Crecí en una casa de mujeres trastocada por la migración. La primera que rompió la cadena del patriarcado comunitario y se lanzó, sin más que sus dos bebés, a la “gran” ciudad fue mi madre. Escribo la palabra “gran” porque Cuenca, la pequeña ciudad de Ecuador desde donde escribo es en realidad aún un pueblo bastante conservador. En los espacios de cuidado recuerdo mujeres, en los de ocio en el campo: mujeres. En la tienda, en la huerta, en el bus, en mis círculos íntimos y personales: mujeres. Toda la vida, la posibilidad más profunda de relación se tejió siempre con mujeres: madre, hermanas, vecinas, amigas, amores. Aquí tres micro relatos de cómo fui descubriendo otras formas de amor con ellas y gracias a ellas.
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De pequeña escuchaba cómo los varones de la familia hacían llamadas de larga distancia para insultar a mi madre como “zorra” o “puta”. Estos insultos, que a día de hoy se me hacen odiosos e intolerables, abren heridas profundas en cientos de mujeres que son perseguidas por las formas en las que deciden relacionarse. Independiente de nuestra orientación, todas hemos los hemos escuchado y quizá, esa es una de las primeras formas que encontré para desterrar el amor patriarcal: a ninguna se ha de perseguir con los peyorativos asignados por el patriarcado. Ni siquiera en nombre del “amor” a otras mujeres.
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Más tarde entendí que ese cariño pasaba por la tarde con mi mejor amiga de la adolescencia, que jugando a ser adultas e independientes terminamos llorando en el piso de su cuartito de alquiler, contándonos las historias de abuso que había vivido cada una. Al final nos abrazamos y me dijo que lo supo desde siempre, porque esas heridas conversaban. Hoy en día ya no la veo, pero este otro gran acto de amor para con nosotras se quedó en mi mente, cuerpo, corazón y militancia: acompañarnos para sanar las violencias. Un “hermana, yo te creo”.
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Mucho después en la vida, un farol de auto apuntaba hacia un par de peatonas cuyas manos se enlazaban mientras cruzaban la calle. El miedo, la fobia interna, la vergüenza salieron a mi encuentro a la par que una interrogante asomaba en los ojos de mi compañera. Algo muy dentro me quemaba y atiné la misma excusa de hace siete años, cuando movida por los mismos sentimientos huí de la casa en la que también amé y fui muy amada. Quizá mi tercer acto de amor no patriarcal: no negarme ni negar. Amar esta existencia y con ese mismo amor, tejer otras formas de relación que no vayan de ataduras. Esta aún es una deuda pendiente, pero en proceso. A ellas, estas letras.
Esto somos las mujeres, una herencia de rebeldía que nos nace del amor, del coraje y del deseo. Deconstruir a cupido para re-nacer como nosotras, entre nosotras y para nosotras.