Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa
Tapachula, Chiapas. Noviembre, 2018.-
La salvadoreña llegó a Ciudad Hidalgo, en la frontera chiapaneca, sobre llantas viejas. Cruzó de madrugada el Río Suchiate, hilo de agua de bajo caudal, pero profundo y lodoso que divide Guatemala de México. Lleva 22 días de viaje. Anda en sandalias, plantas callosas. Se trajo a sus dos hijos porque pandillas enemigas quieren reclutarlos. Ya cruzó dos fronteras para salvarlos y ahora tiene que sortear los riesgos del tránsito por México. Para ello, la mujer tiene una estrategia: no migrar sola, migrar en grupo.
Las llamadas caravanas migrantes que desde abril de este año empezaron a llegar a México con miles de personas centroamericanas que buscan cruzar a Estados Unidos, son una nueva dinámica de los flujos migratorios que -especialmente las mujeres- han elegido para huir grupalmente de la violencia, evitar cobros indebidos o abusos durante su tránsito, recibir apoyo en los países de paso, y garantizar que se abran las fronteras.
Ello, de acuerdo con el análisis y la experiencia de mujeres migrantes, pobladoras fronterizas, y organizaciones de la sociedad civil entrevistadas para este reportaje.
Sin opciones para cruzar libremente
La salvadoreña huye de su país. Dejó trabajo y familia, pero antes lo intentó todo: ella misma buscó al líder pandillero para increparle por molestar a sus hijos; luego se refugió con su madre, donde un grupo contrario la persiguió. También fue a las autoridades y presentó denuncias que nunca se investigaron. Y ahora vino a México con esos documentos para comprobar que fue víctima de delito y así, tal vez, conseguir refugio.
Ella viaja con tres mujeres, dos hombres y varias niñas y niños. Son al menos tres familias que también buscan refugio porque fueron acosadas por las pandillas. Vienen de “jale” y en el camino se organizan: una paga la comida un día, la otra vela en la noche mientras el resto duerme en la plaza pública con maletas al lado, y ya juntaron dinero para comprar un chip de celular de México y hablar cada quien con los suyos.
La salvadoreña no alcanzó la Caravana que en días pasado evitó el río y, por su dimensión, obligó a las autoridades migratorias abrir las vallas metálicas que separan un país de otro. Sin embargo, hoy la mujer ya está en Tapachula con la esperanza de que la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) la reconozca como refugiada en un plazo máximo de dos meses, como dice la norma, y pueda trabajar e iniciar una vida nueva en México.
Entrevistadas en la frontera de Tapachula y en el campamento de la Ciudad de México, varias mujeres -todas con hijas e hijos- coincidieron en que migrar en caravana o grupo es actualmente la única vía posible de cruzar las fronteras.
En su caso, se enteraron de la Caravana que salió el 13 de octubre pasado desde San Pedro Sula, en Honduras, por medio de la televisión y las redes sociales, y algunas por parientes y amigas.
Otras ya estaban en tránsito, en Tapachula, en espera de una visa de trabajo o como refugiadas, pero decidieron unirse a la Caravana porque no obtenían respuesta de las autoridades, no podían trabajar, y persistía el riesgo de que las deportaran.
Las mujeres coincidieron en que migrar era la única forma de huir del hostigamiento de las pandillas que quieren esclavizarlas, la pobreza y la explotación laboral, la falta de oportunidades educativas, el despojo de territorios, y la violencia en sus hogares.
Las entrevistadas dijeron que la Caravana sería tal vez para muchas la única oportunidad que tendrían para cruzar las fronteras, ya que ellas no tienen para pagar a un “coyote” -quienes cobran bajo la promesa de sacarlas por tierra de sus países-; y las autoridades migratorias niegan o retrasan los trámites para un tránsito regular.
A esto se suma otra ventaja: la cobertura mediática de estas caravanas o viacrucis migrantes, dijeron, obliga a que las autoridades habiliten espacios para recibirlas, que se les brinden atenciones de salud, y que no les nieguen el tránsito. “Si somos muchos, ¿quién nos puede parar?”, expresa una de ellas.
Además, de acuerdo con las migrantes, la población mexicana ha sido muy solidaria con ellas. Les dan comida, ropa, zapatos, medicinas y cuidados que, de venir solas, tendrían que costear ellas mismas.
Estas mujeres son enfáticas: no habrían migrado de otra forma. Aunque algunas pensaron y planearon muchas veces salir de su país, al final no les ajustaban las cuentas o no se atrevían a vivir “la aventura”, como le dicen a su paso por México. Ademas, venir en grupo también las anima a continuar el recorrido hasta el país del norte.
La dinámica migratoria cambia
Desde al menos hace cinco años, el flujo migratorio de esa frontera está cambiando. Por ejemplo, cada vez más mujeres migran y cada vez más lo hacen en grupos familiares, muchos de ellos monoparentales (sólo madres con hijas e hijos), observó en entrevista Mavi Cruz, responsable de comunicación del Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdoba, organización de la sociedad civil que apoya a la población migrante en Tapachula, Chiapas.
Esto es así por distintos factores, explicó Cruz, uno de ellos es que la violencia es tan grande en sus países de origen que ellas deciden no dejar a sus hijas o hijos, o la tradición migratoria es tan larga que ya no hay quién les cuide. Las familias también prefieren viajar juntas porque después es más difícil reunificarse.
De acuerdo con Cruz, aunque es muy pronto para aseverar que ésta será la nueva forma de migrar, las caravanas son muestra de que la dinámica de los flujos migratorios ya cambió, por lo que el Estado debe prever políticas integrales y estructurales para atender este tipo de tránsito.
Especialmente, dijo, porque el Estado mexicano ha sido acusado más de una vez en distintas instancias internacionales por no tener una política que garantice efectivamente todos los derechos a la población migrante que cada año pasa, y seguirá pasando, por México.
La ausencia de esta política, dijo, quedó evidenciada con estas Caravanas cuya emergencia de atención que se requirió fue atendida por la sociedad civil organizada y las propias poblaciones -especialmente las mujeres en el papel de cuidadoras por la división sexual del trabajo- que, tras organizar sendas comidas y acopios para las personas migrantes, quedan desgastadas.
Ejemplo de ello es el caso de las mujeres de una localidad llamada Frontera, en Tapachula, que aseguraron en entrevista haber invertido días enteros de trabajo y dinero para la alimentación de al menos 3 mil personas migrantes que llegaron en las primeras dos caravanas, pero que estaban de acuerdo en hacerlo a fin de que viajaran en condiciones dignas.
Migrar en libertad
Elody, abogada que apoya en el área de migraciones y género de Formación y Capacitación (FOCA A.C) con trámites para la condición de refugiadas que llega a Chiapas, coincidió con que estas Caravanas son una estrategia para “migrar en libertad”, ya que a través de ellas la población y las autoridades no ejercen un trato violento ni abusivo contra la población en tránsito.
Aunque si bien ya se veía un tránsito masivo de personas centroamericanas a México, declaró, no se esperaba el éxodo (desplazamiento forzado y masivo) que finalmente llegó al país.
Además, dijo, esto visibilizó la necesidad y la importancia de la migración, ya que -de acuerdo con los casos que ella acompaña- gran parte de las mujeres migrantes son expulsadas de su país por una condición de pobreza a la que le antecede toda una vida de violencias que ejercen sus padres, parejas y ahora las pandillas contra ellas y sus hijas e hijos.
De acuerdo con la abogada, estas mujeres deberían encontrar en México -un país en el que diario son asesinadas de 7 a 8 mujeres- la garantía de sus derechos básicos, especialmente a la vida, para que su experiencia de violencia no se repita aquí, donde -sin nada más que las mochilas que cargan y sus hijas e hijos a cuestas- pretenden reconstruir su vida entera.