi casa-cuerpo, pero ya no como alguien a quien quiero sacar, sino como una invitada que se debe escuchar para comprenderla y con ello, irse, pero que por ahora, se presenta muy constante y renuente a marcharse pronto. Y es que todo se vuelve a vincular con el peso, si se reduce la actividad física es obvio que ganaremos peso.
A ello se debe agregar la incertidumbre del día a día, y las crisis, como la económica, que, aunque ya había sido vaticinada con anterioridad y por factores ajenos al COVID-19[3], hoy nos deja en medio de muchas incertidumbres: desempleo, aumento de la violencia patriarcal en el seno del encierro -a la que nos enfrentamos las mujeres y las infancias, principalmente-[4] las injusticias normalizadas en contra de los trabajadores informales, qué sucederá con las personas adultas mayores… ¿Cómo habitar este mundo?
Si algo he comprendido de mi experiencia personal, es que ésta es colectiva y compartida principalmente con mujeres, claro está que con sus propios matices. Sé que esta ansiedad es legítima y que no podemos exigirnos responder a cómo habitar este mundo cuando ni siquiera nos hemos detenido a empezar a habitar nuestros cuerpos de manera calmada, honesta pero sobre todo, muy amable.
La pandemia está trayendo consigo muchos sentires que alguna vez ya experimenté, mucha tristeza, preocupación, enojo, todas ellas emociones que repercuten directamente en nuestros cuerpos. Todos esos sentires son huéspedes, eso es una verdad absoluta, pero no hay que olvidar que existen otros, como el amor, la esperanza. Sólo debemos escucharnos.
Sé que no es fácil en medio de este mundo capitalista y patriarcal en el que el descanso no tiene cabida, ni la felicidad, ni la tranquilidad. Pero a veces, tan sólo el nombrar eso que nos duele, lo que nos atraviesa, nos ayuda a encontrar a otras, pero más que nada, encontrarnos con nosotras mismas, comenzar a perdonarnos de manera genuina por no haber comprendido que este cuerpo con el que andamos, es nuestro primer hogar[5].
Ya no me exijo saber cómo habitar este mundo, sin que ello presuponga la falta de empatía o el abandono de las causas y defensas más legítimas por la vida, la dignidad y la justicia sociales, pero he comprendido que para abrazar todo ello, primero tengo que abrazarme a mí misma. Aprender a habitarme ha sido bastante doloroso pues he tenido que reconocer cuánto he herido a otras personas burlándome de su apariencia física como reflejo del dolor que yo tenía, pero al final, esa parte es la que ayuda a soltar para construir/sembrar en nuestra casa-cuerpo.
Este ha sido un proceso desde lo individual, pero siempre acompañada. Muchas mujeres me han enseñado a habitar mi cuerpo con su sabiduría, su inmenso amor y su paciencia, rodeándome no tan sólo de elogios, sino de acompañamientos en procesos que sin ser iguales, resultan ser bastante semejantes.
No pretendo que este texto sea un elogio al body positive, porque ese es un tema bastante complejo, sino que busco encontrarnos en este habitar hacia y por con nosotras en esos diferentes cuerpos que tanto odiamos en diferentes etapas de nuestra vida. Aún hay días que no sé cómo habitar esta casa-cuerpo, pero al menos sé que aquí es donde quiero estar.
Fuentes de consulta
Barboza Rojas, Adriana, Trastornos alimenticios como violencia de género, [en línea], Costa Rica, Universidad Nacional, 2019, Disponible en: https://cutt.ly/ctRQSoW, [consulta: 29 de marzo de 2020].
Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, Mapeando el cuerpo-territorio. Guía metodológica para mujeres que defienden sus territorios, Ecuador, CLACSO, Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer Mundo, 2017, 56 pp.
Muñiz, Elsa, “Pensar el cuerpo de las mujeres: cuerpo, belleza y feminidad. Una necesaria mirada feminista”, en Sociedade e Estado, 2014, Vol. 29, Núm. 2, pp. 415-432.
Norandi, Mariana, El estereotipo delgado, forma de violencia hacia la mujer: expertas, [en línea], México, La Jornada, 10 de enero de 2011, Disponible en: https://www.jornada.com.mx/2011/01/10/sociedad/033n1soc, [consulta: 29 de marzo de 2020].
Organización de las Naciones Unidas, El coronavirus golpea tres veces a la mujeres: por la salud, por la violencia doméstica y por cuidar de los otros, [en línea], 27 de marzo de 2020, Disponible en:https://news.un.org/es/story/2020/03/1471872, [consulta: 29 de marzo de 2020].
Toussaint, Éric, No, el coronavirus no es responsable de las caídas en las bolsas, [en línea], El Viejo Topo, 13 de marzo de 2020, Disponible en: https://cutt.ly/UtRQ0g3, [consulta: 29 de marzo de 2020].
[1] Cfr., Adriana Barboza Rojas, Trastornos alimenticios como violencia de género, [en línea], Costa Rica, Universidad Nacional, 2019, Disponible en: https://cutt.ly/ctRQSoW, [consulta: 29 de marzo de 2020].
[2] Mariana Norandi, El estereotipo delgado, forma de violencia hacia la mujer: expertas, [en línea], México, La Jornada, 10 de enero de 2011, Disponible en: https://www.jornada.com.mx/2011/01/10/sociedad/033n1soc, [consulta: 29 de marzo de 2020].
[3] Para tener un panorama más amplio de la crisis del COVID me parece pertinente leer Éric Toussaint, No, el coronavirus no es responsable de las caídas en las bolsas, [en línea], El Viejo Topo, 13 de marzo de 2020, Disponible en: https://cutt.ly/UtRQ0g3, [consulta: 29 de marzo de 2020].
[4] Organización de las Naciones Unidas, El coronavirus golpea tres veces a la mujeres: por la salud, por la violencia doméstica y por cuidar de los otros, [en línea], 27 de marzo de 2020, Disponible en:https://news.un.org/es/story/2020/03/1471872, [consulta: 29 de marzo de 2020].
[5] cfr. Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, Mapeando el cuerpo-territorio. Guía metodológica para mujeres que defienden sus territorios, Ecuador, CLACSO, Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer Mundo, 2017.
Hola Andrea,
Muchas gracias por compartir, tu reflexión me hace pensar muchas cosas y percepciones de la critica a lxs cuerpos ajenos, me encantó este fragmento «Desde pequeñas nos enseñan a ser gordofóbicas, es decir, temer/odiar los cuerpos que no cumplen con una estética delgada. Entonces relacionamos el peso como sinónimo de belleza y sin importar qué tan delgadas seamos, nunca será suficiente. Odiamos el verbo engordar, pero amamos el adelgazar», gracias.