Con frecuencia escucho que hay una genealogía de la rebeldía feminista, es decir, un camino recorrido previo a los pasos que damos ahora, un camino que hicieron otras mujeres, camino que está conformado de prácticas, teorizaciones, experiencias, de vidas, de rostros, de ideas, de sensaciones, como un árbol genealógico, como ese que nos pedían en la escuela para contar de dónde venimos, quién es nuestra familia, sus nombres y su fecha de nacimiento.
Genealogía literalmente significa estudio de la ascendencia y descendencia de un grupo, palabras más, palabras menos.
En el feminismo hacemos un ejercicio similar al árbol genealógico y también como en el árbol familiar, la mayoría de las veces no sabemos de dónde venimos porque las ancestras morenas han sido borradas, pero aún así intentamos rastrear las pistas porque esto que somos ahora no es resultado de una generación espontánea, porque no somos las primeras, ni pensamos a solas, en cambio, lo que somos y sentimos, lo que pensamos e imaginamos, viene marcado por las de atrás, por eso se habla de genealogía, específicamente de genealogías, porque nuestros posicionamientos ante la vida son distintos, y vienen de árbolas distintas, incluso en una misma región como es Abya Yala.
En esta parte del mundo, algunas feministas reconocen como su genealogía a autoras y académicas de países de población mayoritariamente blanca, en el norte del mundo, quizá porque ellas son nietas de mujeres italianas o estadounidenses, y esa es su historia, pero no la mía, ni la de mis hermanas y compañeras, tampoco reconozco en aquellas mujeres del norte, la columna vertebral de mis resistencias. No obstante, escucho y aprendo de su genealogía aunque no hablen de nosotras, porque al conocer sus rebeldías conozco también las mías por el reflejo, aunque sea un reflejo borroso e inconcluso porque no contempla la racialización que está en mi piel.
En contraste, feministas con un posicionamiento antirracista aportan que genealogía o femialogía es la memoria de nuestras ancestras en estas regiones del Abya Yala, sin importar si dejaron legado escrito, como sí les importa a las europeizadas, y eso me parece contundente porque recuperan la palabra y los saberes milenarios, todos esos que están en nuestra piel morena, en los árboles, en el agua, en los tejidos, en el canto, en el sazón, en las plantas, de ellas aprendo a reconocerme en mis abuelas, en el rostro de mi madre morena a quien no permitieron acabar su bachillerato, en el rostro de mis hermanas menores, sus naricitas y sus cabellos negros azabache como el mío.
Desafortunadamente las feministas con mirada antirracista aclaran con ahínco que esa genealogía es a lado de sus ancestros varones. Yo me pregunto cuando las escucho de qué ancestros hablan y de qué historia parten, porque de donde yo vengo los hombres asesinan mujeres, lentamente a través de la explotación cotidiana o fulminantemente en un feminicidio; y yo no puedo reconocer en los opresores y explotadores de mis abuelas y madre ninguna genealogía entrecruzada.
Es por eso que he venido sintiendo que nosotras como lesbofeministas desde Abya Yala más bien tenemos una ginealogía, así con i, en este caso significaría ya no “estudio de la ascendencia y descendencia de un grupo” como es el caso del término con “e”, sino que ginealogía significaría “estudio de las mujeres”, así, escrito con “i”, pero como no me gusta apegarme a lo que señalan unos señores en lenguaje hombre, yo entiendo por ginealogía efectivamente la historia de las ancestras, pero solo de ellas y nada más que ellas, es decir, la historia de las mujeres conviviendo con otras mujeres, en grupos de mujeres, en comunidades ginocentradas de resistencia antipatriarcal y anticolonial, pero lo más importante, desde nuestras cuerpas sexuadas de mujer, por eso la noción de ginealogía.
La ginealogía es la historia de nuestras ancestras que vive en nuestros úteros y clítoris, desde donde brota la historia oculta de la separación libre que desde los inicios de las sociedades, las mujeres hicimos para estar lejos de los hombres parásitos. La ginealogía habla de las sociedades separatistas que en tiempos de la colonización, se fundaron en los cerros y montes en franca resistencia a los hombres indígenas y colonizadores.
Es curioso porque los hombres aseguran que desde los primeros años de convivencia humana, miles de años atrás, lo que nos ataba a ellos era la «diferencia», es curioso porque no hay razón alguna para que nosotras naturalmente conviviéramos con seres incompletos, más bien lo que nos unió desde el inicio fue la similitud física, pero no nos unió a ellos evidentemente, sino a otras mujeres, quedamos unidas por nuestras vulvas, nuestros úteros, nuestros clítoris. Digamos entonces que ginealogía son todos los rastros del pasado de una vida entre mujeres depositados en nuestra cuerpa, justo en nuestros úteros, vaginas, ovarios, vulvas y clítoris.
Déjenme contarles algo al respecto, sobre por qué digo que esa historia se deposita en la cuerpa.
Cuando nacimos, cada una de nosotras tenía ya todos los óvulos de su vida.
¿A qué me refiero?
A que en el útero materno, ahí adentro, nosotras como fetas obtuvimos la cantidad de óvulos que tendríamos toda nuestra vida una vez nacidas, es decir, que nuestras hijas nacerán –si es el caso de alguna de nosotras- de óvulos que se formaron cuando estábamos adentro de nuestras madres, con su vida y memoria.
Lo que significa que dentro de nosotras tenemos la memoria de nuestras abuelas, pues cuando nuestra madre era una feta, formó sus óvulos adentro de la abuela. La abuela a su vez formó sus óvulos adentro de su madre y esta de su madre. O sea que somos una continuación de la memoria milenaria de las mujeres.
Pero la memoria no solo está en los óvulos sino que vive en el útero mismo.
El útero ha sido un tema que no sé por qué le hemos dejado solo a las feministas heterosexuales, que suelen hacer ritos para sanarlo siempre y cuando se hable de seguir estando con los hombres, porque ellas creen que es inevitable o que incluso es «natural».
Pensándolo un poco más, quizá ha sido un tema de las heterosexuales porque la política LGBT produjo lesbianas identificadas con lo masculino en lugar de con otras mujeres.
Basta mirar nuestra ciudad, se es lesbiana por hacer actividades prohibidas para las mujeres, pero permitidas para los hombres, por ejemplo, patinar, cortar nuestros cabellos, correr en un campo de fútbol; pero no permanece en el discurso de la lesbiana que una puede ser lesbiana por conocerse el clítoris, por trenzar el cabello a sus hermanas, por abrazar y besar a la madre.
Claramente esto es porque nos está prohibido asegurar que nuestra lesbiandad es por el contacto con ellas y preferimos enarbolar la mentira de que somos lesbianas por querer abandonar la vida de las mujeres, pero no todo lo que hacemos las mujeres históricamente proviene del patriarcado, para ser clara, la lesbiandad es la historia de las mujeres, no la estamos abandonando al vivirnos lesbianas, la estamos recuperando.
Hablando de esto, ¿ustedas sabían identificar el olor de la vulva de sus madres? Me di cuenta una vez que Luz Gabriela Nieves me lo contó, ella me hizo recordar a propósito de su historia propia, que cuando yo era niña y me recostaba sobre la falda de mi madre, podía oler poquito el olor de su vulva, suave y dulce, como un olor hipnótico cuando dentro de todas sus actividades había un tiempo para acurrucarnos.
Para mí sería más de nosotras, de nuestra historia, de nuestra ginealogía, asegurar que una es lesbiana por el olor hipnótico de la vulva de nuestra madre, que por trepar un árbol junto a los niños, y con eso no quiero decir que no es irruptivo trepar árboles siendo mujeres, claro que lo es, pero en el árbol no hay otra mujer a la cual se esté reconociendo, solo eso estoy diciendo, que me resulta sospechoso enarbolar ese discurso de que la lesbiandad no es la historia de las mujeres, es la historia de todas las mujeres, de ahí venimos todas porque desde el inicio de los tiempos y aún actualmente todas somos lesbianas por simple reconocimiento de nuestras cuerpas.
Cuando yo me reconocí lesbiana la primera sensación que tuve es que mi útero dejaba de existir, creo que tiene que ver con esta historia de la cooptación LGBT, sentía que era un poco menos mujer, un poco más libre quería decir, pero el tiempo me fue arrullando cerca de las mujeres con las cuales había estado distanciada en mi heterosexualidad: mi madre y mis hermanas.
Y quizá por la notable mejoría con la relación con ellas es que comencé a sentir otra vez mi útero, como si tuviera adentro de mí un mar sabor naranja, que rechinaba de amor cuando ellas estaban cerca, cuando tenía un orgasmo y cuando algo me emocionaba a punto de querer vivir más. No sé por qué cuanto pienso en mi útero, allá adentro, en el mar de sangre de cada menstruación, pienso en la acidez y dulzura de una naranja, ¿ustedas qué sienten?
A veces se me pone insoportable el útero, porque lo reconozco moviéndose y siento que me comunica cosas, que me habla, que me dice, que me orienta en un lenguaje que no sé descifrar. ¿Qué quieres decirme, útera?
¿Por qué te mueves así? ¿Por qué ahora eres tan transparenta para mí?
Estaba yo por aceptar mi locura cuando la ciencia, esa figura patriarcal que legitima lo que ya sabíamos las mujeres, pero ahora enunciado por hombres, apareció en diciembre del año pasado con un estudio en ratas, contando que el útero tiene un papel fundamental en nuestra memoria.
En un estudio documentaron que a las ratas sin útero les fue difícil recordar una serie de patrones que las ratas con útero recordaron a la perfección, eso traspasado a nuestra historia de mujeres, en nuestra cuerpa de mujeres significa que…
¡Nuestro útero está relacionado con la memoria!
Con la memoria
Con la memoria ancestral
Con la historia de la resistencia de las mujeres
¡La ginealogía!
Lo que ya sabíamos.
Algunas mujeres le llaman a esto “memorias uterinas” y narran cómo en el útero está la historia de sus linajes, una historia que yo deseo que poco a poco deje ser tan heterosexual como me ha tocado escuchar, pero ahí está, ya lo sabíamos, sabemos que venimos de otras mujeres, que somos origen y continuación exclusiva de mujeres.
Yo diría que en nuestras úteras se conserva la historia de las ginosociedades, no como poesía (bueno, también) pero estoy hablando literalmente, somos herederas de ese saber, por eso cuando estamos solo nosotras, se elevan los niveles de oxitocina, por eso se sincronizan nuestras menstruaciones, y por eso menstruamos, somos la rebeldía viva hecha fuego. Pensémoslo así, nuestro clítoris es el rastro de autonomía y nuestra útera de libertad, no necesitamos nada para conservar nuestra memoria, nos bastamos a nosotras mismas para existir y perdurar.
Por supuesto que sé que no todas menstrúan porque ha llegado la menopausia, porque hay dismenorrea, porque hay quienes pasan por histerectomía, por tumores, etcétera, pero lo que sé es que incluso en esas circunstancias, toda nuestra existencia está hecha de la información de todas las mujeres que nos precedieron llevaron en sus úteros, somos el registro vivo de ellas, ahora solo falta unir las piezas inconclusas de aquellas sociedades ginocéntricas de las que venimos.
Debo decir que reconocer la ginealogía no es un paso sencillo, implica sobrepasar el ego de creerse la única o heredera, como marca la historia de los hombres, implica superar el acto misógino de menospreciar a las mayores, de sentirse controlada cuando alguna que ha recorrido más años nos intenta mostrar algo que no sabíamos. Sé que hay actitudes déspotas de muchas con mayor trayectoria, pero también de la negación a escuchar a otras cuando una es más joven, más joven como soy ahora y más joven como fui antes.
Una suele pensar que todo lo hecho anteriormente está mal o que si está bien es porque quien lo dice habla el lenguaje de los hombres, es más blanquita o nos hace olvidar los rostros de nuestras madres y abuelas morenas, pero eso no somos, su sabiduría de las que renegamos está adentro de nosotras, somos nosotras mismas la tierra y la historia, el habla y el corazón, provenimos de una ginealogía de la resistencia y vida.
Somos lesbianas por el abrazo a nuestras hermanas, el olor vúlvico de nuestras madres, por la magia de la palabra de las mujeres, por la sabiduría de las yerbas, el olor a la tierra y la lluvia, los bailes y los besos son nuestra creación. Esos saberes son nuestra ginealogía cuando se hayan ocupado para salvarnos la vida, para vivir alegres y no para ocuparnos de ellos, ni para sanarlos porque no se sana al asesino de nuestras hermanas y madres, de nosotras mismas.
*Leído en la conversatoria "Dos nociones lesbofeministas: ginealogía y presunta capacidad paridora", en La Casa de las 13 Brujas, en la Ciudad de México, 28 de febrero de 2019.
Hola Luisa, gracias por tu artículo. En algún momento mencionas «La ginealogía habla de las sociedades separatistas que en tiempos de la colonización, se fundaron en los cerros y montes en franca resistencia a los hombres indígenas y colonizadores.», me gustaría saber un poco más sobre estos espacios, si es posible, puedas de favor compartir algún texto, estaría buenísimo. Saludos y gracias
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