Hace 10 años, cuando tenía apenas 15 (ya saben, esa etapa de rebeldía de buscar mi identidad, definirme en mi inmadurez), me cruce con un hombre que me doblaba la edad, era mi chico perfecto ¿Quién a esa edad no busca al tipo con apariencia de malo y rockstar? Lo recuerdo con su cabello desarreglado, sus tatuajes, su motocicleta… en cuanto lo vi sentí huracanes en el estómago, ahora que lo pienso, tal vez esos huracanes era mi instinto de advertencia al catástrofe que se venía y yo lo confundí con cursilerías, en fin.
Nos conocimos, nos gustamos, inicie mi vida sexual con él, todo era maravilla, me paseaba en sus motos, me celaba (eso era absurdamente romántico en ese entonces para mí) compartíamos todo, incluso la enfermedad. En conclusión, me entregué completamente a él. En mi fantasía de adolescente, quise una vida de chica rebelde y no percibí que este machito me estaba envolviendo, yo solo era su títere, ahora entiendo porque me llamaba “muñequita”.
Este hombre es o era (no sé si siga vivo) hijo de un jefe de comandancia, un hombre muy importante en ondas de seguridad del Gobierno; eso sí, su padre ya no tiene ese puesto, hace unos años vi en un noticiero una reseña de las locuras y asquerosidades que realizó gracias al poder que tenía, fue dado de baja y según sería encarcelado, pero ya saben, dinero mueve, tapa y desaparece todo. Y bueno, el hijo estuvo en el ejército, supuestamente después estudió psicología y derecho, se estaba preparando como parte de un plan para seguir el ejemplo de su monstruoso padre.
Yo creía ser feliz y estar enamorada, todo lo veía tierno, hasta el acto de que a un chico lo mandara en coma al hospital por el simple hecho de voltearme a verme y sonreír. Él elegía mi ropa, me decía con quién salir, me dejó sin amigos porque decía que no eran los adecuados para mí; decía que todo mi círculo social incluyendo familia era estúpido y enfermo para mi crecimiento, y yo le creía.
Sus amigos tenían el derecho de cuidarme, espiarme, saber mis ubicaciones, no sé cómo rayos podían entrar en mi línea y saber las llamadas y mensajes que me mandaba. En 2 ocasiones volteó el carro en el que íbamos para desviarnos a una barranca porque lo estaban siguiendo y él traía armas; no le importó si yo moría en esos accidentes, creo que a mí tampoco porque veía estas situaciones de una manera muy enferma, creía que él me cuidaba y así negaba lo que en realidad estaba pasando.
En conclusión, mi vida de los 15 a los 18 años fue estar en una mezcla de película de Trainspotting y Pulp Fiction, y nada de esto fue agradable, tenía ataques de pánico, estrés postraumático y una gran lista de patologías. No podía decirle a nadie lo que pasaba, ya que él me tenía amenazada, siempre me decía con una gran sonrisa: “Ya sabes mucho sobre mí, ya no te puedes ir y si lo haces dudo que vivas”. Mi único rescate eran los libros, los autores que leía entre líneas me ayudaron a entender el estilo o clase de vida que estaba construyendo, también me mostraban otras realidades de vida que podía tener y esas sí me gustaron.
A los 17 años decidí dejarlo, fue lo peor. Me amenazó con asesinar a mi familia, sabía todo de ellos, donde trabajaban, a dónde mi hermana se iba los fines de semana, también tenía información sobre los pocos amigos que de repente mensajeaban… me hundí en pánico. No podía hacer nada, caí en una tremenda depresión y llegó una carga de enfermedades físicas; dejé pasar meses, no podía acercarme a mis papás, no podía ni imaginar que algo les pasara por mi culpa.
Después de tiempo, decidí que quería estudiar psicología porque me interesaba saber lo que me pasaba y lo que tenía ese hombre que estaba a mi lado. Comencé a leer sobre la materia y ver videos que poco a poco me dieron algunas respuestas, me daba miedo, pero encontraba esperanzas. También acudí con un terapeuta que en la segunda sesión ya no me quiso atender, entiendo, a mí también me aterraba la situación.
Un día íbamos discutiendo en la camioneta, ya tenía tiempo que yo me atrevía a contestarle, hacerme escuchar, sentía que leer me empoderaba, me hacía no tenerle miedo a él ni a las situaciones, sí, leer fue parte de mi autodefensa. Ese día me harté, me venía amenazando y llamándome puta, recuerdo que abrí la puerta y le dije que me dejara bajar, freno, estábamos en medio de una carretera así que sabía que no podía bajar, pero era tan grande mi desesperación… frustración, tristeza, pero eso no me importó.Me gritó que estaba pendeja, pero que si quería, me fuera, que a él no le importaba, así que me bajé y empecé a caminar, él aceleró, se fue.
Mientras se iba, recuerdo la satisfacción que sentía, en ese momento no pensaba en cómo iba a regresar a casa o si algo me podía pasar, creo que sentía más peligro con él. Encontré una chica que me dio un aventón de regreso a la ciudad y yo sonreía, disfruté en verdad ese momento. Al llegar a la ciudad, íbamos por un Boulevard, yo había visto que ahí estaba una escuela que tenía la licenciatura en psicología, le pedí a Diana (la chica que me recogió en el auto; nunca la olvidaré, me ayudó a salvarme) que me dejara ahí. Entré, pedí ficha y él comenzó con las llamadas y los mensajes a mi celular; me decía que me perdonaba por ser tan pendeja y puta (sí, puta por ponerme un escote, por saludar al de la tienda, por contestarle un correo a un maestro), lo único que hice fue apagar mi teléfono y tirarlo. En ese momento, otra vez sentí satisfacción por alejarme de él.
Entré a la universidad, el seguía amenazándome y mi miedo me hacía seguir con él, seguí preparándome profesionalmente y también encontrando soluciones para alejarme de él. Pedí nuevamente ayuda a una psicóloga y es que pedir ayuda no es sencillo, pero también es parte de la autodefensa, es como armarte para el enfrentamiento. Pasaron meses, semestres, poco a poco lo iba alejando, hacía estrategias para librarme de él; conocerlo y analizarlo fueron también mis mejores armas, jugaba con sus palabras, con sus ideas, lo confundía y yo escapaba poco a poco. Entendí que entre menos miedo le tenía yo, más miedo él me tenía. Lo veía directamente a los ojos y le demostraba mi seguridad, yo veía pánico en él.
Nuestra última pelea fue tremenda, tuve que mentir diciéndole que ya no podía seguir con él y que si quería lastimar a mis conocidos y familia no me importaba, me inventé una historia de abandono y de maltrato para que entendiera y justificara mi poca empatía con el sufrimiento que podría tener con la hipotética muerte de mi familia. Yo sabía que no podía demandarlo, sus influencias le ayudaban, lo único que me quedaba era darle vuelta, dejé de ser su “muñequita”, él no era tan fuerte mentalmente como lo creía.
Ese último y definitivo enfrentamiento fue brutal, yo temblaba de miedo pero no se lo demostraba, al terminar de discutir por horas con él y después de al menos una semana sin buscarme, me di a la tarea de hablar con mi familia de todo lo que pasó y advertirlos de que si lo veían se alejaran, mi papá propuso cambiarnos de ciudad, pero algo en mi me decía que ya no regresaría, que en verdad lo había destrozado con algunos actos (de manera anónima desde un cyber, publiqué en la red un video e información sobre un desastre que hicieron él y sus amigos).
No sé si realmente logré destrozarlo, pero no me volvió a molestar, aunque no tuviera mi número telefónico sabía que él me podía localizar, pero no lo hizo, ya no está. Mi vida ya no es una película de Tarantino, pero haber entendido un poco su personalidad me ha permitido apoyar en consulta a más mujeres que se encuentran con estos pequeños monstruos sociales.
Muchas gracias por tu post, eres muy valiente! Yo tengo una librería, y me encantaría tener estos títulos que te ayudaron a reencontrarte con tu fortaleza. Me compartirías cuáles son? Abrazo fuerte.