Ciudad de México, septiembre 2018 .- La indígena boliviana Bartolina Sisa Vargas lideró la insurgencia de los pueblos andinos frente a la esclavitud española en 1780. Fue hilandera y comerciante, lo que la llevó a recorrer varios caminos y constatar las injusticias que vivía su pueblo aymara-quechua a manos de la corona española. Comandó contingentes armados y participó en los actos más subversivos de la revuelta. Aunque varios años después fue ejecutada por las fuerzas coloniales, su pueblo obtuvo finalmente su independencia.
En recuerdo a su rebeldía, cada 5 de septiembre -fecha en que fue ejecutada- se conmemora en el mundo el Día Internacional de la Mujer Indígena. Esta efeméride subvierte la historia convencional y nos recuerda que en el llamado Abya Yala -como los pueblos originarios nombraban a América antes de Cristóbal Colón- las mujeres indígenas siempre estuvieron al frente de todas las luchas emancipadoras.
De acuerdo con la historiadora María Teresa Díez Martín, autora de Perspectivas historiográficas: mujeres indias en la sociedad colonial hispanoamericana, “el positivismo (paradigma del conocimiento que privilegia la documentación oficial a los registros orales) acomodó la experiencia histórica de las mujeres indias en el estrecho espacio de los arquetipos del imaginario nacional; esto es, de las elaboraciones del hispanismo, ya fuera el conservador o el liberal, y del indigenismo. Prácticamente la única figura historiada fue la de la Malinche, representación idealizada del discurso del mestizaje, acorde al de la biográfica de las ‘mujeres excepcionales: espejo de varones sobresalientes’”.
Esto se explica porque las principales fuentes están constituidas por cronistas españoles, en su mayoría sacerdotes, soldados, funcionarios y aventureros, cuya información no solo estuvo orientada a justificar la conquista sino que se hallaba distorsionada por su propia cultura: el desconocimiento del idioma originario, según observó la periodista Sara Beatriz Guardia en su ponencia Micaela Bastidas y la insurrección de Túpac Amaru 4 de noviembre de 1781.
“Los relatos que narran la conquista y colonización responden a una concepción eurocéntrica incapaz de reconocer a otra cultura y a otra sociedad, una forma particular de pensar la historia con valores e intereses de una historiografía que no ‘veía’ a las mujeres’”, añadió la historiadora.
Y precisó: se trata de una reconstrucción donde las huellas de las mujeres han sido borradas, ignoradas, minimizadas. Una historia fundada en personajes de la élite, batallas y tratados políticos, escrita por hombres en su mayoría de clases y pueblos dominantes que interpretaron los distintos procesos y experiencias que ha seguido la humanidad de acuerdo con la división de lo privado y lo público que articula las sociedades jerarquizadas. Se erigieron según el modelo androcéntrico, en el centro arquetípico del poder, en el cual los hombres aparecen como los únicos capaces de gobernar y dictar leyes.
Por ello, dijo, es necesario conocer también la organización de las sociedades prehispánicas, ya que en la sociedad indígena ellas podían tener una posición elevada. A esto se suma la relación de las mujeres con la tierra, con sus costumbres ancestrales, sus diosas creadoras de la vida y de los alimentos, elemento fundamental de resistencia cultural durante la colonización.
De acuerdo con las historiadoras, en toda la región hubo más de una mujer que participó en los procesos de insurgencia, muchas de ellas al frente de contingentes bélicos, y otras como guías o impulsoras de rebeliones. Aunque muchas fueron capturadas, acusadas de sanguinarias y ejecutadas con más saña que ninguno, los pueblos las hicieron prevalecer -algunas como diosas- a través de la narración oral. Así, anularlas por falta de registro “constituye un ejercicio de colonialismo historiográfico, que además anula toda posibilidad de hacer historia y de reconstruir un pasado significativo para las culturas indígenas”.
A continuación nombramos a algunas indígenas del Abya Yala que lucharon por la independencia de sus pueblos:
– Bartolina Sisa y Gregoria Apaza, Bolivia– Ambas participaron en la rebelión de 1781 en Bolivia contra la corona española. Según se ha documentado, en ambos casos sus oficios y condición de vida las llevó a recorrer varias partes del territorio andino y constatar las injusticias que vivían los pueblos a manos de los españoles, lo que las motivó a participar en la insurgencia.
Bartolina ocupó distintos puestos de mando al frente de los grupos rebeldes, integró los actos más subversivos (como formar cercos en las ciudades principales), y fue una estratega central. Se le ejecutó y descuartizó públicamente el 5 de septiembre de 1784, acusada de crímenes que -según consta en el diario del funcionario que ordenó su muerte- no se pudieron comprobar.
Gregoria corrió la misma suerte. Igual que Bartolina, participó activamente en el cerco a La Paz, principal ciudad de conflicto. Se le acusó de “mandona, autora de extorsiones y violencias”. Gregoria negó las acusaciones. Los relatos antiguos cuentan que cuando estaba en los lugares de la batalla se hacía cargo de la administración de los caudales robados, vendía vinos, controlaba los fondos y transportaba el saqueo, según el texto Mujeres en rebelión Una mirada desde el diario de Francisco Tadeo Diez de Medina (1781), de Pilar Mendieta.
–María de la Candelaria, México– Hay muy pocos registros de su actividad. Se sabe que en junio de 1712, durante la rebelión Tzeltal en Canuc -una de las rebeliones indígenas más violentas de los Altos de Chiapas- una indígena llamada María López dijo haber presenciado la aparición de una virgen que le había pedido que “se le construyera una ermita para que pudiese vivir entre los indios”. Desde entonces se hizo llamar María Candelaria.
María llamó a los pueblos a la rebelión y a que “supiesen que ya no había tributo, ni rey, ni presidente, ni obispo, que ella (la Virgen) los tomaba a cargo para defenderlos”. Aunque a través de una figura religiosa, María fungió como guía del pensamiento rebelde e incitó a las y los indígenas a desafiar a los españoles. Su misión era guiar a su pueblo hacia la emancipación, de acuerdo con la documentación de la etnógrafa Gabriela Rivera Acosta en su texto Cosmovisión y religiosidad entre “los soldados de la Virgen”. La rebelión maya de 1712.
-Micaela Bastidas Puyucahua, Perú.- Ella fue prócer de la independencia peruana de 1780. Nació en el pueblo de Pampamarca de la provincia de Tinta. Fue hija de otra indígena y de un africano, una familia pobre y sin ningún rango. Quedó huérfana muy niña. Micaela se convirtió en consejera en la principal rebelión durante el virreinato de Perú, participó en el juicio sumario contra José Arriaga (alta autoridad española) y asumió múltiples roles en el movimiento.
Cuando la población indígena tenía prohibida la tenencia de armas de fuego, Micaela tomó el papel de proveer a las tropas de dinero, alimentos, vestimentas y armas; y expedía los salvoconductos para facilitar el movimiento de quienes viajaban a través de amplios territorios. Estuvo a cargo de la retaguardia indígena con medidas de seguridad y luchó contra el espionaje. Implementó un eficiente sistema de comunicaciones, a través de mensajeros. Murió en Cusco, el 18 de mayo de 1781 en una ejecución.
De acuerdo con Sara Beatriz Guardia, junto a Micaela, una legión de luchadoras andinas, quechuas y aymaras trabajaron en el levantamiento, realizaron estrategias y dieron apoyo a las tropas. Para ellas se trataba no sólo de liberar a su pueblo de la explotación española, sino también de restablecer el rol de la mujer indígena con participación en la vida social y política que el sistema colonial intentó abolir.
La Gaitana, Colombia- Se trata de una mujer que, de casa en casa y acompañada por un grupo de mujeres ancianas, instigó a los caciques a tomar las armas contra los europeos. En los relatos de un cronista español (principal registro de su vida), ella aparece como una mujer “soberbia y cruel” que organizó una amplia rebelión en contra de las fuerzas colonizadoras que penetraron en 1535 en el suroccidente colombiano. A pesar de que prevalece en la cultura colombiana como símbolo de identidad y soberanía nacional, algunos estudios académicos ponen en duda su existencia, ya que no hay suficientes registro escrito sobre su vida.
La investigadora Susana E. Matallana Peláez, autora del texto Desvelando a la Gaitana, señaló que tal vez nunca logremos establecer si “la señora de Guatepán” que se cita en las crónicas es la misma mujer que dio lugar a esta legendaria figura. Sin embargo, el nombre de Guatepan no tiene que ser el nombre de una única mujer, podría muy bien ser el título de un cargo o función que las mujeres, y en especial, las mujeres mayores solían ocupar en estas culturas.
La palabra quechua, recordó, denotaba a alguien que iba de pueblo en pueblo, convocando y arengando a la gente y sugiere una sociedad en la cual las mujeres mayores ejercían un poder considerable que les permitía influenciar a los caciques y sus decisiones. Es posible que en la época colonial hayan existido no una, sino muchas Gaitanas.