Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
Ciudad de México 10 de diciembre de 2018.-
“El miedo se ha ido instalando en el ámbito íntimo de nuestra existencia que comprende la psique, los sentires, los afectos, las actitudes, la intuición, la valoración de nosotras mismas, la autoestima, las condiciones materiales y las condiciones psicológicas que devienen de la multiplicidad de relaciones de poder que experimentamos en nuestras culturas y sociedades patriarcales. Y por eso es tan importante que entre todas nos ayudemos a reconocer esos poderes sobre nosotras”
Así lo reflexionaron las autoras de la publicación ¿Cómo enfrentamos el miedo en el contexto actual las defensoras?, que presentó hoy en la Ciudad de México la organización feminista Jass, Asociadas por los Justo, y ALUNA, organización civil que brinda acompañamiento psicosocial a personas y organizaciones afectadas por la violencia sociopolítica.
Esta publicación fue el resultado del diálogo que mantuvieron defensoras y periodistas desde 2012 sobre la pregunta central de qué es el miedo y cómo lo afrontan en su cotidianeidad, primordialmente cuando lo ubican en una sociedad patriarcal, en un contexto de violencia socio-política y en su condición de mujeres y de feminista, según explicaron las coordinadoras.
De acuerdo con las autoras, el miedo se crea y se expresa en un contexto social determinado, en historias y experiencias particulares y sociales que hacen que su contenido sea específico para cada persona y para cada colectivo. El miedo también es diferente según la clase social, etnia, edad, discapacidad, y cualquier otra condición -incluyendo su vive en un país con un gobierno autoritario, militarizado o democrático- de quien lo enfrenta.
Por ejemplo, en la vida de muchas mujeres defensoras están presentes los miedos generados por la represión y los poderes fácticos: el miedo a la difamación, a la burla, a la exclusión de sus propios espacios organizativos y movimientos por asumir posturas no legitimadas, o el miedo a la violencia de sus propias familias y parejas por asumir un rol de liderazgo y pedir nuevos arreglos en la división sexual del trabajo.
Así, el miedo es un sentimiento doloroso, una emoción que surge ante un peligro imaginario o real desde un ejercicio de “poder sobre nosotras” que condiciona nuestras actitudes ante la vida pero que, desde un lado positivo, también genera resistencias y transgresiones (…) En los contextos violentos y patriarcales en los que viven las defensoras y periodistas mujeres, “todas tenemos miedo a quienes tienen poder sobre nosotras. Y no se trata de miedos sin fundamento, porque a lo largo de la vida muchas de nosotras hemos perdido a compañeras defensoras de derechos humanos o tenemos amigas que han sido violadas, torturadas, asesinadas… todos ellos son miedos provocados por actos de terror”, dice el texto.
Entre los efectos del miedo en la vida de las mujeres, de acuerdo con las autoras, están: pensar de forma obsesiva que las persiguen; sentir culpa o cobardía por no haber hecho algo por miedo; estar en constante estado de alerta o de tensión; sentirnos impotentes ante la realidad; entre otros.
Y agregan: “así como al capitalismo neoliberal le conviene una población temerosa, confusa y sin convicciones, al patriarcado le conviene que todas las mujeres vivamos llenas de miedos y sin la convicción de que tenemos razón de tenerle miedo a un sistema que nos violenta de tantas formas”.
Sin embargo, las mujeres defensoras y periodistas han desarrollado mecanismos para afrontar el miedo, lo que les ha permitido seguir participando en sus proyectos de vida con más creatividad para mantenerlo. Entre estas estrategias están: reconocer los miedos, analizarlos, socializarlos (especialmente con otras mujeres y en espacios feministas y separatistas), crear espacios de confianza y acuerdos básicos de respeto y un trabajo responsable e individual de desaprendizaje, deconstrucción, y cuestionamiento de las dependencias vitales.
Clemencia Correa, directora de ALUNA, detalló durante la presentación que el miedo no se da aislado de un contexto cultural, histórico, sociopolítico o educativo, al contrario: se hace, se rehace y se instala, se interioriza desde esos ámbitos, que son las raíces de nuestras historias personales y colectivas.
La psicóloga, que ha dado acompañamiento a víctimas de desaparición y desplazamiento forzado y tortura sexual en Colombia y México, enfatizó el papel del miedo como forma de control, ya que el miedo y el terror son viejas estrategias de control de la población a fin de que no haya organización, se genere intimidación para que las y los opositores del sistema dejen de actuar, y se paralice a sociedades enteras.
Por su parte la periodista Marcela Turati, que también estuvo en la presentación, destacó que entre el gremio periodístico hay una prohibición implícita para hablar del miedo, ya que se piensa que eso podría demeritar el trabajo o podría derivar en que no se relegue a las reporteras a otro tipo de coberturas, ello a pesar del contexto de asesinato de defensoras y periodistas en México.
Sin embargo, reconoció, el miedo es un sentimiento que está presente en su trabajo y en el de sus colegas mujeres con quienes suele platicar de ello en un bar, luego de una cobertura pesada, o a través del humor negro pero sin llegar a conclusiones y reflexiones profundas.
Turati, que cubre temas de violencia y narcotráfico, relató que trabajar en colectivo, hacer redes de mujeres, hacer caso a su intuición, llorar, recibir acompañamiento psicosocial y hablar del miedo que experimenta, le ha permitido continuar con su labor. Por ejemplo, dijo, fue hasta después de recibir acompañamiento psicosocial que uno de sus equipos de trabajo identificó que el miedo les había llevado a sabotear una investigación periodística.
La periodista también reconoció que hacer frente al miedo implica revertir algunas enseñanzas o prácticas del periodismo que, a condición se proteger y priorizar la información exclusiva, pone en riesgo a las periodistas y a sus fuentes.
Varias defensoras que dialogaron para esta publicación coincidieron en que los miedo pueden ser heredados. Por ejemplo Magda, una de las autoras, reflexionó que “mi mayor temor es una especie de carga ancestral que no es mía, el cargar desde niña los temores al abandono, al rechazo, a la soledad. Estos miedos están asociados a tristezas muy profundas, a sombras con las que debo lidiar cada día y están presentes. Aunque comprendo a nivel mental que estas cargas no son mías, aparecen y están grabadas en mi cuerpo”.
Por su parte, las defensoras María Teresa y Liduvina identificaron “que algunos de mis miedos, los más fuertes y los más presentes a lo largo de mi vida, son quizás los mismos miedos de mi madre y de mi abuela materna, mi tías y de mis hermanas, y que quizá por ello y por esos múltiples mecanismos invisibles de defensa, autoprotección, autocuidado y de evasión, incluso, pudieron convertirse en fobias o en frenos, durante un tiempo considerable, en las historias de algunas de las mujeres de mi familia materna y paterna (…) El miedo a ser, a existir, a ser libres, independientes, autónomas, a salir de la casa, a caminar y a ir a donde queramos, es lo que sostiene la feminidad, esta construcción homogeneizante y misógina que el patriarcado nos ha impuesto”
Las autoras concluyen que el ejercicio de pensar en los propios miedos y conocer los miedos de las otras ayuda a darnos cuenta de que compartimos muchos de ellos. “Todo eso nos llevará necesariamente a tomar conciencia de quiénes somos, qué queremos, cómo lo queremos, cómo hemos sido construidas culturalmente, qué necesitamos y qué podemos hacer para enfrentar esta situación. Estamos hablando de opciones, de un trabajo de reflexión y de acuerdos colectivos: porque el control social tiene género y por lo tanto es una tarea colectiva”.