Ciudad de México, 08 ene 19.- Ellas contaron la historia, pero la historia no las contó a ellas. Se trata de cinco mujeres que, entre autobiografías, cuentos breves y poemas populares, narraron la vida de las obreras, las campesinas, las niñas, las madres, y las mujeres comunistas y revolucionarias de la década de los 30 en México, una época que se caracterizó por el surgimiento de las instituciones, los partidos políticos y, al mismo tiempo, importantes movilizaciones obreras, campesinas y feministas.
Consuelo Uranga, María Luisa Vera, Benita Galeana, Concha Michel y Graciela Amador fueron cinco comunistas que buscaron en la literatura una forma de expresarse políticamente sobre las desigualdades sociales. Además, varias de estas mujeres criticaron duramente a sus compañeros y a su partido por considerar que sólo la lucha de clases, y no el desmantelamiento de la cultura patriarcal, pondrían fin a la explotación de las personas.
Todas formaron parte del Partido Comunista de México (PCM), pero también participaron destacadamente en otras actividades. La primera, Uranga, nació en Chihuahua en 1903 y fue integrante del Sindicato de mineros en su estado; de la segunda, Luisa Vera, se sabe poco, sólo que era poeta y perteneció a la Federación de Escritores Revolucionarios; la tercera, Benita Galeana, nació en Guerrero y, entre otras cosas, participó en la creación del Frente único Pro-Derechos de la Mujer; Concha Michel, que nació en 1899 en Jalisco, hizo corridos y un importante compendio de música folclórica del país; y Graciela Amador, nacida en Zacatecas, también fue investigadora del folclor nacional y editora del periódico comunista El Machete.
Cada una produjo textos inspirados en las desigualdades sociales que veían, principalmente para las y los trabajadores, la infancia y las mujeres. Así, sus escritos formaron parte de un movimiento literario político que surgió en el año 1931, denominado literatura proletaria,
“que introdujo en México un debate en torno de lo que significaban el arte y la literatura comprometidos, si la literatura debía o no, servir a las causas del pueblo o si por el contrario, ésta debía darse como una manifestación artística más allá de las convicciones políticas del momento”
según documentó la historiadora Ma. Lourdes Cueva Tazzer en su investigación Textos y prácticas de mujeres comunistas en México 1919-1934. Estas mujeres comunistas -dijo la investigadora- escribieron sus textos desde 1928 hasta 1934, y si bien no formaron parte activa en el debate ni fueron reconocidas como parte del movimiento de literatura proletaria, su trabajo reunía varias de las características de esta corriente:
“textos literarios comprometidos con los sectores populares, como acicates que denunciarían la realidad y crearían conciencia en los distintos grupos de estos sectores”.
Sus escritos también fueron medulares para el movimiento comunista en México, ya que fue una manera activa de militar por parte de las mujeres comunistas que través de distintos géneros literarios plantearon diversas representaciones y nuevas temáticas en una etapa de creciente aislamiento del Partido Comunista de México (PCM) como fuerza política, del cierre de filas al interior del mismo y del proceso cada vez más inminente de parte del Comité Central de intentar controlar las actividades artísticas, culturales e incluso personales de sus integrantes, analizó la historiadora.
A diferencia de los representantes masculinos de este género literario, las comunistas se preocuparon por expresar la condición social de las mujeres de su época. Sin embargo, la mayoría lo hacía desde la visión de las mujeres en su condición de madres-trabajadoras. Por ejemplo, en el poema titulado “Protesta”, de María Luisa Vera, la autora describe la situación de una mujer a quien despiden por estar embarazada:
“Obrera, aquí el tiempo es dinero/ ¿qué le importa a la fábrica un romance arrullado al rumor de una polea?/ No hay lugar para ti, siguió diciendo/ necesitamos brazos, energía, vigor/ Deja el amor para los ricos/ obrera, te estorba el corazón.
Otro texto, un cuento breve de Graciela Amador, que trata sobre una trabajadora del hogar de aquella época:
“Iba muy limpiecita y aliñada; su traje negro de percal y su rebozo nuevos; la cara reluciente de aseo y de felicidad. Llevaba en el pañuelo un buen nudo de monedas: su salario de muchos meses de trabajo. Tenía vacaciones de la patrona e iba a pasarla con sus pequeños hijos a la ciudad. La miseria la había obligado a abandonarlos en busca de trabajo. Los dejó a los tres con la abuelita. De eso hacía ya dos años. ¡Dos largos años que no los veía! Por fin hicieron alto. Ahí estaban sus chiquillos esperándola, rodeando a la viejecita. La madre gritaba nerviosamente, arrojándoles cestas y cajas por la ventanilla. Los chiquillos las recibían como autómatas. De pronto ella les gritó, notando un hueco entre el amoroso grupo: ‘¿Y Juana? ¿Dónde está mi Juanita? Los chiquillos bajaron la cabeza sin contestarle. La viejecita se echó a llorar. ¡Faltaba la mayorcita! La madre densamente pálida, bajó del carro. Llevaba los brazos caídos con desgarrador abatimiento. La triste caravana se perdió lentamente entre el tumulto que llevaba el andén”.
Muchas de estas autoras participaron en congresos y encuentros del “movimiento amplio de mujeres” que se conformaba en esa época, pero -de acuerdo con la investigación- mantenían pugnas importantes con las sufragistas, a quienes acusaban de ¨pequeño burguesas” y de negociar los derechos de las mujeres con los líderes del Partido Nacional Revolucionario, principalmente en el tema de la prostitución.
Asimismo, sostuvieron debates con sus propios compañeros del Partido Comunista por negarse a reconocer la existencia “dominación-sujeción entre los sexos” además del modelo económico capitalista. En los últimos años de esta corriente literaria, algunas de estas mujeres cuestionaron en sus textos la violencia que vivían las comunistas a manos de sus compañeros de partido.
En su autobiografía, Benita Galeana criticó la desigualdad entre mujeres y hombres dentro del Partido Comunista:
“Veía que camaradas muy capaces e inteligentes eran los que más maltrataban a sus compañeras, con desprecio, sin ocuparse de educarlas, engañándolas con otras mujeres como cualquier pequeño burgués. Yo que he querido ser un ejemplo para las camaradas, no lo he logrado porque he tenido muchas desventajas, por ejemplo la desgracia de no saber leer.”
Sin embargo, Concha Michel fue posiblemente entre las cinco la más crítica en este tema. De hecho, decidió separarse del Partido Comunista y, junto con otras artistas, publicó un manifiesto titulado La Dualidad, en la que habla del “autoritarismo patriarcal”, también escribió obras de teatro para mujeres, y participó activamente en la formación de mujeres trabajadoras por la defensa de sus derechos. Por ejemplo, en este poema critica los abusos de los sacerdotes:
“Ay, que amores pega el cura,// Tristes como palo blanco!!// Ni se secan, ni enverdecen,// Nomás ocupando el campo. // Con razón reniegan todos//
De esta vida tan salvaje,// Pero arriba está un diablote// Y donde hay miedo no hay coraje. //Dicen que son nuestros padres// Toditos los sacerdotes,// Pero lo que yo estoy viendo// Que son puritos padrotes»
La obra literaria de estas mujeres no es de fácil acceso, la mayoría está a resguardo de sus familias y otra gran parte no ha sido reunida ni analizada. Sin embargo, sus textos fueron publicados en órganos de difusión del Partido Comunista, como El Machete, que aún pueden consultarse en las hemerotecas.
Gracias! Qué interesantes testimonios de cuestionamientos al abuso de compañeros y autoridades eclesiales. Ojalá las familias permitieran más publicaciones, por el bien de todas, las más pobres